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El libro cae sobre la mesa y en cuestión de segundos un hombre lee su título. «¿Otro texto que nos pone a parir?». Unos minutos después, una mujer lo observa con el ceño fruncido. «¿Un hombre escribiendo sobre feminismo?». Pues no es ni una cosa ni la otra. 'Macho' (Clave Intelectual, 2023) es el primer libro de Manuel Gare (Granada, 1993), un ingeniero informático al que siempre le gustó escribir. De hecho, con la llegada de la pandemia se matriculó en el Máster de Literatura Inglesa de la UGR. Ahí precisamente nació este libro.
Afincado en Valencia, Gare trabaja en el equipo que organiza el Salón del Cómic y del Manga de Barcelona. «Mi adolescencia está llena de comics y mangas. Es algo de lo que estoy orgulloso, han sido mi inspiración lectora y donde he descubierto grandes historias». Desde que se publicó 'Macho', en noviembre, ha ganado grandes impulsores como Bob Pop, Dani Rovira o Ángeles Caballero. Un libro que habla, de una manera entretenida, inspiradora y entrañable, de eso que llaman masculinidad.
–¿Por qué la masculinidad?
–De casualidad. Cogí la asignatura de Gerardo Rodríguez Salas en el máster y me pareció interesante. Había leído mucho sobre feminismo, en cambio de las masculinidades no tenía ni idea. Es un campo teórico muy interesante que le da sentido a comportamientos y ansiedades que suceden en nosotros. Ver que esas cosas tenían un reflejo teórico me interesó. El Trabajo Fin de Máster me sirvió para unir ideas y cosas que tenía escritas. Me quedó el gusanillo de transformar aquello en algo más personal, más literario y menos académico. Y es cuando surge el ensayo.
–Entonces, ¿es un ensayo?
–Está entre el ensayo y la memoria. Digamos que es un libro de no ficción. Huyo de hacerme el listo en la vida y hacer un ensayo te conduce exactamente a eso: a poner todo lo que sabes de algo (ríe). Para mí 'Macho' es más un libro circunstancial de diferentes palos de mi vida.
–¿Cómo reacciona la gente?
–Hace poco alguien me preguntó si había escrito un libro de aliado feminista (ríe). La primera impresión suele ser: «¡Un tío repartiendo carnets de feminismo!» o «¡lecciones para hombres!». Pero no, no va por ahí. Lo digo en el libro, el feminismo está ahí, sí, pero esto no va de feminismo.
–El tono, de hecho, no es reaccionario. Es conciliador, incluso.
–Esa era mi pequeña obsesión. El libro no es un diccionario ni un recetario sobre masculinidad. Por mi tipo de escritura veréis que no me interesa dar lecciones. Creo que 'Macho' cuenta una experiencia compartida.
–Empieza en un partido de fútbol, llamando a alguien «mariquita». ¿Hemos aprendido ya el peligro de las palabras?
–Estamos en un momento mejor, pero, al mismo tiempo, con mucho que hacer.
–Pero si alguien dice «maricón» en un partido de fútbol, nos salta automáticamente la alarma.
–Sí, somos más conscientes del daño que podemos infringir a los demás. Eso va de la mano con el progreso como sociedad. Lo alarmante es que hay quienes quieren desarmar eso... Hoy somos más libres y se puede hablar de todo. Y soy de la opinión de que los que dicen que ya no se puede decir nada son los que llevan toda la vida diciendo barbaridades. No hay un problema de libertad de expresión, hay un problema de inmediatez y de falta de reflexión.
–El libro parte de cómo el deporte, desde niños, nos marca.
–Nos condiciona para el resto de la vida. Yo jugaba al fútbol de niño en Granada y tengo recuerdos súper vívidos de auténticos gallineros: padres gritando, insultos, situaciones muy feas con los árbitros... Si vives eso con 8 o 10 años, ¿cómo no te va a afectar? ¿Cómo no contemplar el mundo desde tan temprano de una manera agresiva y competitiva? Y no solo hay que jugar, también como espectadores se crean rivalidades... Un campo de cultivo que provoca una competitividad que te va a afectar el resto de la vida.
–¿Hay que repensar el deporte?
–Para mí el deporte ha sido un viaje de ida y vuelta. Empiezo de chico a tope, luego viene el desencanto y ahora he vuelto de una manera que reconozco que es vital. Lo necesito. Luego, en la sociedad, hay gente como Nadal que lo ha ganado todo y que sigue buscando un éxito a pesar de estar rompiéndose porque su idea de éxito, de realizarse, es llevarse al extremo. Esa idea de éxito, de demostrar algo a la sociedad, nos cala, nos llega a todos.
–¿Y es una mala idea?
–En la vida, como todo, con mesura. No está mal intentar dar el máximo, alcanzar tus metas... Pero también hay que saber parar. Nuestra cultura masculina no nos enseña a parar, a avalorar lo que hacemos y por qué lo hacemos. Si te estás rompiendo y sigues... hay algo que no cuadra.
–Eso lo vincula, por ejemplo, a la productividad en el trabajo.
–Sí, son distintas piezas que no conectamos inicialmente. Hay mucha gente que, como no puede triunfa en el deporte, busca una manera de realizarse que, por lo general, suele ser el trabajo. Y nuestra cultura de productividad nos lleva a unas cotas de autoexigencia que puede no estar mal... el problema es los cadáveres que dejas atrás: familia, amigos, pareja...
–En esa masculinidad, el sexo es importante y cuenta experiencias, en el instituto, que le sonarán a más de uno.
–Este tema me interesaba mucho en el libro. Si vemos a los chavales homosexuales en el instituto, probablemente estén mejor que hace 10, 20 o 30 años. Y también las chicas, con más referentes sanos relacionados con el feminismo, con empoderarse, con qué aceptar y qué no... Pero el chaval hetero de 15 años que quiere follarse a medio instituto no tiene esos referentes. Nunca hemos pensado que para él hacían falta referentes más sanos. ¿Cuáles tiene? Hay de todo, sí, pero muchos adultos referentes para los adolescentes lanzan los mismos mensajes que se han mandado toda la vida. Damos por hecho que el chaval hetero de 15 años va a ser un orangután y creo que podemos hacer más que eso.
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