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Hay quienes defienden que en la música está todo inventado y otros sin embargo que abanderan que siempre está todo por escribirse. Quizás la mayor riqueza de la música sea la variedad de géneros, cada uno con su público, y su capacidad impredecible para combinarlos. ... Dos artistas tan distintos como el granadino Dellafuente y el maestro Raimundo Amador, cada uno de su época, se dieron la mano ayer ante la Catedral para festejar precisamente la fusión que representan, algo que el primero se ha empeñado en llamar 'música folklórica atemporal'. Atendieron dos mil personas en una Plaza de las Pasiegas atiborrada, principalmente admiradores del artista urbano local. El espectáculo, único sin dudas, no pudo dejar indiferente a nadie.
Habría que introducirse en la cabeza de Pablo, ese vecino de Armilla que hace no mucho tenía tan poco que no le daba ni para zapatillas, como canta, y que ahora podrá decir como Dellafuente que un día tocó junto a Raimundo Amador en el corazón de su ciudad. La colapsó de hooligans entregados a su causa, ataviados con bufandas, camisetas y banderas, y les dio lo que querían. Antes de subirse al escenario pudo asistir a la exhibición del maestro sevillano, «una de las pocas leyendas vivas de la música española», como él mismo lo define todavía asombrado por su colaboración.
El hombre que sacó adelante junto a Camarón el disco que fue un punto de inflexión en la música, 'La Leyenda del Tiempo', ampliando los límites de las seis cuerdas de la guitarra flamenca como hiciera luego con Veneno y Pata Negra, se plantó ante la Catedral de Granada junto a su banda, vertebrada fundamentalmente por sangre de su sangre. Raimundo Amador se arrancó con 'Canela' y no quiso dejarse nada atrás nada, versionando a B. B. King y su 'The thrill is gone' con el blues flamenco que patentó. «Comprime lo mínimo, colega», espetó, genio y figura, al técnico de sonido.
No tardó en acaparar todo el protagonismo su nieta Toñi Amador, corista, hipnotizante en una canción inédita que canta a «las espadas que lleva un soldado» antes de vestirse de Amy Winehouse con 'Back to Black'. Raimundo disfrutaba tocando la guitarra como sólo él sabe, pasando de un estilo a otro como quien desliza los dedos por las cuerdas sin dejar rastro. Tiró de Pata Negra y orgulloso lanzó su pañuelo y enseñó su panza, la que ha llenado de música desde que pateaba la calle. Cantó la erótica 'Ay qué gustito pa' mis orejas' y se despidió con lo más duro de su repertorio.
Unas coronas fúnebres por todo el escenario y una cuenta atrás que erizaba el vello precedió la entrada de Dellafuente, respaldado por sus socios Antonio Narváez y Moneo. Pablo, el chaval de Armilla que mamó flamenco en el barrio Corea, que quiso ser «narcotraficante» antes que músico y acabó en lo segundo por la oferta de una tienda de ropa, cortaba la respiración de dos mil personas para luego desatar sus emociones con 'Dile'. «Voy a cumplirlo to' a los veintitantos», escribió en aquella canción hace cuatro años como si ya supiera que haría algo grande, algo tan grande como cantar con Raimundo Amador.
En penumbra casi siempre, Dellafuente ofreció un show espectacular aun mejorable en su acústica que dejó miles de vídeos en los móviles de los asistentes. Meneó caderas con 'Bailaora', simuló una discoteca con 'Guerrera' y sus pompas y su confeti y sintió e hizo sentir con 'Veneno'. También se dejó acompañar por sus socios granadinos Pepe, con quien experimentó, valiente, con 'Todo es de color' con su autotune entubado; y Maka, recibido con mucho cariño para el obrero 'La vida es' y la bachata 'Te amo sin límites'. Con sus mayores himnos pareció que la Plaza de las Pasiegas se caía.
El broche del show armado por Red Bull fue la presentación de la colaboración del granadino junto a Raimundo Amador. La unión de dos eras. La música de siempre y la música que viene, o al menos la que hoy hace que los jóvenes agoten dos mil entradas en menos de dos minutos. En el fondo, la historia de Pablo, Dellafuente, y su sueño improbable convertido en realidad.
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