Todavía nos queda el recuerdo de una noche inolvidable vivida en el Palacio de Carlos V, escenario de tantos éxitos en distintas ediciones del Festival. Escenario por el que han desfilado las mejores orquestas y los más brillantes directores. Pero lo de la noche del ... sábado fue algo que pienso va a perdurar en la memoria del buen aficionado, porque creo que queda grabado con una enorme fuerza, con el intenso vigor de los grandes acontecimientos musicales. Por primera vez en Granada la mítica creación del maestro Ernest Ansermet: la Orquesta de la Suisse Romande, tan íntimamente ligada a todos los grandes compositores del pasado siglo XIX. La Suisse Romande, la de las grabaciones míticas, la del historial intachable. La orquesta que emergía con fuerza, con una energía inusitada de la mano maestra del intelectual, del sabio y artista Ansermet. La Orquesta que estrenaba en Londres a Falla, que reivindicaba a Strawinsky. La gran orquesta de la Suiza francófona, todo un referente para los que aprendimos, de niños, a amar la mejor música española de la mano de este mito de la dirección.
Y quien bebió sus enseñanzas durante tres años fue precisamente el vigoroso y excepcional Charles Dutoit. Él, siempre eternamente joven, siempre fuerte y animoso, siempre el gran artista, fue el que condujo a esta agrupación orquestal que hermana a músicos veteranos con muchos jóvenes, excelentes artistas y con un futuro prometedor para ellos y para la orquesta de la que forman parte. Ahí es nada, teníamos a la Suisse Romande, teníamos a Charles Dutoit –¿cómo olvidar sus grandes aportaciones discográficas y de videos, con la Orquesta de Montreal que dirigió durante más de veinte años– y volvía al escenario del Carlos V la gran Martha Argerich que con su maestría hace innecesarios todos los calificativos elogiosos. La técnica irreprochable, una digitación prodigiosa, una capacidad interpretativa fuera de lo común y, sobre todo, esa sensibilidad, ese alma de artista que parece derramarse sobre el teclado y que consigue el milagro de la interpretación genial. En esta ocasión su muy querido Schumann. Y siempre el prodigio de un arte que nace en ella, que es inherente a su persona. Eternamente joven Martha Argerich, completaba el elenco de esa noche triunfal en una edición del Festival que pasa a la historia, una edición formidable con la que nos dice adiós –esperemos que sea un hasta luego– Antonio Moral quien, por cierto, tuvo palabras sencillas y emocionadas a la hora de resaltar la personalidad de Argerich en el acto de entrega de la medalla de Oro del Festival granadino.
Segunda Suite de El Sombrero de Tres Picos, de Manuel de Falla. Ya pudimos observar que la Suisse Romande era, en vivo, la gran orquesta que brilló desde su fundación. Unos Vecinos dichos con primor, con esa extraña mezcla de lo popular y lo más elegante. De nuevo la fuerza de la orquesta con la Danza del Molinero para culminar en la gran escena final que tiene como base la jota.
Pero teníamos que escuchar a Martha Argerich en el Concierto para piano en La menor, de Schumann. La más completa belleza formal se alía con el lirismo más apasionado. Un concierto de esta envergadura precisaba de una artista excepcional como fue Martha Argerich. Su versión de Schumann fue apasionada, de una entrega absoluta. Supo combinar, de manera admirable, su irreprochable técnica, con ese sentimiento que se desprendía de su forma de ver y sentir y por tanto, de transmitir la gran belleza del concierto de Schumann. Digitación perfecta, limpieza en todos los pasajes, belleza externa y mirada interior. Todo esto lo consiguió Martha Argerich que contó con la gran colaboración de la orquesta y con la brillantez y seguridad de Dutoit.
Pero todavía quedaba el gran acontecimiento. La formidable versión que Suisse Romande y Dutoit hicieron de La consagración de la Primavera. Formidable, repito. Todas las familias instrumentales brillando con luz propia. Todos los cambios de ritmo, todo el mundo sonoro de Stravinsky perfectamente expresado por la sabia batuta de Charles Dutoit y una orquesta que le siguió disciplinada, feliz de ser tan bien dirigida. De ese modo nos llegó la más acabada versión de una de las obras cumbres del siglo XX. De esta forma pudimos saborear al mejor Stravinsky con la espléndida rotundidad de la Suisse Romande y con el arte excepcional del gran Charles Dutoit. Concierto para la memoria mítica de la historia de nuestro festival.
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