Ana Tomás García
Viernes, 23 de agosto 2024, 00:26
Ernesto Cantalapiedra encabeza las cartas con un «Distinguido señor mío…» (también en femenino cuando es el caso), porque él escribe cartas en estos tiempos que corren, y aunque el 'distinguido señor mío' suena anacrónico y obsoleto, cree con firmeza que es la esencia de las ... buenas maneras que hoy en día se dan por desaparecidas, «…me complace comunicarle que ha sido elegido como uno de los destinatarios de mi particular correspondencia…», escribe a continuación y enseguida comienza a dar datos para no marear demasiado la perdiz: «…ya que estoy seguro de que nadie le escribe desde hace mucho tiempo, si no es para informarle del estado de sus cuentas bancarias, sus recibos de electricidad y agua o meros trámites burocráticos que siempre van acompañados de algún desembolso económico…».
Publicidad
Es posible que, habiendo leído esas líneas, el destinatario empiece a reaccionar de manera perpleja, pero continuará leyendo, puesto que el ser humano, por naturaleza, es curioso.
«…y seguro que ya no espera con ilusión una carta, como antaño hacían sus padres, sus abuelos; cartas de amor, cartas de te echamos de menos, cartas de ha nacido un ternero o nos hemos comprado un seiscientos; de felices fiestas y próspero año nuevo, de ha caído una granizada y la cosecha está toda por el suelo; murió Antoñito el relojero y la vecina de al lado ha tenido gemelos».
La perplejidad, por supuesto, va en aumento.
«No se asuste, no estoy loco, ni estoy perdiendo el seso, es que me gustaría tanto que no desaparecieran buenos hábitos que ya no tenemos… En fin ¿recuerda usted lo que es la caligrafía? ¿La ortografía? ¿Recuerda el papel para cartas, la pluma, el secante, la tinta? Sobre el buró del abuelo o sobre la tosca mesa de la cocina escribía la gente el transcurrir de sus vidas, y tardaban semanas, incluso meses, en recibir algunas noticias… Y esa sensación de estar haciendo algo importante cuando se compraba un sobre especial para el extranjero, ¿qué me dice?, esos sobres de perfil intermitente, como pespunteados con tinta de color impresa, un sobre que viajaría en barco o en avión a su destino, lejos, muy lejos… Al cartero todo el mundo le tenía estima, se le ofrecía el botijo en los sofocantes días de verano y un ponche reconstituyente cuando el viento gélido hacía más solitario su trabajo, y esto que le estoy contando apenas pasaba hace unas décadas…»
En ese punto ya le están tomando por un chalado perdido, se preguntan de dónde habrá salido este tío.
«…pregunte, pregúntele usted a sus hijos, sus sobrinos, sus vecinos, sus nietos, si les han enseñado a escribir correctamente en la escuela, si no les suspenden por usar palabras que sólo entienden ellos porque es su nueva jerga. Obsérveles usted agarrar un bolígrafo para delinear sobre papel alguna letra; inténtelo usted mismo y verá cómo le cuesta, le dolerá la mano de la poca costumbre, incluso parecerá que tiene tembleque porque no le salen las líneas rectas. Eso sí, se ha desarrollado una habilidad asombrosa en los dedos de las nuevas generaciones para teclear sobre una pantallita minúscula donde la tecla ya no existe sino como elemento virtual, virtual, sí, que no se halla sino como mera imagen representativa del objeto. Qué tristeza, imagínese usted que tiene que comunicar con urgencia con alguien y al dichoso cacharrito se le agotó la batería o que está en un pueblecito perdido sin cobertura en mitad de la sierra… Para eso estaban los telegramas, claro que no es lo mismo, pero daban de antemano aviso de que algo trascendental pasaba, no que ahora abres la bandeja de los mensajes y cualquiera te suelta de sopetón que murió la tía Enriqueta o que al gato se lo merendó el perro de la carnicera».
Publicidad
La mayoría, al llegar ahí, arrugarán el papel y lo encestarán incrédulos en la boca tediosa de la papelera. Por fortuna, los habrá que sigan leyendo arrastrados por la inercia de la retahíla en la que los sumerge sin darse cuenta.
«Bueno, que lo único que pretendo al final es reactivar el género de la epístola, extender un poco más el tiempo, que con tanta tecnología lo único que tenemos siempre es mucha prisa, lograr caligrafiar bellos caracteres y usar, para algo más bonito que enlazar una soga a mi cuello, mi bonita firma. No tenga miedo, no trataremos asuntos de Estado, sólo cuestiones banales, un hola, qué tal, me encantan los días nublados.
Publicidad
No le molesto más, me despido atentamente de usted esperando de manera fervorosa su grata respuesta.
Ernesto Cantalapiedra».
Y así son las trescientas sesenta y cinco cartas, una por cada día del año, que ha enviado a amigos, vecinos, compañeros de trabajo, familiares, conocidos y extraños. Lo curioso es que todavía no ha recibido ninguna respuesta, y por muy distinguidos que sean, parece que ninguno confía ya en su buena letra.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
El pueblo de Castilla y León que se congela a 7,1 grados bajo cero
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.