Después de casi nueve décadas, el barranco de Víznar, en el límite con Alfacar, sigue oliendo a pólvora y a muerte. La conmemoración de todos los años, cada 17 de agosto, no puede ser una celebración de la vida, ni de las vidas que allí ... se segaron, sino una advertencia que deberíamos tomar muy en serio para que estas no se repitan, con la guerra llamando a las puertas de Europa. Lorca simboliza también, al margen de su inconmensurable valor como poeta y dramaturgo, al hombre de la calle que se ve envuelto en una contienda –fratricida, para más 'inri'– que ni entendió ni aventuró, en su convencimiento de que el diálogo siempre debe ser posible.
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Y esta es la reflexión que anoche se pudo extraer del acto que tuvo lugar en ese mismo Barranco de Víznar, y que cada año auspicia la Diputación. La cita comenzó con la habitual ofrenda floral en el monolito que recuerda el asesinato de Federico García Lorca, y por extensión, el del resto de las víctimas caídas en aquella zona, y cuyos cuerpos aún siguen aflorando a la luz, después, insistimos, de casi nueve décadas. La propia Diputación, el Ayuntamiento de Alfacar, el Gobierno de España y los municipios lorquianos dejaron cada uno su testimonio en forma de ramo de flores para recordar a aquellos que vieron truncado el tallo de una existencia que, en el caso de Federico, aún tenía tanto tiempo por delante para seguir floreciendo.
Tras la ofrenda floral, vinieron los discursos de la alcaldesa de Alfacar, Fátima Gómez, y el del presidente de la Diputación, Francisco Rodríguez. Este último hizo hincapié en la necesidad de huir de consideraciones que se alejaran del auténtico motivo del encuentro: homenajear a Federico García Lorca desde el recuerdo. En este sentido, Rodríguez quiso destacar que es el momento de mirar su figura en la profundidad de su legado. Un legado, una memoria, que es patrimonio de todos, como de todos es deber recordarlo y protegerlo. Hizo hincapié igualmente en la universalidad de su obra, que lleva a Granada por los cinco continentes, donde su obra continúa siendo leída y representada. «Ni pretendemos, ni vamos a borrar nunca su historia», dijo el presidente. «Le quitaron la vida sin tener derecho a un juicio ni a defenderse, como segaron la vida de tantos en las retaguardias, de un lado y de otro, lejos de las trincheras, donde solo llegaba el eco de la guerra. Pero su recuerdo, su obra, sigue viva», destacó.
El acto concluyó, una vez más, con un invitado de excepción. En este caso, fue el cantaor catalán Miguel Poveda quien se encargó de poner el acento musical en la noche de conmemoración. El suyo fue, como no podía ser de otra manera, un repertorio eminentemente lorquiano, y de mucha hondura. No en vano, Poveda hizo de su disco 'Enlorquecido' un homenaje a la vida y obra del fuenterino, así que actuó con total conocimiento de causa. Comenzó con 'Canción de la muerte pequeña', una de las piezas incluidas precisamente en ese disco, para continuar con, sucesivamente, 'El silencio', 'Oda a Walt Whitman', una selección de las 'Canciones populares' de Lorca y Falla, 'El poeta pide a su amor que le escriba', 'El amor duerme en el pecho del poeta' y 'Alba'.
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