Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Son tres palabras aparentemente inconexas. Nada hay más feliz que una boda –o así, al menos, debería ser– y aunque en ocasiones haya puñaladas, muy rara vez llega la sangre al río. Por ello, 'Bodas de sangre' es un trinomio de palabras tan impactante; dos sustantivos unidos por la preposición 'de' que se convierte en una declaración de crimen y castigo. Cuando oímos 'Bodas de sangre' ya sabemos lo que viene. Viene Lorca, y por supuesto, viene Gades. No la ciudad originalmente fenicia, tan racial a su manera, sino el racial alicantino que hizo, hace medio siglo, que sus nupcias fatales fueran tan conocidas –y tan admiradas– como las de Lorca. Anoche, en el Teatro del Generalife, las seis escenas que componen este montaje, que cumple ya 50 años, fueron seis puñales que se clavaron, una vez más, en el corazón del público.
Si hace medio siglo esta pieza, tildada de «rompedora» tras su estreno en el Teatro Olympia de Roma, dio que hablar, hoy se puede decir, a tenor de lo visto, que es un clásico moderno, un pozo de inspiración con un agua clara que nunca se agota. Están los personajes del drama lorquiano: la novia –anoche interpretada por Cristina Carnero–, Leonardo –Álvaro Madrid–, la madre –a quien incorporó quien hoy ejerce como directora de la compañía, Stella Arauzo–, el novio –al que dio vida Miguel Lara– y la mujer –Esmeralda Manzanas–. Y junto a ellos, el resto de la compañía, invitados a la boda y testigos de la tragedia. Más de una veintena de artistas que llenaron sin rellenar las tablas del Generalife en una noche más que fresca.
'Bodas de sangre' ha cambiado lo justo, en estos 50 años. Se han introducido ciertos dejes contemporáneos, se horada más el suelo, pero lo fundamental sigue en pie. Tanto los solos como los dúos –vertebrados a través de focos individuales, subrayando las pasiones que quedan dentro y que luego brotan de forma violenta– y las actuaciones de grupo se suceden de manera vertiginosa, sin un minuto de respiro. No se puede cerrar la escena como el libro. No hay tiempo para pensar, porque aquí se viene a vivir. Vivir la alegría a medias, porque el público sabe lo que los protagonistas solo barruntan: que la historia va a acabar mal. La música ayuda a ello –casi siempre grabada, qué le vamos a a hacer–, con clásicos como la 'Rumba' del gran Campuzano –el introductor de los recitales de piano flamenco– el 'Ay, mi sombrero' de Pepe Blanco o la 'Nana' que en la voz de Pepa Flores suena más dulce que nunca.
Para completar la primera parte del espectáculo, se interpretó 'Gadesiana', un dúo que bordaron Santiago Herranz y Virginia Guiñales, con música de una jota de Aragón, una pequeña joya. Y ya en la segunda parte, el espectáculo se completó con 'Suite flamenca', siete números de baile, con palos como farruca, soleá por bulería, tanguillo o rumba. Una buena noche de flamenco con un clásico y la figura de un gigante, Antonio Gades, como brújula, medio siglo después.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.