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José Antonio Muñoz
Granada
Jueves, 23 de junio 2022, 00:25
Alexandra Dovgan es casi una niña, ayer vestida de verde –el color emblemático de este Festival–. Casi una niña pianista. Sí y no. Sí, biológicamente. Y sí, toca el piano. Pero no, si uno cierra los ojos y olvida que quien estuvo anoche delante de las teclas en el Patio de los Mármoles del Hospital Real tiene unos insultantes 14 años. No se le pueden negar arrestos; hemos escuchado 'La tempestad' en grabaciones de referencia, como la de Barenboim. La hemos escuchado en todas las circunstancias posibles. Y la versión de Dovgan de anoche es, en muchos aspectos, parangonable a cualquiera de las grandes. Toca mirando siempre a las teclas; pocas veces levanta la cabeza. No descompone el gesto nunca. Solo para imprimir más contundencia a sus manos, en todo caso.
Junto a quien esto escribe, al final del patio, estuvo su padre, grabando con un teléfono y una cámara DV –hombre precavido vale por dos– la actuación. En el arranque, dibuja las notas en el aire. Luego, se tranquiliza, señal inequívoca de que todo va bien. Porque en el 'Largo –Allegro' inicial, la tormenta se desata de todas las formas posibles. Porque el juego entre 'tempos' es perfecto. Porque tras la interpretación hay un genio innato, sí, pero también muchas horas de disciplinado y estajanovista trabajo. Y además, es que le gusta tocar, y se nota. En el dos por dos inicial, fantástica, y en el tres por cuatro subsiguiente, contenida, midiendo los silencios como si tuviera un cronómetro atómico a su lado en la banqueta. En el 'Allegretto' final, todo un regalo envenenado del genio de Bonn para cualquier intérprete, no perdió ni una nota. Su piano sonó –perdónenme– casi flamenco en determinados pasajes. Menudo inicio. Y menudo primer aplauso.
La segunda obra de la primera parte, el 'Carnaval de Viena' de Schumann, tiene un aire festivo, infiltrado por la melancolía propia del fin de la celebración, que impregna la partitura –que anoche Dovgan no usó en ningún momento– y la supera, como si fuera una película en 3D. Es preciso 'ver' esos salones, sentirlos. Y es muy importante el gesto para transmitir, más allá de la técnica, para que esa 'Marsellesa' emboscada en el primer movimiento, enardezca. Y si hay que reflejar la delicadeza de la 'Romanza', debe ejecutarse como una caricia. Y Alexandra sabe hacerlo, como poner energía –esa 'grosster energie' que campea en el cuarto movimiento– y embelesar en el 'Finale', tan loco como se espera. En general, todo el concierto tuvo un aire vertiginoso. Dovgan se 'come' el piano, literalmente. Quizá con el paso del tiempo, disminuya un poco esa, a veces, urgencia por atacar la siguiente nota, el siguiente compás.
Tras el descanso de quince minutos, llegaron las cuatro baladas del repertorio chopiniano: la número 1, opus 23; la número 2, opus 38; la número 3, opus 47, y la número 4, opus 52. El virtuosismo de la joven pianista se mostró en su máxima expresión en la 'coda' con la que termina la primera. En la segunda, casi pudimos sentir cómo el lago arrasa la aldea del poema de Mickiewicz. La tercera y la cuarta, probablemente las más románticas, se deslizaron entre los dedos de la Dovgan como el agua de una fuente, dejando al público con ganas de más. Y el aplauso final fue de aúpa, con el mismo entusiasmo que destilaron los comentarios del público. Hace unos días, en la entrevista que tuvimos, descubrimos que tras Alexandra Dovgan hay mucho más que una joven prodigio del piano. Ahora, huyendo de la guerra de Ucrania, se ha instalado en España. Sea bienvenida.
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