Dibujo de Martín Morales. JUAN VIDA

Embajador vitalicio de la Alpujarra

«Nunca se casó con el poder, solo se dejó doblegar por el amor, y lo más ejemplar que tuvo fue su entrañable humanidad»

Eduardo Castro

Sábado, 27 de agosto 2022

Aunque nunca llegara a hacerse oficial su nombramiento, Francisco Martín Morales –Paco para sus amigos, Martinmorales para sus lectores– llevó siempre a mucha honra guardado junto al corazón el título honorífico de embajador vitalicio de la Alpujarra. Desde que descubrió la magia del dibujo y ... el humor gráfico para expresar tus ideas, siendo apenas un jovenzuelo estudiante de bachillerato en el colegio motrileño de San Agustín, allá por los años 60 del pasado siglo, hasta el triste día del fatídico accidente que puso fin a su inventiva creadora, en el mes de agosto de 2010, cumplió sobradamente sin desmayo ni descanso, pero con inquebrantable orgullo y una diplomacia socarrona a prueba de tirios y troyanos, con el papel de representante plenipotenciario de la comarca que le había visto crecer y convertirse en uno de sus referentes más cabales y honestos, a la vez que críticos e insobornables.

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Su brillante y exitosa carrera profesional no fue, sin embargo, un camino de rosas, sino que, como tantas veces ocurre en nuestra tierra, su decidida vocación lo llevó durante varias décadas de ciudad en ciudad y de periódico en periódico para conseguir labrarse el porvenir deseado. Así, desde sus primeros dibujos en El Faro de Motril, decano entonces de la prensa granadina, y su incorporación a la redacción de IDEAL en 1969, hasta su paso por La Codorniz' a principios de los años 70, o su posterior asentamiento definitivo en Madrid como dibujante del diario ABC en 1994, tras dos décadas trabajando en Barcelona para Interviú y Por Favor, entre otras prestigiosas cabeceras, no fueron pocos los medios y revistas de alcance nacional donde los peculiares e inconfundibles 'monigotes' de Martinmorales vieron la luz con mayor o menor asiduidad, bien como colaboraciones fijas o esporádicas, bien como viñeta diaria del periódico.

Autor de numerosas exposiciones individuales, entre las que destacan las celebradas en la sede de la Unesco en París y en el Colegio de Periodistas de Barcelona; merecedor de premios periodísticos tan destacados como el Mingote, el de la Olimpiada del Humor de Valencia o el Internacional de la Prensa; miembro numerario de la Academia de Bellas Artes de Granada y medalla de oro de la ciudad de Granada... ninguna de esas y otras muchas distinciones y merecidos reconocimientos recibidos a lo largo de su vida le hicieron nunca tanta ilusión como el que titula esta columna: embajador vitalicio de la Alpujarra, de su Alpujarra.

Un título que podía habérsele entregado en cualquiera de los varios pueblos de la comarca donde él vivió o dejó su impronta artístico-humorística (desde Almegíjar hasta Carataunas, pasando por Trevélez o Capileira, por citar sOlo los más significativos), pero que terminó haciéndose patente en Pampaneira el 10 de octubre de 1992, con el bautizo e inauguración de la calle que desde entonces lleva el nombre de Martinmorales. Aquel día fue, sin duda, uno de los más felices de su vida. Así nos lo confesó a quienes tuvimos entonces la suerte de acompañarlo, junto a Forges, Máximo, Peridis y algunos otros de sus famosos colegas de profesión. A mí me tocó presentarlo, junto a Andrés Cárdenas, cuando si alguien necesitaba allí ser presentado éramos precisamente los presentadores, pues a él lo conocía todo el mundo. Y en vez de contar la envidiable trayectoria de aquel humorista crítico que nunca se casó con el poder, que solo se dejó doblegar por el amor y que lo más ejemplar que tuvo fue su entrañable humanidad, o en vez de contar dónde nos hicimos amigos, o cómo fue nuestro trabajo en el Diario de Granada, o cuánto le gustaban los higos chumbos, me dio por dedicarle un trovo instándole a seguir pintando monigotes para hacernos reír y pensar: «Así que, tú, a dibujar/ a la Alpujarra y sus gentes;/ nosotros, a disfrutar/ de la obra inteligente/ que a todos nos legarás».

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Y así lo hizo mientras pudo. Ese es el legado que nos deja.

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