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JOSÉ ANTONIO MUÑOZ
GRANADA
Miércoles, 4 de julio 2018, 10:33
Un festival, como el Internacional de Música y Danza de Granada, que es en esencia un animal nocturno, procrea inevitablemente una fauna igualmente noctámbula. En sus orígenes, con tantos diletantes importados casi como artistas sobre el escenario, la pacata Granada daba rienda suelta a su ... afán trasnochador en unos conciertos que se celebraban muy próximos a un Corpus céntrico, de bullicio y cohetes. El Festival era una sonora coda de los días grandes de la ciudad, que cambiaba estruendo por melodía, pasodoble por 'pas à deux'.
Pocos periodistas conocen tan a fondo las 'entrañas' del Festival como José Luis Kastiyo. Y pocos como él han vivido durante años los cambios en las costumbres de las veladas 'posfestivaleras'. Recuerda Kastiyo que un Festival balbuciente, aunque bien plantado por la presencia de estrellas de primer nivel internacional, como Ataúlfo Argenta, Margot Fonteyn, Elisabeth Schwarzkopf o Andrés Segovia, buscó, en sus primeros años de existencia, atraer a visitantes de la alta sociedad española. La familia del general Franco, miembros de la nobleza, grandes empresarios aficionados tanto al ver como al dejarse ver.
Eran tiempos en que viajar a Granada suponía un gran esfuerzo, por lo que, tal y como afirma Kastiyo, el Festival «agasajó al viajero, le cortejó, para que se rindiese al encanto de la ciudad y repitiera visita». No se escatimó en gastos en aquella España aún sacudida por la estrechez, pero que empezaba a abrirse al 'amigo americano' y, por ende, a un grupo de países que la veían como un terreno donde hacer negocios con la naciente clase media y su deseo de prosperar a base de productos de consumo y de 'aparentar', un verbo muy granadino, por cierto.
Los cócteles inaugurales -llegaron a ser gloriosos en los años 80 y 90 del pasado siglo-, se cuidaron desde el primer momento. Recuerda el periodista cómo, en aquel primigenio 1952, la Corporación municipal que presidía el profesor Juan Ossorio Morales cuidó con mimo la denominada Fiesta Nocturna Granadina que el Ayuntamiento ofreció a los asistentes al Primer Festival de Música y Danza Españolas. El convite tuvo lugar la noche del día 15 de junio (víspera del comienzo del Festival) en la plaza de los Aljibes. El programa especial que se editó para esa fiesta contenía un artículo del Cronista Oficial de la Ciudad, Cándido G. Ortiz de Villajos, y se reprodujo en español, en inglés y en francés. Comentaba lo andaluz y lo gitano y resumía los contenidos del festejo: aires gitanos y flamencos andaluces en la primera parte, y cantos y bailes gitanos típicos granadinos en la segunda. La Fiesta Nocturna Granadina estuvo precedida de una cena de gala en el Ayuntamiento en la que hubo discurso del alcalde y una respuesta agradecida en nombre de los comensales del marqués Arnoult Gontaut-Virón, Presidente de las Juventudes Musicales francesas. Hasta una novillada goyesca se dio aquel año. Más tipismo, imposible.
La plaza de Bibrrambla era el escenario de las primeras veladas posfestivaleras 'del pueblo llano', ya que la oligarquía organizaba recenas en sus casas privadas, a las que acudían con frecuencia algunos de los artistas estrella de cada noche. En el segundo Festival, tras el concierto de la Orquesta Nacional del 27 de junio, el granadino y director general de Bellas Artes por entonces, Gallego Burín, ofreció en la Casa de los Tiros una fiesta que no finalizó hasta el alba. En 1954, organizó una buñolada a la que asistió Carmen Polo, esposa de Franco, fórmula repetida en 1955 tras una actuación de ballet en la que se pudo ver a varios ministros del Gobierno, la primera bailarina Ivette Chauviré y una nutrida presencia diplomática y de la aristocracia. La fiesta duró hasta muy avanzada la madrugada, según contó IDEAL a sus lectores al día siguiente. Aquel mismo año, la soprano Elisabeth Schwarzkopf y Andrés Segovia, entre otras personalidades, acudieron a una cita memorable.
Veladas en lugares como la Escuela de Estudios Árabes con 500 invitados, incluyendo a la hija de Franco, José Iturbi, Gaspar Cassadó, Victoria de los Ángeles... Las primeras zambras sacromontanas en honor de las figuras, que luego derivarían con el tiempo en los añorados Trasnoches Flamencos, fiestas donde se pedía a los solistas que «improvisaran algo» y estos lo hacían sin poner pegas -impensable hoy-, y un ambiente de 'fiesta festivalera' colocaron a Granada en el mapa de las 'soirées' europeas en una época en que las maletas eran de cartón piedra.
Fuera de la aristocracia, era común ver a los autobuses de Sevilla, Málaga y Almería que venían al Festival con aficionados, muchos de ellos pertenecientes a Juventudes Musicales, aparcados en la propia plaza de Bibrrambla, donde no había churros y chocolate suficientes para calmar la 'gazuza' que provocaban los sones de Mozart o Beethoven.
Además de los aficionados de a pie, recuerda Kastiyo cómo figuras como Arthur Rubinstein, con gabardina para combatir el relente que en aquellas madrugadas pre-calentamiento global caía sobre la ciudad, comía con delectación aquel mismo chocolate con churros que degustaba la muchachada. O al mencionado Andrés Segovia, seductor legendario tanto como guitarrista, rodeado de damas con las que compartía la velada en las terrazas de la céntrica plaza. O, en fecha mucho más reciente, observar ojiplático cómo el argentino-israelí Daniel Barenboim se bebía, sin solución de continuidad, hasta 13 tazas de chocolate después de un concierto que le había exigido una ración extra de energía. O ver a Vládimir Ashkenazy en los años 90, en una plaza de Bibrrambla ya muy distinta, pero donde aún se podía ver a los artistas, algo imposible en este 2018, salvo el honroso caso de Patricia Petibon, quien compartió con los aficionados la recepción después de su concierto, e incluso se permitió pedir un taxi cantando. Refrescante 'rara avis' para todo, la francesa.
Centrándonos precisamente en esos años 90 que pusieron fin al siglo XX, es preciso recordar que con el transcurrir del tiempo, las celebraciones 'oficiales' fueron decreciendo, aunque aún se dieron homenajes con ocasión de las concesiones de la Medalla de Oro del Festival, o a destacadas figuras como Montserrat Caballé, Alicia de Larrocha o la propia Maya Plisetskaya. A finales de los años 80, entra en acción un personaje que transformaría los ambigús, convirtiéndolos en auténticos puntos de encuentro de aficionados, artistas e invitados ilustres: Antonio Fernández 'Bernina'. Hoy jubilado, Antonio reparte su tiempo apoyando a asociaciones e instituciones como Nueva Acrópolis, Calor y Café o el Centro Artístico. Una charla con él supone recordar la época dorada de las veladas posfestival, donde los aledaños del Generalife y el Palacio de Carlos V se llenaban de aficionados al buen comer y beber. Porque, también en eso de ofrecer comida, siempre hubo clases.
El exhostelero -«me han pinchado para que vuelva al negocio, pero mi tiempo pasó», comenta- nunca podrá olvidar la noche del 24 de junio de 2011, cuando ya consumía sus últimos años al frente de la 'manduca' festivalera. Al terminar su actuación, Zubin Mehta llegó deshidratado al cóctel posterior, donde ya se encontraba la hoy reina emérita, Doña Sofía. «Mehta pidió solo agua, pero Doña Sofía le dijo que de ninguna manera, que el derroche que había hecho sobre el escenario requería pronta reposición. Y empezó a recomendarle mis especialidades, que ella había tenido ocasión de probar en más de una ocasión. ¡Un poco más y me deja sin existencias!», dice entre risas.
Las veladas se hacían interminables en aquellos ambigús, más allá de las 'oficiales' dos de la madrugada. «La gente quería cenar, y tomar una copa luego, y nosotros se la ofrecíamos», recuerda Bernina. El flujo del gentío se derramaba desde la Alhambra por la Cuesta de Gomérez hasta Plaza Nueva, la Heladería Los Italianos, la Plaza Bibrrambla y el Café Fútbol, en la Mariana, donde se podía tomar un bocadillo de lomo a las tres de la mañana. Gloria bendita.
¿Había espacio para seguir? Naturalmente. En Local, el ídem del pintor Gabriel Estévez en la calle Puentezuelas, donde acababan 'cayendo' músicos, aficionados y personal del Festival, encabezados por directores como Juan de Udaeta, Alfredo Aracil o Enrique Gámez. Gabriel es una institución cultural en Granada, pero su historia, como la de Antonio 'Bernina' merece artículo aparte. «A Local vinieron La Fura dels Baus a celebrar el éxito del estreno de 'Atlántida', y por aquí pasaron muchos de los grandes nombres que poblaron los carteles». Historia viva de un evento único.
Antonio 'Bernina' ofrecía en el ambigú del Festival lo que podría calificarse como 'tetralogía' del gusto. A saber: limonada 'lorquiana' de receta secreta, añorada, imitada –con desigual fortuna– y nunca reproducida; los pepitos de lomo con pimientos –te podías comer diez y querías más–; las 'Tortas de la Antequeruela' –filetes rusos con piñones sacados de una receta degustada por el mismísimo Manuel de Falla– y la pastela moruna. Si a eso se unían los 'pianos de chocolate' –la Reina Sofía los probó y pidió una caja para llevársela a la Zarzuela– o los 'macarons', introducidos en Granada por el propio Bernina, el festín estaba servido.
¿Cuál es la realidad hoy? Las limitaciones horarias hacen complicado reproducir aquellos días. El cierre decretado del ambigú –ahora gestionado por Abades, víctima de la medida– tras los espectáculos no ayuda. Los aficionados se quejan de la falta de oferta. Por Los Italianos apenas pasan ya los clientes festivaleros. Resisten lugares como el Café Fútbol o Las Titas. Su propietario, José Torres, comenta que «en fines de semana, una media de 40 o 50 aficionados se dejan caer por aquí a picotear a eso de la una, y prolongan la velada hasta las dos o dos y poco. Entre semana, nadie». La solución es complicada, pero pasa por crear, de nuevo, esa cultura de «fiesta tras el Festival» con adecuación de horarios y trasnoches que devuelvan su 'lustre social' al evento.
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