![El escultor que revivió a Elena](https://s2.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/2024/09/27/castro%20(3)-kA7F-U2201344335887dAD-1200x840@Ideal.jpg)
Arte en Granada
El escultor que revivió a ElenaSecciones
Servicios
Destacamos
Edición
Arte en Granada
El escultor que revivió a ElenaJosé Antonio Castro conoció a Elena Martín Vivaldi, la gran poeta granadina del siglo XX, en el transcurso de unos encuentros para creadores en la Fundación Rodríguez-Acosta. Por allí andaban también Bernardo Olmedo, el ínclito Pepe Ladrón de Guevara, Rafael Guillén, Miguel Ruiz del Castillo... imagínense. Hablaron de pintura, escultura y literatura. «Era una mujer muy ilustrada, seria, serena y tímida en apariencia», recuerda José Antonio. «En las distancias cortas era la amabilidad en persona». Y así fue exactamente como la esculpió, ilustrada, seria, serena, tímida y amable, en el precioso monumento que todos los granadinos pueden disfrutar desde 2010 en el bulevar de los personajes ilustres de la avenida de la Constitución. Es ella. Doña Elena. La poetisa. La de los ojos achinados. Con un libro entre las manos donde se puede leer 'serena de amarillos tengo el alma' –en referencia a su célebre poemario–.
Y es que José Antonio Castro Vílchez (Granada, 1938) no es un escultor cualquiera. Es un escultor dotado de la destreza para capturar el alma. Por eso, quizá por eso –permítame la sugerencia, querido lector–, no debería de perderse la exposición que se puede ver hasta el 16 de octubre en el Centro Cultural Gran Capitán, en la que se recorre, en diferentes etapas, todas las creaciones del autor de estatuas tan conocidas como la de María la Canastera –también en la avenida de la Constitución de Granada–,La Mondera en la avenida de Europa de Motril o Los Coloraos en la Plaza Vieja de Almería, ciudad a la que está estrechamente ligada la biografía de un granadino de pura cepa. Tanto que nació a la sombra de la Alhambra.
Sí, José Antonio Castro vino al mundo en la Huerta de Fuente Peña, en la entrada del Generalife. «Yo de niño me bañaba en los jardines bajos», recuerda. «Cuando no había tantos turistas y tanta gente». «Nací rodeado de belleza –reflexiona– y eso influyó, sin lugar a dudas, en mi imagen plástica». Como también influyó su cuna. Su padre Francisco Castro era ebanista y el pequeño José Antonio no tardó en entrar de tallista en un taller que había en la calle Almanzora Baja.
Su gran habilidad fue el dibujo y por eso accedió en 1951 a la Escuela de Artes y Oficios de Granada, donde aprendió de maestros como Gabriel Morcillo y Antonio Martínez Olalla –«este último también fue un maestro en la vida», confiesa–.Y donde tuvo como compañeros a insignes artistas como Aurelio López Azaustre,Manolo Palma yPepe Rodríguez.
Aunque el punto de inflexión en la incipiente carrera de José Antonio llegó en 1961, cuando ganó una beca de 10.000 pesetas del Ayuntamiento de Granada durante tres años que le obligaba, sí o sí, a salir al extranjero. Y José Antonio eligió, cómo no, París. ElParís de Rodin, el de los Móviles de Alexander Calder, el de Gargallo, el del Museo de Arte Contemporáneo, donde pasaba las mañanas enteras. «Comía baguettes y latas de sardinas para ahorrarme unas pesetas», rememora.
También era aquel París donde los españoles emigraban para currar en la Citroën y para convertirse en ciudadanos de segunda. Allí, en la Ciudad de la Luz, conoció otros materiales y otras técnicas que, poco a poco, fue incorporando a su prolija producción.Lo pueden ver en el Centro Cultural Gran Capitán, donde recopila un centenar de obras –incluidos bocetos, bajorrelieves y cuadros– realizadas en barro, piedra, madera, bronce, cerámica y resina de poliéster. También algunas de las herramientas con las que trabaja en su estudio de la calle Pintor Francisco Pradilla. Porque a sus 87 años sigue en el tajo.
Después regresó a España. Estudió en la Escuela Superior Santa Isabel de Sevilla, un título que le abrió las puertas de la docencia.Primero en la Escuela de Artes y Oficios de Almería y después en la de Granada. «Podría haber elegido cualquier lugar de España, pero me decanté por Almería porque estaba más cerca de Granada», reconoce. Fue cuando Martínez Olalla le aconsejó «tú sigue creando, pero siempre con la espalda cubierta». Y las aulas, sin lugar a dudas, se la cubrían.
José Manuel Pita Andrade, historiador del arte, ha dicho de Castro Vílchez que «refleja el afán de que la escultura sea ante todo una sobria expresión de formas en las que depura la realidad concreta». «En este sentido –agrega– queda plenamente inserto en las inquietudes del arte de nuestro tiempo». «Lo puramente anecdótico pasa a segundo plano, aunque se deja seducir muchas veces por los ritmos y los juegos de planos que se producen a través de las líneas curvas y contracurvas», concluye.
El poeta Antonio Carvajal también le dedica unas emocionadas palabras. «Nostalgia entre cumplidas soledades alzan a su vivir un monumento, con amarillos labios, con cansada materia de esperanza, con tus manos a su servicio dadivosas, dando de ti tu mejor tú sin que la tierra lo sienta».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
Inés Gallastegui | Granada
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.