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andrés molinari
Domingo, 18 de julio 2021, 00:50
Penúltimo concierto en San Jerónimo y, de nuevo, mucho público en su espaciosa iglesia, siempre guardando las indicaciones del muy amable personal del Festival, al que hay que dedicar unas líneas de encomio por su delicadeza de trato, su presteza en que la gente entre a sentarse sin tener guardar cola en pie y sugiriendo los mejores lugares para la escucha. Tanto monta Sancho como Quijote.
Mañana de música recoleta, centrada en la sonata a tres como género musical del barroco pleno y un tren por la inmortal Italia, con una lanzadera hasta Alemania. Desde Bolonia hasta Roma y desde Venecia hasta Weimar. Para tan sugerente paseo un conjunto, conciso de miembros y preciso de sones. Cuatro cuerdas que ya miran al clasicismo y un pequeño órgano que por momentos se extralimita, para nuestro deleite, de su función de bajo continuo. Un acierto el mantener la afinación indecisa entre barroca y romántica para mejor didáctica y menor discrepancia. Al frente del quinteto Eduardo López Banzo, todo el rato de espaldas a nosotros, pero ahí lo notamos dirigiendo con su ademán y con la mano que a veces le queda libre levantada del escueto teclado.
Aunque, si hay que nombrar la voz cantante del grupo, sin duda es el dúo de violines, Kepa Arteche siempre atento a la partitura y, sobre todo, Alexis Aguado, el cubano bien conocido de los granadinos pues fue jefe de cuerda de los segundos violines de la OCG. Un intérprete de notable empaque y sobresaliente teatralidad en su ejecución. Con su gesto y su danza define la atmósfera de los movimientos, lentos o rápidos, de cada sonata, bailarín de vivos ojos por encima de su enlutada mascarilla, casi un espadachín cuando termina levantando mucho el arco de su violín al aire aún reverberante de la iglesia: aire español con brisa italiana. En el otro lado: Xisco Aguiló con su contrabajo de trastes y, al violonchelo, Guillermo Turina, de evocador apellido. Todos tratando de evitar la desafinación que siempre provoca el calor.
Órgano solo
Un programa muy bien escogido, centrado en el genio creador de Corelli pero, como añadidura, una muestra de cómo su música, cual Narciso, se hizo Eco en la Venecia de Caldara y de Albinoni y en la Alemania de Bach. Por un momento Eduardo tomó la palabra y defendió al auténtico Albinoni frente a los necios que admiran su Adagio como original, siendo una fantasmagoría de 1945 pergeñada por un musicólogo italiano. Luego interpretó solo a Bach en su pequeño teclado. Aunque un poco de Bach es mucho.
Ayer no se le encendió la iluminación eléctrica al impresionante retablo del monasterio. Puede que las monjas jerónimas optasen por el ahorro, frente a la impresentable carestía de la electricidad y ante sus cotidianas necesidades, que no son pocas. Sin embargo el templo no palideció un ardite. Otras luces titilaban por entre el crucero y la nave que eleva sus bóvedas hasta ámbitos casi celestiales. Era la música. La gran música compuesta en Italia allá por los años finales del siglo XVII, poco antes de que aquí, en Granada, se pintasen ángeles músicos y otras escenas a lo divino en estas paredes casi catedralicias. Paredes para la suave reverberación de aquella música rediviva. De aquella llama inapagable que arde desde el barroco, habiendo sido antorcha y faro para el arte de los siglos posteriores. Y que cada año, como es la costumbre más generosa del Festival, vuelve a encenderse de nuevo, de forma gratuita para todos, pasada la hora del ángelus, un sábado del estío, desdeñado otras bombillas más mundanas y hogaño de muy costoso alumbrar.
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