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José Antonio Muñoz
Granada
Sábado, 17 de julio 2021, 01:44
La alemana Ute Lemper tiene un tesoro entre sus párpados y otro entre el cuello y el pecho. Una mente privilegiada, capaz de conectar con el público en apenas diez segundos, se encuentre este en un romántico local lleno de humo –antes, ya no– o ... en un palacio renacentista, como fue el caso de anoche, cuando se presentó ante un millar de pares de ojos atentos en el Carlos V. Además, tiene una voz capaz de embrujarles, sosteniéndoles durante hora y media con el alma en vilo y la imaginación volando entre París y Berlín.
Tiene Ute Lemper tantas canciones alojadas en los pliegues de su vestido, escondidas como cartas ganadoras de una partida de póker interminable, que es imposible pillarla en un farol. Por eso, quien va a verla se acerca, en este caso a la Colina Roja, con el convencimiento de que tiene ante sí a una persona honrada, consecuente consigo misma y con su arte, capaz de dar lo mejor de sí misma no sin despeinarse, sino haciéndolo, sin dejar de mirar al infinito y a cada rostro a la vez, de pie, sentada o en cuclillas, que tanto da.
Le dijeron apenas iniciada su carrera, como recordó anoche, que era la heredera de Marlene Dietrich. La propia diva se lo dijo en una conversación telefónica en la que ella quería hacer preguntas y 'El Ángel Azul' solo quería que la escucharan, como también recordó anoche. Pero es mucho más. Es la heredera de la tradición vocal europea; de tantos y tantas chansoniers; de un género, el cabaret, que en España nos ha sonado siempre lejano, pero que ella es capaz de hacernos cercano una y otra vez.
Un total de 16 temas nos convirtieron en espectadores de la magia, una vez más. Desde que apareciera, vestida de negro y con pañuelo escarlata anudado a la cintura, el desafío estaba servido. Y después de que 'Falling in love again' arrancara el primer aplauso, se sucedió un bloque dedicado a Brel –con 'Je ne sais pas', 'Ne me quitte pas' y 'Amsterdam', por este orden–, pleno de complicidad y susurros, con gorgoteos a lo Edith Piaf –se echó de menos 'La vie en rose'–, y mezclando el original francés y el inglés con soltura. Igual que hizo con 'Buy some illusions', tras narrar su encuentro con la Dietrich.
Luego, encadenó 'Where have all the flowers gone', de Pete Seeger, jugando de nuevo con los lenguajes sin abandonar nunca el suyo propio, para, a renglón seguido, con la misma voz limpia con que lo interpretara su madrina, encarar el 'Lili Marleen' de Schultze y Leip. Y para remarcar que las guerras son injustas siempre, saltó al otro lado de la alambrada para cantar 'Shtiler Shtiler', compuesta, como recordó, por el niño judío de 11 años Alek Volkoviski, superviviente del ghetto de Vilnius.
Llegó la hora de hacer un guiño al español, y tuvo acento porteño, el del 'Chiquilín de Bachín' y el de 'María de Buenos Aires' de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer. Lemper adapta nuestro idioma a su peculiar dicción, y juega con las palabras alargando unas, comiéndose otras y siempre ofreciendo una curiosa ejecutoria. El 'Avec le temps' de Leo Ferré antecedió al recuerdo de sus primeras visitas –30 años atrás– y al rodaje de 'Morente sueña la Alhambra'. Una también peculiar, casi irreconocible, versión de 'Blowing in the wind' de Dylan abrió la puerta a los bises: 'Que reste-t-il de nos amours' de Trenet, y un 'medley' entre 'Mackie Messer', el Makinavaja de Weill y Brecht, y el estándar 'Moondance'. Sencillamente embriagador.
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