Beethoven, otra vez protagonista

Los entusiastas de Beethoven estamos disfrutando mucho durante este Festival al que las circunstancias han marcado de una manera que nunca se olvidará. Pero no me canso de señalar que hay que agradecer la valentía en la apuesta, la decisión al poner en marcha toda una serie de medidas que contribuyan a que la calidad esté asegurada, que el interés no decaiga a pesar de las limitaciones con que se ha encontrado la organización. Y Beethoven está siendo ofrecido en distintos aspectos de su creación, Beethoven está teniendo un protagonismo tanto en el campo orquestal –dentro de las limitaciones repetimos– como en su vertiente camerística, tan importante, tan fundamental en su obra y que tanto gusta al verdadero entusiasta de la música, al verdadero admirador del mejor Beethoven. Y luego ese excelente ciclo en el Corral del Carbón con un Beethoven sinfónico vertido al piano gracias a la genialidad de Liszt.

Pues eso, que Beethoven se erige en protagonista, en punto de partida indiscutible en esta edición del Festival, tan señalada por la adversidad. Si en la tarde del domingo, el Patio de los Arrayanes fue el adecuado escenario para escuchar los últimos cuartetos de cuerda, en la noche del lunes le ha tocado a las tres últimas sonatas para piano, instrumento éste que tiene una especial importancia en la obra total del genio de Bonn. No sé expresarlo adecuadamente pero pienso que las Sonatas constituyen todo un monumento a la excelsitud musical de Beethoven. Y estas últimas parecen condensar toda la belleza, toda la calidad excepcional de una inspiración que es fruto de un talento enorme y de una laboriosidad que no decae nunca. Muchos años después parece que el genio de la pintura, Pablo Picasso, dijo que a él la inspiración siempre le pillaba trabajando. Podemos parafrasear al pintor malagueño y afirmar con contundencia que a Beethoven la inspiració, tan rica, tan brillante, siempre le encontraba firme en el trabajo. Qué hermosura de Sonata en Mi mayor, la opus 109. Una belleza formal impecable que se da la mano con una técnica compositiva que resulta asombrosa. Merece la pena dar un vistazo a la obra, recrearse en cada momento en cada instante, viendo que no hay ni un compás de más ni de menos. El prodigio del equilibrio junto a una personalidad que es aplastante y que aún se advierte más en estas obras de su última etapa. Como ocurre con la escrita en la tonalidad de La bemol mayor, opus 110. Otro portentoso ejemplo de equilibrio, de robustez compositiva unida a una excepcional delicadeza. O el encanto, el sugestivo encanto de la nº 32, escrita en Do menor y que es el punto final a una serie de sonatas que enriquecen el repertorio y que muestra la excelsa calidad del genio compositor.

Buen trabajo, muy bueno, el desarrollado por el pianista ruso germano, o germano ruso, Igor Levit. Combina sabiamente una técnica depurada, con una delicadeza expresiva que aparece sobre todo en esos momentos arrebatadoramente líricos que consiguen un especial contraste entre distintas formas expresivas del compositor. Pienso que Levit lo ha entendido muy bien. Su estilo pianístico es brillante, aunque en algunos momentos lo encuentro muy peculiar, muy poco convencional. Y esto no es un reproche. Lo importante es lo que consigue, siendo fiel a la partitura pero aportando una buena dosis de personalidad. Sonido brillante, sonido pleno de encanto en otros instantes, siempre en una línea francamente óptima. Toda su interpretación ha tenido altura, pero yo me quedo sobre todo con su versión de la Sonata nº 32 en do menor, opus 111. Una excelente muestra de saber aproximarnos al eterno Beethoven, al Beethoven de los últimos años. De saber combinar muy bien la intensidad no exenta de elemento grandioso que aparece en esta sonata, con la delicadeza, con la exquisitez del Beethoven más apasionantemente lírico. Talento y buen gusto en su interpretación.