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Los bailarines anoche en un momento de su actuación. Alfredo aguilar

Actuación deslumbrante de la granadina Blanca Li en el Generalife

Doce bailarines y un corifeo negro que canta, tamborilea y tañe protagonizan el espectáculo 'Solticie'

Andrés molinari

Granada

Domingo, 27 de junio 2021, 01:48

El solsticio, recién estrenado por el planeta Tierra, se tornó anoche también estreno en nuestro Festival. Tras pasar por París y Barcelona, este espectáculo llega a la tierra de su autora. Y sus paisanos se desgañitaron aplaudiéndola. No es para menos.

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Un trabajo rabiosamente actual con las mascarillas nuestras de cada día asomando en la última y delirante escena como pequeñas mascotas unidas a los rostros de los danzantes. Ella no pretendía aludir a la pandemia sino referir ese chapapote que hogaño hiede en parte de nuestra sociedad, pero la realidad, que siempre supera la ficción, ha dado un nuevo sentido a estos bozales negros del danzante homo sapiens.

Doce bailarines y un corifeo negro que canta, tamborilea y tañe. Juntos son hojas secas de color paja que el aire ablenta por un bosque donde ellos mismos son la arboleda. En unas escenas muy brillantes, como cuando los cuencos piden agua o el humor casi aflora, mientras que en otras más parecen lánguidos adanes y evas ya sin paraíso. Aunque siempre oxeados por un ritmo imposible sin una preparación esmerada. Y cuando una escena comienza a aburrir por repetitiva, otra explosión de genio, como ese tul blanco que convierte a los bailarines en ángeles con las alas deshilvanadas.

Un turbión de vida derrama sobre el linóleo denuncia ecológica y poesía volcánica a partes iguales. El aire convierte los jirones en banderas no de rendición sino de limpieza, que lo blanco nunca cesa en escena. Hasta las nubes tienen su albura. Agua añorada y lluvia de tierra. El fuego ya lo ponen sus bailarines, con saltos al unísono, revolcones sin fin y cuerpos en arco que lanzan la sagita casi doliente del velamen sin balandro.

Danza y pintura

La cuasi desnudez de los cuerpos y los brazos, ya aspas ya alas, pronto hacen volar nuestra memoria hacia Matisse y su portentosa danza. Blanca, que se confiesa minimalista, aquí también es convicta de fovismo. Al igual que el francés con el color, ella también satura de brío y de vida cada escena, manteniendo hasta el final negro su prosapia Blanca, jugando a la rima sutil y casi ingenua entre su nombre y los colores de la noche. Y además de un barroco consumado, aunque sólo en la esencia, que es bueno despojar el arte de los atalajes que seducen con su falsedad a esas gentes que ante un espectáculo sólo ven sus envoltorios.

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Blanca es pintora con los cuerpos de sus bailarines. Goya en la nevada y la tormenta. Ella dispone de trece pinceles para dibujar naturalezas vivas. No un podio de estrellas solistas sino un trabajo coral como el bosque del que hablaba.

Yo saludo este solsticio de agua y tierra. Mi pluma llora ser pobre de calificativos para describir su paisaje, pero le queda la certeza de haber visto pintar cuadros sin museo y denunciar agresiones sin compulsa, en una noche de estío en la que el mar quiso subir hasta el Generalife, aupado por la incontenible fuerza de una granadina llamada Blanca Li.

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