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El escritor e investigador José Soto, rodeado de reyes en Santa Fe. J. A. M.
El escritor José Soto ilumina la edad más oscura de la historia

El escritor José Soto ilumina la edad más oscura de la historia

El investigador granadino ha publicado el ensayo 'Leovigildo', en torno al creador del reino visigodo, y 'Egilona', una novela sobre su última reina

Viernes, 29 de marzo 2024, 00:49

Al escritor granadino –de Santa Fe– José Soto una mina antipersonas le robó en buena parte la luz física en una acción militar. Pero esa bomba encendió en él otra luz, la misma que le ha guiado hasta convertirse en uno de los más prestigiosos autores de novela y ensayo históricos. Su repercusión es ya internacional, y sus dos obras más recientes, el ensayo 'Leovigildo. Rey de los hispanos' (Desperta Ferro Ediciones) y la novela 'Egilona. Reina de Hispania' (Espasa) ya son éxitos. El autor se ha especializado en dar luz a un periodo que se ha considerado oscuro: la Edad Media, pero que en España, afirma, no lo fue tanto. «Hemos comprado la mercancía que vendía la historiografía británica y de ciertas partes de Europa que tacha al medievo de ser un periodo realmente oscuro, aunque en España no lo fue en absoluto. Hubo cultura, hubo libros y hubo arte. La primera universidad la fundó una mujer en Fez en 859, y la primera enciclopedia se escribió en Sevilla en 621. Un rey visigodo supo que la tierra era esférica y pudo calcular su órbita», dice como ejemplo.

El autor charla con IDEAL junto al busto de otra reina, la Católica, la primera en reinar en una Hispania unida, y con sus dos obras bajo el brazo. En cierta medida, con la edición de ambas cierra un círculo, el de la dominación visigoda, un reino cuyo creador fue Leovigildo y cuya última regente fue Egilona. Sobre el primero de los monarcas, el escritor ha tejido un retrato que derriba muchos mitos. Uno de ellos, generalizado por la escuela nacionalcatólica, que era un pérfido que mató a su hijo por un problema de religión, ya que él era arriano –hereje– y su vástago, San Hermenegildo, un piadoso príncipe fiel a Roma. «Leovigildo sentó las bases de la monarquía hispánica. Al llegar al trono en 569, la Hispania visigoda era un mundo condenado a desaparecer, sumida en una crisis a todos los niveles: política, económica, climática... Hermenegildo conspiró contra su padre y planeó su asesinato a manos de 300 hombres. Fue un hijo rebelde y con una ambición descarnada, a quien su padre mató porque no tenía otro remedio. La culpa, de hecho, se lo llevó a la tumba», asegura.

Un reino como el visigodo fue un asunto de magnitudes: de cómo apenas 100.000 personas fueron capaces de imponerse a cinco millones, la población total. «Leovigildo trató de unificar religiosamente a Hispania en torno a un arrianismo dulcificado, pero fracasó, y comprendió que debía colocar al lado de su sucesor, Recaredo, a consejeros católicos, como el obispo Leandro o el abad Vicente». Efectivamente, el monarca consiguió lo que quería, reflejado en las actas del Concilio de Toledo: un señor, un pueblo, un pastor. Para conseguirlo, sin embargo, tuvo que tener siempre la armadura puesta. «Nunca en la historia de España ha habido un rey tan guerrero como Leovigildo. Gobernó su reino desde el caballo y con la lanza. No se conformaba con dirigir, se ponía al frente de sus tropas, por lo que se convirtió en un ídolo», señala José Soto. También destaca, sin embargo, su dimensión como legislador, ya que, afirma, comprendió perfectamente que los territorios se conquistan con la espada, pero se mantienen con la ley.

Una mujer entre dos mundos

Un siglo más tarde que Leovigildo, Egilona, esposa de Rodrigo, el último rey visigodo, se encuentra ante la tesitura de ser una reina sin corona ni poder o ser una pieza clave en los primeros años de dominación musulmana. Y escoge, como José Soto detalla en su novela, lo segundo. «Es una mujer a la que nunca perdonaron ni musulmanes ni cristianos que tratara de convertirse en un puente vivo entre dos mundos». Tras ver cómo perecía su marido en la Batalla de los Montes Transductinos –conocida aún como Batalla de Guadalete, por error– y se derrumbaba su mundo, renació de sus cenizas y se convirtió en la primera figura del naciente Al Andalus al cazarse con Abdalaziz, el primer gobernador de la región, hizo de Muza, el conquistador.

«Egilona fue la llave del naciente gobierno: conocía el terreno, tenía los contactos, sabía cómo funcionaba el reino. Cuando un cronista contemporáneo anota en 716 a Egilona, la sigue llamando 'reina de Hispania', aunque el reino, como tal, no exista», afirma el investigador. Los cronistas posteriores la trataron de traidora por casarse con su enemigo, y los musulmanes como una mujer perversa y manipuladora que llevó a Abdalaziz a la ruina. «En realidad, lo que ella tenía era un proyecto: Hispania. Así, convenció a su segundo marido para sublevarse contra el califa y hacer el primer intento, luego culminado en época omeya, de convertir a Al Andalus en un reino independiente. Fracasó, pero lo intentó», destaca.

Otro de los personajes que desfilan por la novela de Soto es Pelayo, tratado por unos como el rey que inicia la Reconquista y por otros como un simple montaraz sin importancia real, protagonista de la escaramuza o batalla de Covadonga, que navega entre la leyenda y la realidad. «Pelayo creció en la alta nobleza de la Hispania visigoda, espatario de Rodrigo –uno de sus hombres de confianza–. En 711 estaba en la cima del poder político. Era sobrino político de Egilona, y cuando cayó el reino visigodo, no quiso someterse, como otros, al nuevo orden. Solo él y unos pocos optaron por desprenderse de sus posesiones y resistir a ultranza», relata el autor. «Quizá Covadonga fuera una victoria mínima, pero está cargada de una gran fuerza simbólica. Al norte surge un nuevo Estado que quiere ser continuador de la Hispania visigoda».

Egilona fue, en cierta medida, el envés de la hoja de Pelayo. «Fue una mujer muy práctica, que buscó el acomodo de la oligarquía visigoda en el nuevo orden, con el fin último de que el bienestar de la población mejorara. Para mí, ambas posturas, la de Pelayo y la de Egilona, son igualmente loables», dice. En torno a esta mujer que podría haber inspirado a Maquiavelo, Soto pergeña una trama que entretiene tanto como enseña.

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