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Días felices. Foto dedicada por Federico a Emilia Llanos en 1931. MUSEO CASA DE LOS TIROS
Federico y Emilia Llanos, 100 años de amistad

Federico y Emilia Llanos, 100 años de amistad

La atracción que se produjo entre ambos fue instantánea. Para Llanos, fue amor; para Federico, una comunión de almas y de sensibilidades | Hoy se cumple un siglo del inicio de la relación entre el poeta y la más ferviente de sus seguidoras

JOSÉ ANTONIO MUÑOZ

GRANADA

Miércoles, 29 de agosto 2018, 01:07

Tres agostos marcaron la vida de Emilia Llanos Medina, una de las grandes amigas de Federico García Lorca. Y dentro del mes de agosto, dos días tales como hoy. El primero, en 1918, el día en que, tras conocerlo, recibió su primer presente, un ejemplar dedicado de 'Impresiones y paisajes'. La primera piedra de una amistad que fue más allá de la muerte. El segundo 29 de agosto, 49 años después de ese encuentro con el poeta, fue el último día en este valle de lágrimas para Emilia. Tras la ventana de su piso de Plaza Nueva, 1, observaba un verano, una ciudad, muy distinta de la que compartió con quien para ella fue mucho más que un amigo. Probablemente, su honda fe la confortó ante la perspectiva de reunirse con Federico en la otra vida, y pedirle perdón por esa daga que el tercer agosto, el más terrible, el de 1936, le clavó en el alma.

En el más prometedor de los tres, el de 1918, Europa estaba en guerra. Sin embargo, la apacible Granada vio cómo dos jóvenes coetáneos hasta el límite -el poeta Federico García Lorca y el pintor accitano Ismael Gómez de la Serna se llevaban un día-, veinteañeros e inquietos, subían a la calle Real de la Alhambra para que el de Guadix presentara al de Fuentevaqueros a «una mujer que leía a Maeterlinck -autor belga del célebre cuento fantástico 'El pájaro azul'-». El 'flechazo' entre Lorca y Llanos fue instantáneo. Para Emilia, fue amor a primera vista, a pesar de que le llevaba diez años. Para Federico, quizá, algo parecido a la devoción, al amor platónico, a tenor de las palabras empleadas en los escritos que intercambiaron.

Lola Manjón, autora de la biografía 'Emilia Llanos Medina: una mujer en la Granada de Federico García Lorca', publicado por Comares este mismo año, comenta que «la visita impactó a García Lorca. Lo revela el hecho de que al día siguiente, este subiera solo a la casa para regalarle un ejemplar de su libro. La dedicatoria firmada por Federico ese mismo día dice así: A la maravillosa Emilia Llanos, tesoro espiritual entre las mujeres de Granada, divina Tanagra del siglo XX. Con toda mi admiración y mi fervor, Federico. 29 de agosto de 1918».

Complicidad

A partir de ese momento, el poeta y la dama se hicieron inseparables. No importaba que ella le llevara más de diez años a él. Emilia, además de lectora inquieta, fue una de las mujeres más implicadas en la escena cultural de la ciudad. Federico se volcó con su nueva amiga. Apenas quince días después del primer regalo vino otro: un ejemplar dedicado de 'Hamlet' de William Shakespeare. Largos paseos por los jardines alhambreños, dieron pie a animadas conversaciones donde los sueños de ambos convergieron, donde él le leyó y dedicó versos que luego verían la luz en 'Libro de poemas' y 'Suites'.

La marcha del poeta a Madrid, donde se trasladó a la Residencia de Estudiantes apadrinado por Fernando de los Ríos, puso distancia física, que no de afecto, en la relación. Fueron alejamientos temporales y reencuentros frecuentes, cada vez que él volvía a su tierra. Una tierra que, como escribiera a su amigo el compositor Adolfo Salazar, amaba tanto como detestaba a veces: «Este ambiente provinciano terrible y vacío llena mi corazón de telarañas». Desde Madrid, Lorca añoraba de Granada esos paseos con Emilia, a quien le escribe: «Yo la veo en medio de ese maravilloso paisaje granadino como la única mujer granadina capaz de sentirlo y me alegro extraordinariamente de tener una amiga que mire los chopos encendidos y las lejanías desmayadas como si yo las mirase».

Llanos estuvo sentada junto a Federico en las veladas del Concurso de Cante Jondo, el 13 y el 14 de junio de 1922 en la Plaza de los Aljibes de la Alhambra, a cuya organización contribuyó ella de forma decisiva. De los casi 18 años de amistad compartida quedan cartas, dedicatorias en libros y fotos, dibujos, en los que las palabras del gran escritor son transparentes: «A mi encantadora Emilia Llanos. Recuerdo de cariño y admiración de su devoto Federico. 1931».

Este recuerdo quiere centrarse en los agostos felices que Lorca y Llanos compartieron. El más oscuro lo trajo la guerra y un asesinato del que se sintió culpable por omisión, quizá tanto como los Rosales, íntimos amigos como ella, a quienes todo lo ocurrido afectó gravemente. Después de aquel 18 de agosto de 1936, nada en la vida de Emilia volvió a ser igual. Fue de las primeras personas en enterarse de la muerte de Federico. Sus intentos por interceder ante las autoridades sublevadas fueron inútiles.

Quizá agobiada por esa culpa, facilitó la investigación contracorriente de Agustín Penón, en 1955. Incluso pensó en comprar ciertos terrenos donde se suponía que estaba enterrado el poeta. Y siguió mirando a la ventana, esperando la visita de su amigo, con quien se reunió, seguramente para seguir leyendo y paseando, otro 29 de agosto. Corría el año 1967.

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