![La Filarmónica de Viena incendia Granada](https://s3.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/2024/06/24/0623%20VIENA01-kVpD-U220526040273zlH-1200x840@Ideal.jpg)
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Para muchos, la de ayer era 'la' noche. Para los aficionados que no habían tenido la oportunidad de disfrutar de la que para algunos es la mejor orquesta del mundo fue una oportunidad histórica. Para quienes son carne de postureo y foto también. Las entradas de pago se agotaron en minutos y las de 'no pago' cotizaron más que las acciones de Microsoft, aunque sorpresivamente hubo huecos en algunas plateas de las instituciones. Unos y otros se tomaron en serio el atuendo, salvo alguno que portaba calcetín tobillero, algo que nuestra compañera María Angustias de la Calle me señaló con el abanico, con evidente disgusto. Ella iba vestida de negro con falda hasta debajo de la rodilla y un rebozo mexicano de seda beige muy adecuado, el cual finalmente no usó porque en la velada de ayer tuvimos calor, aunque no demasiado, a pesar de ser la Noche de San Juan, la de las hogueras.
La Filarmónica de Viena llegó a Granada dispuesta, sin embargo, a incendiar el Festival. Lo hizo de múltiples maneras, unas artísticas y otras no tanto, pero eso queda para los entresijos de la historia, esa letra pequeña que no se escribe en los libros ni merece ser contada aquí. El caso es que tras un paso por Oviedo en el que entusiasmaron a la crítica –e incluso tuvieron tiempo de jugar al fútbol con el equipo de la Oviedo Filarmonía capitaneado por su director, que también lo es de la OCG, Lucas Macías–, asentaron sus reales en el Carlos V. La presencia escénica de la Filarmónica es indudable –todos de frac a pesar de la temperatura, ya podrían aprender otros– y de la presencia musical, lo que digamos se queda corto, a pesar de que, como hicieron notar algunos aficionados conspicuos, el programa escogido podría haber tenido algo más de calado. Pero es el que llevan de gira, y a ver quién es el guapo que les rechista.
No es que el 'Capricho español, op. 34', de Nikolái Rimski-Kórsakov no sea una obra con muchos quilates. Es que la hemos escuchado muchas veces, en muchas orquestas. Con todo, desde el redoble inicial de la 'Alborada', primer movimiento de la obra, el público tuvo claro que iba a disfrutar. El 'Capricho' sonó rotundo de principio a fin, con el motor perfectamente engrasado y Lorenzo Viotti ejerciendo de perfecto pistón, a veces un 'poco demasiado acelerado', sobre todo en el tramo final, pero muy en su papel. El hijo del gran Marcelo Viotti quedó huérfano muy pronto, pero los genes están ahí. Desde que pasara por el podio del Falla para dirigir a la OCG –lo hizo en la temporada 2016/2017, cuando condujo una excelente 'Quinta sinfonía' de Mendelssohn– apuntó maneras, y es un director aún muy joven y con una trayectoria por delante que puede ser meritoria si no se distrae poniendo fotos en las redes sociales en traje de Adán. Y un punto menos de divismo tampoco le vendría mal.
Tras el 'Capricho', la primera parte del concierto la redondeó una obra de las que crean afición, el poema sinfónico 'La isla de los muertos, op. 29', de Serguéi Rajmáninov. Sin duda, uno de los monumentos del romanticismo musical, creado a partir de un cuadro de Böcklin de fuerte raigambre mitológica. Las seis partes en que se divide rodean a quien lo escucha de una atmósfera muy especial, con momentos de gran dramatismo y otros en los que brilla una esperanza fugaz que los trombones de la muerte cercenan. La orquesta estuvo solemne, con Viotti algo más contenido.
La segunda parte tuvo como protagonista a uno de los autores claves del romanticismo, Dvorak, con la que para muchos es su obra maestra, la 'Sinfonía número 7 en re menor, op. 70'. Más allá de la multiinterpretada 'Sinfonía número 9, del Nuevo Mundo', esta 'Séptima' aporta gran riqueza de temas y ofrece a una orquesta como la de Viena la oportunidad para lucirse. El tiempo entre el 'Allegro maestoso' inicial y el 'Allegro' final pasó deprisa. Un hechizo solo roto –otra vez– por los aplausos a destiempo de los no habituales. Esta orquesta lo ha grabado todo, y la versión de la obra que hiciera con Maazel para el sello amarillo está más cerca de la ejecución habitual hoy en día, consonante con la que oímos anoche. Una velada que va a quedar en el recuerdo, a pesar de todos los peros que le pueda poner cualquiera de las personas que abonó religiosamente su entrada. El primer reto, superado por Antonio Moral, fue traer a Viena a Granada. Para quien venga detrás queda el reto de que vuelva.
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