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BORJA OLAIZOLA
Jueves, 3 de septiembre 2020, 00:42
La espada de Boabdil, el último sultán nazarí de Granada, es una de las piezas más singulares de la colección del museo de San Telmo. Donada en 1940 a San Sebastián por la marquesa de San Millán, descendiente de una influyente familia cuyos antepasados se remontan a la época de la toma de Granada por parte de los Reyes Católicos, la también conocida como espada jineta recuperó el año pasado su antiguo esplendor gracias a una minuciosa restauración. De forma paralela se puso en marcha una exhaustiva investigación que pretende despejar todas las incógnitas científicas e históricas que planean sobre el arma. El estudio, que culminará en unos meses, arrojará luz sobre algunos de los enigmas que intrigan desde hace décadas a los que mejor conocen la pieza.
La de San Telmo no es la única espada que lleva el nombre del último monarca de la dinastía nazarí. Se conocen al menos otras once con características similares. Son las llamadas jinetas, unas espadas introducidas por unos mercenarios de una tribu norteafricana conocida como los zenetes que fueron contratados en el siglo XIII por los gobernantes musulmanes para enfrentarse a las tropas cristianas. Los zenetes introdujeron avances, entre ellos unas espadas más cortas y ligeras, que revolucionaron la forma de luchar a caballo.
Ana Santo Domingo, especialista de San Telmo que supervisó la restauración de la pieza, lo explica así: «En lugar de montar a la brida, es decir, con el estribo bajo y las piernas extendidas, los zenetes montaban con las piernas dobladas y apoyadas en estribos elevados, lo que les daba mayor velocidad. La admiración que causó la técnica de monta 'a la jineta' hizo que los guerreros de la Reconquista la imitaran». Las nuevas armas sustituyeron así a los pesados y largos espadones que hasta entonces habían usado los cristianos.
Las llamadas espadas de Boabdil, sin embargo, no fueron concebidas para el combate. Se trata de piezas exquisitamente ornamentadas en cuyas empuñaduras se pueden encontrar materiales como el oro, la plata, el marfil o los esmaltes. La primorosas filigranas que lucen hablan del sorprendente desarrollo que alcanzaron las artes decorativas en los estertores del periodo andalusí. Son espadas fabricadas para ser lucidas por el rey nazarí y sus más altos dignatarios en las ceremonias de representación.
Además de ser una de las mejor conservadas, la de San Telmo es también una de las cuatro que conservan su vaina y los correajes para sostenerla, los llamados tahelíes. Eso proporciona a los especialistas una ventaja añadida a la hora de indagar en su pasado, ya que el tejido de los tahelíes puede aportar pistas adicionales sobre la fecha y el lugar donde fueron fabricadas.
La investigación sobre la pieza de San Telmo tiene una vertiente física y otra histórica. La primera va a permitir determinar con exactitud los materiales utilizados en la fabricación de la espada. Un equipo de investigación de química analítica de la Universidad del País Vasco ha examinado en detalle tanto la empuñadura como la hoja y la vaina. «Los profesores Nagore Prieto y Kepa Castro analizaron la espada con varios instrumentos de laboratorio en el mismo museo», explica Ana Santo Domingo.
Se confirmó que la hoja es de acero y que en la empuñadura y la vaina se alternan el oro y la plata. «Además, se apreciaron restos de mercurio que indican que se utilizó una técnica que se llama dorado al fuego que se utilizaba para adherir el oro a su soporte». El estudio también aclaró que los tonos de color de la empuñadura corresponden a pastas vítreas y no a esmaltes o incrustaciones minerales.
El correaje ha sido a su vez enviado a un laboratorio de Madrid especializado en el análisis de tejidos medievales para determinar cuestiones como la naturaleza del tinte de las fibras. «Los materiales y sobre todo las técnicas que se utilizaron van a permitir reconstruir con bastante exactitud dónde y cuándo se fabricó la espada», apunta Ana Santo Domingo.
La segunda vertiente del trabajo de investigación guarda relación con los signos que recubren tanto la empuñadura como algunas partes de la vaina. «Se han registrado hasta 47 inscripciones de caracteres epigráficos árabes que van a ser estudiadas por el arqueólogo Julián Ortega, un especialista en el mundo andalusí».
En el cuaderno de investigación Miaka que San Telmo dedicó a la espada con motivo de su restauración se puede leer lo siguiente: «Los caracteres presentes en la empuñadura y en la vaina forman probablemente un conjunto, una secuencia, marcada por la disposición de las cartelas centrales situadas en los anversos de los elementos metálicos, y rodeadas de textos con signos repetidos integrados con el resto de la decoración envolvente con presencia en el reverso».
Otra de las ramas de la investigación sobre la espada se extiende a la documentación. El museo ha encargado al profesor y antropólogo José Antonio Azpiazu que explore los voluminosos archivos de los Marqueses de San Millán, depositados en el Archivo Municipal de San Sebastián, en busca de documentos que permitan reconstruir el itinerario que siguió la pieza desde la Granada del siglo XV a la Donostia del XX. Se trata de una búsqueda que puede resultar decisiva a la hora de determinar si la espada de San Telmo perteneció o no al propio Boabdil.
Lo que hasta ahora se sabe sobre su origen es que los Reyes Católicos se la entregaron tras la toma de Granada a Iñigo López de Mendoza, a quien nombraron primer alcaide de la Alhambra y capitán general de la ciudad conquistada.
«Don Iñigo -se lee en el cuaderno de investigación Miaka sobre la espada- formaba parte del linaje de la poderosa familia Mendoza, de procedencia alavesa. Con el paso del tiempo su propiedad recayó en el almirante Antonio de Oquendo (1577-1640) y posteriormente formó parte del legado de uno de sus descendientes, la que fue su última propietaria, doña Blanca Porcel y Guirior, marquesa de San Millán y Villalegre, que finalmente fue la que la donó a San Telmo en el año 1940. Desde ese momento, la Comisión Permanente aceptó dicha donación con fecha del 22 de mayo de 1940 e ingresó en el museo el 2 de julio de 1941».
Uno de los muchos interrogantes que plantea la espada de Boabdil de San Telmo tiene que ver con las marca que su fabricante grabó en las dos caras de la hoja. Se trata de un doble círculo que rodea unos caracteres posiblemente cúficos -la más antigua de las caligrafías árabes- hechos con un punzón.
Los armeros de mayor prestigio acostumbraban a dejar su sello en las hojas de sus espadas, así que no es de extrañar que una pieza tan exquisita como la de Boabdil lleve la marca de su fabricante. Se espera que la investigación encargada al arqueólogo arroje algo de luz sobre una pista que podría ser decisiva a la hora de determinar si el arma perteneció o no a Boabdil.
A expensas del resultado que arroje ese estudio, de momento solo una de las doce espadas jinetas de las que se tienen constancia puede acreditar que fue propiedad del último rey musulmán de Granada.
Se trata de una pieza soberbia que se custodia en el Museo del Ejército de Toledo que llegó a manos de los Reyes Católicos después de la batalla de Lucena de 1483, que fue la antesala de la caída de Granada nueve años más tarde.
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