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Granada es un lujo como ciudad, que muchos granadinos no apreciamos por permanecer en una suerte de síndrome de Stendhal permanente, o quizá por estar más pendientes del suelo –léase pantalla del móvil– que del cielo y el paisaje que circunda nuestro discurrir diario. Por eso, es necesario que, siquiera de vez en cuando, nos recordemos la suerte de que disfrutamos, simplemente por el azar de nuestra natura. Y esto es lo que consigue, con un lujo inusual para estos tiempos de minimalismo, el libro 'Estampas de la Granada perdida', de Sebastián Pérez, que publica la editorial granadina Entorno Gráfico Ediciones. Un volumen de más de 520 páginas con 500 ilustraciones, y que merece la pena tener y conservar, como un antídoto contra el olvido y la gentrificación.
El libro, que se presentará el próximo viernes 6 de mayo a las 20.00 horas en el salón de actos del Colegio Mayor San Bartolomé y Santiago, es uno más de los inesperados frutos de la pandemia en lo literario. Tal y como cuenta en el prefacio de la obra el expresidente del Gobierno Mariano Rajoy, en los primeros días del confinamiento, allá por el mes de marzo de 2020, Sebastián Pérez, como tantos otros españoles, decidió organizar papeles, fotos y recuerdos, esos que casi todos tenemos en desorden en nuestras casas. En la buhardilla de su casa encontró unos documentos de su padre, Sebastián Pérez Linares, al que una cruel enfermedad se llevó con 72 años, en 2006. Las notas que su hijo descubrió en la buhardilla recogían un trabajo que nunca había visto la luz. Constituyen un concienzudo estudio sobre los oficios hoy perdidos y Sebastián quiso terminar su obra y ponerla en conocimiento de todos los granadinos, en homenaje a su padre.
El volumen se inicia con una cita de Rafael Guillén, poeta granadino y Premio Nacional de Poesía, extraída de su obra 'Ser un instante': «Vivir es detenerse con el pie levantado, es perder un peldaño, es ganar un segundo». Y ese es el objeto de este libro: una incitación a detenerse en lo que habitualmente pasamos por alto. A ello invita la nota que el autor encontró en la buhardilla, manuscrita por su padre: «El deseado y afortunadamente inevitable progreso social hace que, con el paso del tiempo, los pueblos abandonen progresivamente tradiciones y sencillas costumbres populares, que nos traen recuerdos de un lejano ayer de infancias, para llenarnos de nostalgia por el encuentro de una ciudad alegre y vitalista, capaz de superar dificultades materiales y hondos problemas convivenciales como lo fue la Granada de mi infancia».
Y continúa: «Aquella sociedad de mis días escolares, la de los barrios con personalidad propia, la de los pregones y los tipos populares, la de las gentes que celebran el día de la Cruz en el rincón de una placeta recoleta o en el patio, íntimo siempre, de una casa de vecinos, me vienen tentando desde hace años a escribir, en mis ratos libres, ahora más numerosos, mi personal testimonio…».
En el primer capítulo del libro, Sebastián Pérez deja claro lo que son sus objetivos: «No pretende ser una obra para eruditos ni estudiosos (...). Se trata de un libro que nace de la vocación más simple, pero a la vez más hermosa, de vertebrar, a través de los oficios perdidos, un profundo amor por la tierra que me vio nacer. Es una compilación que recoge el trabajo, el esfuerzo y el sacrificio de los más modestos, de los que nos dejaron, sin género de dudas, una Granada más próspera y justa».
El libro incluye 39 capítulos, cada uno dedicado a un oficio de aquellos que durante décadas fueron un motor económico de nuestra ciudad y que permitieron que muchas familias pudieran salir adelante. Un segundo bloque, llamado 'El arte en los oficios perdidos' repasa obras pictóricas y grabados históricos, vinculados todos ellos a estos trabajos, que atrajeron y sedujeron a muchos de nuestros mejores artistas del siglo pasado. Finalmente, recoge 24 páginas de las Ordenanzas del libro de Ceremonias de la Ciudad de Granada del año 1752: un ejemplar de extraordinario valor histórico, propiedad del catedrático de nuestra Universidad Miguel C. Botella López, cedido generosamente para esta edición y que permite conocer cómo nuestra ciudad hace siglos tenía una legislación única y ejemplar en la organización de los oficios.
Por la obra desfilan los ancestros del autor, dedicados a la enseñanza; las cartillas de racionamiento; sencillas ceremonias familiares en las que comer era lo más importante; recetas milagrosas contra la tuberculosis, como beber leche de cabra directamente de las ubres, o máscaras para evitar los problemas respiratorios... Y sobre todo, imágenes –muchas de ellas inéditas– de oficios que hace décadas eran imprescindibles para la vida, y hoy el progreso dejó atrás: aguadores, neveros, esquiladores, betuneros, serenos, candeleros, cazolillas, y un largo etcétera de personajes que trataban honradamente de buscarse la vida en una Granada que ya no existe.
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