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José Antonio Lacárcel
Lunes, 5 de julio 2021, 01:33
Un día 18 de junio, hace setenta años, en el Palacio de Carlos V se ofrecía un importante concierto dentro de la programación del Primer Festival de Música y Danza. En el escenario la Orquesta Nacional de España, con Ana María Iriarte como mezzo y ... con José Cubiles como solista de piano, todos ellos bajo la dirección de Ataúlfo Argenta, ofrecían un programa dedicado íntegramente a la figura de don Manuel de Falla. El amor Brujo, las Noches en los jardines de España, el interludio de La vida breve y las dos suites del Sombrero de Tres Picos. Programa que era algo así como el escopetazo de salida de una serie de ciclos sinfónicos que fueron sucediéndose año tras año, hasta llegar a este del setenta aniversario.
Ahora, setenta años después, ha vuelto el mismo programa en la calurosa noche del mes de julio, en este año de 2021, año especialmente complicado por la serie de limitaciones que nos impone la pandemia que sufrimos. Pero la emoción ha estado presente en todo el recinto del imperial palacio, con la presencia otra vez de la Orquesta Nacional y con un programa exactamente igual que el de aquella noche mítica.
Hay que felicitar a Antonio Moral, excelente director de nuestro Festival, por habernos hecho revivir aquel acontecimiento. Y en esta noche de julio se ha rendido merecidísimo homenaje a la figura mítica de Ataúlfo Argenta, el malogrado director que tantas noches de gloria dio al Festival y que con su capacidad de trabajo y su calidad propia de los elegidos, supo situar a la Orquesta Nacional a un nivel único en toda su larga historia. Argenta ha estado presente en la memoria de los que somos viejos, aunque no alcanzáramos a verlo sobre el podio.
Argenta ha unido su nombre, en esta noche, al del inmortal autor gaditano que quiso vivir una buena etapa de su vida en el recoleto Carmen de la Antequeruela. Noche, pues, de emociones, de añoranzas, de recuerdos y conmemoraciones. Esta vez, en el podio, el director catalán Josep Pons, tan ligado a Granada, el pianista Josep Colom y la cantaora María Toledo. El programa, el mismo que el de aquella noche que hoy conmemoramos. Y la presencias de Falla y de Argenta con la belleza misteriosa de Las Noches, con la intensidad racial de El Amor Brujo, con la elegancia de La Vida Breve y la fuerza y la pasión que culmina en la brillante escena final de El sombrero de tres picos, con referencia al accitano Pedro Antonio de Alarcón.
Programa que había llamado poderosamente la atención, hasta el punto que el lleno ha sido total- con las limitaciones de la pandemia- y con un público que ha gozado con el mejor Falla, bien expuesto en esta ocasión por la Orquesta Nacional que, en líneas generales, ha tenido una buena actuación, bien conducida por Pons. Lo primero del programa han sido las Noches. Me ha sorprendido que Colom que tantas veces las ha interpretado, que las ha grabado, haya tenido una actuación poco convincente, sobre todo en el hermosísimo nocturno del Generalife. El sonido ha sido muy pobre y me ha dado la impresión de que no siempre ha habido el suficiente entendimiento entre orquesta y solista. Mejor ha sido su versión, muy donosa, de las coplas, pero en general no ha sido una actuación que pase a la historia. Bien, sencillamente bien la orquesta, con unos metales muy afinados y con una cuerda que ha demostrado musicalidad y poder.
El amor brujo ha sido una buena ocasión de comprobar cómo ha habido entendimiento entre Pons y la masa orquestal. Destacaré la excelente y delicada versión de la pantomima, la eficaz danza del terror y, como no podía ser menos, una brillante interpretación de la danza del fuego. La cantaora María Toledo ha tenido una actuación apasionada, pero a veces le ha sobrado ese entusiasmo desbordante. Bien orquesta, bien director, para dar paso a una convincente, aunque no excesivamente brillante, danza de La vida breve, precedida del interludio. Y como colofón las suites del Sombrero de tres picos. La orquesta ha sonado compacta, segura, con buen sonido. Pons ha recreado con precisión los momentos más hermosos de la obra de Falla.
Quizá demasiado rápida la escena final, tan brillante y en la que el gran Argenta hacía una verdadera creación. Convincente, elegante y llena de ritmo obsesivo, muy brillante en la danza del molinero y recreándose Pons y la orquesta en el resto de momentos de esta obra tan bella, tan colorista, tan llena de sentimiento español. Una noche agradable en la que Falla y Argenta han estado presentes en el recuerdo, con una Nacional bastante, bastante acertada.
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