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José Antonio Muñoz
Granada
Jueves, 1 de julio 2021, 02:08
Es harto complicado encontrar un músico con la sapiencia de Jordi Savall. La lista de veladas de disfrute que ha brindado en Granada es larga. Por eso, no es de extrañar que anoche sumara una más. Y no es de extrañar porque tanto el marco, como el formato del concierto –con su ya veterana orquesta, Le Concert des Nations, hecha a su imagen–, como el programa que se ejecutó, estaban pensados para que la magia, una vez más, surtiera efecto. Después de ejercer como instrumentista el pasado lunes, Savall se gustó en la dirección, que ejerce con la misma mano de hierro en guante de seda que caracteriza su ejecutoria, con la excelencia como norte, según propia confesión. Sobrio, sin aspavientos, atento siempre.
El inicio del programa, titulado genéricamente 'Los elementos y las furias', tuvo como protagonista, precisamente, a 'Les elemens' de Rebel, de la cual la grabación de Le Concert des Nations es de referencia. Una obra que exige atención desde la primera anacrusa, porque traducir el caos precreacional –o el 'big bang', como prefieran– e ir ordenando paulatinamente la inmensidad de la obra divina apoyándose solo en la música, es un milagro. Las flautas, de época, erizaban el cabello en cada una de sus intervenciones, ora pájaros, ora viento, y los violines, como narradores y sostén de aquellas siete jornadas memorables, hicieron un trabajo fantástico.
Si hay que destacar algún número –solo se interpretaron siete de los doce originales–, la delicadeza de la 'Sicilienne', pura seda con un diálogo entre trompas y violines, con estas dejando la última nota en el aire. Los tres últimos números nos transportaron directamente a las fuentes de Versalles. Los caprichos del agua en un día de sol se dibujaron anoche en las fuentes de la Alhambra. En resumen, nada de calentamiento: directamente a lo más alto.
Y si la obra de Rebel gustó, y está mucho menos oída, imagínense cuando sonaron las muy reconocibles notas de la 'Overture' de la 'Suite número 1' de la 'Música acuática' de Haendel. El germano–británico en la cumbre de su genio, con ese 'Adagio e staccato' cuyos silencios se podían respirar en el cálido –ya bastante cálido– aire de la noche alhambreña. Una vez más, eficacísimo diálogo de trompas y cuerda en el 'Allegro', y el clave como hilo conductor en la chispeante primera aria en forma de minueto, con el acelerado ritmo que caracterizó este tipo de composiciones en su primera época de desarrollo. La orquesta, como un reloj de los que manipulaba Luis XVI antes de que fuera invitado a visitar a Madame Guillotine, precisa y a tiempo. La 'bourrée', deliciosamente campestre y bucólica, evocando su origen, con el tema principal quedando como 'melodía para silbar' el resto de la noche.
El concierto, como es casi habitual, no tuvo intermedio, apenas un respiro antes del 'Don Juan' de Gluck. Y tras este, tres 'bises' nada menos: el primero, con la complicidad del público, fue una 'Contradanse très vite' de 'Les boreades'. Los espectadores tocaron las palmas dirigidos por el maestro. Luego, la pieza anónima 'Bourrée d'Avignonez', recuperada por Philidor l'Âiné en 1690, y finalmente, otra pieza de Rameau, perteneciente a una de sus óperas póstumas. Un regalo inesperado.
La segunda parte del programa echó la vista atrás, buscando esa furia encarnada en el mito del más grande conquistador de la historia, con permiso de Casanova, y mucho más castizo. Así muestra Christoph Willibald Gluck a nuestro Don Juan en el ballet homónimo. No hubo sorpresas: la seducción justa, la orquesta en un balance a veces incluso demasiado sobrio, pero efectivo, los solos de oboe precisos, la trompeta y las trompas , plena de expresión, y el número final, con otras furias, las de metal llevándose al burlador al infierno, épico.
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