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PABLO RODRÍGUEZ
GRANADA
Martes, 16 de enero 2018, 03:04
Pudo ser la novia de Federico García Lorca, o eso creyó ella hasta su muerte. Emilia Llanos Medina, la granadina esplendorosa, una de las tres manolas, la que miraba los chopos encendidos, la que siempre cargó con la piedra autoimpuesta e injusta de la culpa por el asesinato del poeta, sigue siendo aún hoy una gran desconocida. Inteligente, culta y bien relacionada con la élite intelectual de la época, su figura ha quedado sin embargo oculta tras el mito, una personalidad singular que cobra relevancia este 2018, cuando se cumple un siglo del primer encuentro con el autor de 'Poeta en Nueva York'.
Coincidiendo con el aniversario, la investigadora Lola Manjón acaba de publicar 'Emilia Llanos Medina: una mujer en la Granada de Federico García Lorca' (Comares, 2018), un libro que recupera la verdadera talla de la protagonista a través de documentos novedosos y otros como los epistolarios de Lorca, Falla, Juan Ramón o González de la Serna.
El libro rompe con tres de los mitos que siempre rodearon a la figura de Emilia Llanos. El primero, su ascendencia burguesa. En colaboración con Manuel López Fernández, la investigadora ha sacado a la luz el expediente de nacimiento, un documento que se creía perdida hasta ahora que ha revelado el origen jienense de la considerada como la granadina perfecta. Emilia María Antonia Gumersinda Llanos y Medina nació a las cinco de la mañana del 13 de enero de 1885 en el Camino de Úbeda de Villanueva del Arzobispo. Era hija de Arturo Llanos Baeza y Ángeles Medina Huete.
Su infancia, cuenta Lola Manjón, fue la de una niña nacida en una familia ligada a la carrera militar. Su padre fue un guardia civil expedientado en varias ocasiones y finalmente expulsado del cuerpo por contraer constantes deudas; mientras que su hermano Manuel, mucho mayor que ella y con el que no mantuvo excesivo trato, también hizo carrera en el ejército, participando en las guerras de Cuba y África.
Otro de los mitos derribados está en relación con lo anterior. Emilia Llanos siempre fue vista como una persona que mantuvo una buena posición económica. Bien relacionada con la élite de la ciudad, nada hacía suponer las estrecheces que Emilia sufrió durante toda su vida. La expulsión de la carrera militar de su padre y su posterior salida del domicilio familiar provocaron que tanto Emilia como su madre y su hermana Concha tuvieran que irse a vivir con una de sus tías maternas a su domicilio, en la calle Real de la Alhambra.
Allí posiblemente hicieron frente a los problemas económicos alquilando habitaciones. Después, Emilia se trasladó al famoso piso de Plaza Nueva, 1. Allí residiría hasta el final de su vida y allí se mantuvo gracias a las escasas rentas de alquileres y de la compra-venta de antigüedades.
Sin embargo, es el tercero de los mitos derribados el más relevante. Considerada hasta ahora prácticamente como una «mujer florero, la granadina perfecta de los anuncios de Bayer», el libro de Manjón revela a una mujer que trató a los principales intelectuales de la ciudad y los que pasaron por ella desde los años 20 en adelante. A través de los epistolarios cruzados con figuras como Federico García Lorca, Ismael González de la Serna, Manuel de Falla o José Mora Guarnido surge la imagen de una Llanos que fue una importante pieza del motor creativo de aquella generación.
Una grave enfermedad le permitió entrar en ese círculo. Como revela la investigación, Llanos sufrió problemas respiratorios. Esa circunstancia la obligó a permanecer en reposo y aprovechó para ganar afición por la lectura. De manera autodidacta y fruto de una natural curiosidad, «llegó a leer obras poco conocidas en su tiempo y aún menos en el caso de una mujer, lo que la hizo bastante culta para el estándar de la época y lo que atrajo a muchos de los intelectuales que pasaron por la Alhambra».
Uno de ellos fue el pintor González de la Serna. Con él mantuvo una importante relación epistolar que se mantuvo durante más de dos décadas. Fue el accitano quien la introdujo en el círculo del Rinconcillo, presentándole en el verano de 1918 a Lorca. Del encuentro, la protagonista dejó dos narraciones: una oral al investigador lorquiano Agustín Penón y otra manuscrita conservada en un cuaderno de memorias titulado 'Suspiros del pasado' que está en posesión de la familia Osorio.
En ambos recuerda que Federico quiso conocerla tras saber que leía a Maeterlick, uno de los escritores de cabecera del fuenterino en aquellos momentos. El encuentro, por mediación de González de la Serna y con la hermana de Emilia, Concha, como testigo, se saldó de manera favorable. De hecho, el poeta correspondería días después con el regalo de una copia dedicada de su primer libro, 'Impresiones y paisajes', que hoy se conserva en la Casa de los Tiros.
Para Manjón, la granadina «era una mujer espiritualmente dispuesta a comprender y a favorecer el ambiente artístico de Granada; un engranaje importante de la ciudad que conectó además con figuras ajenas como el fotógrafo catalán Mas, que, a través de ella, se vinculó con los intelectuales de la capital nazarí; o el escritor Juan Ramón Jiménez, con el que mantuvo correspondencia y de la que quedan retratos juntos en las visitas que realizó a Granada».
Esa tendencia hacia las artes la combinó con un respeto infinito a la amistad, una característica que la empujó en muchas ocasiones a hacer de puente entre personalidades a menudo contrapuestas. «Se sabe que Emilia sirvió de conexión entre Lorca y Falla, que en algunos momentos tuvieron importantes diferencias en cuestiones morales; o entre Ismael González de la Serna y el resto de intelectuales granadinos, que dieron la espalda al pintor por la vida disparatada de este en París».
Lola Manjón se adentra también en los silencios de Llanos. El primero, su corazón. El libro deja entrever una cercana amistad con el pintor De la Serna y con otra figura relevante de aquella Granada, Rafael García-Duarte, primo de Francisco Ayala. Sin embargo, como ella misma confesaría a Penón y da cuenta la investigadora, su gran amor sería Federico. Llanos siempre se culpabilizó de no haber accedido a las insinuaciones del poeta en los inicios de su amistad.
¿Tenían poso real aquellas insinuaciones? «Emilia hizo una lectura de las cartas, poemas y palabras de Federico que le convenía, como hacemos todos. Hoy en día nadie vería nada, sin comentario previo, en la carta que ella consideraba como prueba de amor; sin embargo, así lo vivió y lo que vale es que sintió un gran amor primero y luego una amistad inquebrantable hacia él», señala Manjón.
El otro de los silencios tiene que ver con su filiación familiar con el general Llanos Medina, gobernador militar de Granada y uno de los organizadores en la provincia del golpe de estado. El papel del hermano de Emilia en la trama -especialmente la reunión que mantuvo con Queipo a comienzos de julio del 36- provocó su traslado precipitado de Granada y su cambio por el general Campins una semana antes de los hechos.
¿Tuvo información privilegiada Emilia? «Nunca lo sabremos con certeza, pero creo que la gran culpabilidad que ella sintió no se basó sólo en el hecho de no haber subido a avisar a Falla para salvar al poeta, sino en algo más. El poder que tenía su hermano debería haber servido de protección para ella y sus amistades, pero no fue así», asegura Manjón.
El conflicto deshizo bruscamente aquella Granada y Llanos pasó los 40 prácticamente encerrada en su piso. Sólo al final de su vida logró recuperar su posición en la escena cultural. «Mantuvo buenas relaciones con los intelectuales que se reunían en el Parador de San Francisco, apoyó activamente la creación de Casa-Museo Manuel de Falla y fue esencial en la investigación de Penón, a quien facilitó información y documentación».
Llanos murió en 1967, una efeméride que pasó completamente desapercibida en la ciudad el año pasado. El mítico piso de Plaza Nueva en el que vivió y por el que pasaron Falla, Juan Ramón, Burín, De la Serna, Ortiz y Penón, el que visitó Lorca en cada uno de sus regresos a la capital nazarí, ni siquiera se ha colado entre los famosos 14 lugares lorquianos que el consistorio anunció esta semana como parte de la ruta para el Año Lorca. La memoria de Granada es corta.
«Me gustaría que el Ayuntamiento la señalizara, allí estuvo lo mejor de Granada y lo mejor de lo que pasó por la ciudad», reclama. La petición devolvería a la granadina algo de lo que entregó a la ciudad: su esfuerzo en la organización de importantes actividades culturales, su capacidad para construir redes entre creadores su apoyo a los grandes intelectuales de la ciudad y su papel como perfecta embajadora. Es el legado de Emilia Llanos, la mujer tras «la mujer que miraba los chopos encendidos».
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