Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
En español decimos que los instrumentos, para hacerlos sonar, se tocan. En inglés y en francés, sin embargo, se utilizan verbos mucho más evocadores. En ambos casos, 'play' y 'jouer', significan 'jugar'. Sin perder el respeto a la herramienta que se tiene entre las manos, ... lo que hace la granadina María Dueñas se acerca más a esta última concepción de la música. Y el compromiso que anoche la trajo a Granada tras su –desgraciadamente– suspendido concierto con la OCG de la primavera, certificó que, por si no lo sabían, tenemos una estrella más en el firmamento clásico granadino, por derecho propio.
A María Dueñas no le gusta que la llamen 'niña prodigio'. Jamás se ha sentido tal, y por otro lado, ya no es una niña. Pronto podrá votar, incluso. Pero quitando lo de niña, es un prodigio. Posee una técnica depuradísima de la que hizo gala anoche, y tiene en la chaqueta varias medallas obtenidas en acto de servicio a la música, la razón de su vida, el motivo por el que dejó Granada para instalarse en Viena, y hoy estar a caballo entre la capital austriaca y Graz, aprendiendo sin parar. Por eso, no es en absoluto de extrañar la interpretación del muy complejo 'Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 61' de Beethoven, que ejecutó con una intensidad y un rigor que se echa en falta a veces en otros nombres consagrados.
No conocemos, en realidad, las razones que llevan a Dueñas a tocar de esta manera, aunque barruntamos que tiene mucho que ver ese trozo de alma esteparia que la ha poseído a través de su mentor, el ucraniano formado en Moscú y nacionalizado austríaco Boris Kuschnir, una leyenda del instrumento. O quizá por el contacto con maestros como Vladimir Spivakov, otro de sus valedores y violinista muy solvente. Lo cierto y verdad es que sus ojos rasgados miran su instrumento –anoche, un Guarneri del siglo XVIII cedido por la Nippon Music Foundation- con semblante casi de depredador.
A la orquesta ya la conocía, y se nota. Fue precisamente Dima Slobodeniouk, quien dirigirá a la Sinfónica de Galicia mañana sábado y que ejerce como titular de la formación desde 2013, quien apostó por ella en 2018, para que interpretara el 'Número 1' de Paganini, otro hueso musical duro de roer. Y si junto a Dueñas se pone en la tarima a un director como Juanjo Mena, se está haciendo un cesto capaz de soportar un programa como el de anoche, encabezado por 'Egmont' y culminado por la 'Séptima'.
Juanjo Mena es un director tremendamente sobrio y elegante. Lo es en el vestir (sería interesante repasar las indumentarias de los inquilinos del podio en este Festival), y lo es también en sus gestos. Desde la larga nota que da inicio a la obertura de 'Egmont' tuvo a la Orquesta comiendo de su mano. Fueron siete minutos de aperitivo de alto voltaje, mucho más que un simple calentamiento.
Tras ellos, hizo su aparición en escena la gran protagonista de la noche, la joven violinista granadina, vestida con un traje largo de gasa en tonos blanco y pastel, con cíngulo a juego. Más elegancia. En el ominoso recuerdo, la Mullova en el concierto inaugural del año pasado, con un dos piezas elástico de estampado imposible y las chanclas de la playa para estar cómoda.
Tampoco resiste la comparación una artista que desembarcó para hacer un concierto que devino rutinario y gris con otra, la granadina, que derrochó concentración y excelencia desde el primer movimiento del arco. Ni siquiera el eco inicial de, suponemos, las pruebas de sonido en el Generalife o alguna fiesta albaicinera pasada de decibelios pudieron acallar ese violín.
Dueñas tiene buena escuela. Sin exhibirse, muestra una técnica de diez. Hace fácil lo difícil, que es mantener en todo momento el balance sonoro con la Orquesta. Disfruta oyendo tocar a sus compañeros, no mira al infinito esperando con hastiada 'profesionalidad' su compás de entrada. La confianza entre Juanjo Mena y ella fue tal que no tuvo que tulelarla. Siempre a tiempo, siempre dispuesta a extraerle el jugo a una partitura que mezcla lirismo y musical determinación a partes iguales. Lo que viene a ser un concierto bien estudiado, sin contaminación ni vicios.
Tanto en el inicial Allegro ma non troppo como en el Larghetto, y singularmente en el Allegro final, el concepto de Mena y Dueñas pasó por ceder el protagonismo a la melodía, sin forzar el 'piano' de la Orquesta, con una cantarina y feliz reintroducción del tema principal. El conjunto se sumó con gusto a la fiesta. Cuando el solista disfruta, gana la música. Y esa versión de 'Recuerdos de la Alhambra' de Tárrega para violín solo que ejecutó como propina, para enmarcarla. El público agradeció durante más de cinco minutos, buena parte en pie, su cariño para con la ciudad que la vio crecer.
La tercera pata de la silla fue una 'Séptima' en la que Mena pidió un esfuerzo extra a los músicos para que estos dieran lo mejor de sí mismos. La obra lo merecía, y su dirección fue incisiva, más expansiva, consiguiendo contagiarles su entusiasmo. El resultado fue una versión sonoramente danzarina, con fidelidad a la partitura en los 'tempi' y con una cuerda en estado de gracia –a pesar de contar solo con tres chelos, sonaba–, frente a unos vientos algo más irregulares. Por ello, el segundo movimiento, el archiconocido Allegretto, donde el pulso inicial lo lleva la cuerda, fue de lo más lucido. Bien el Presto, amparado en el vigor de Mena con la batuta antes comentado, con el Allegro con brío final como coda del esfuerzo de un director que rezuma honradez, como su hermano Carlos, contratenor y también director. Grandes músicos y grandes tipos, los Mena. Hasta Barenboim disfrutó del concierto de anoche.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.