Al Festival de Granada solo le faltaba una estrella para brillar en el firmamento de los grandes certámenes del mundo. En 1973, cuando cumplía su duodécima edición, se vistió de gala para recibir a una de las batutas más cotizadas de la música del siglo ... XX, el director austriaco Herbert von Karajan y a su Orquesta Filarmónica de Berlín.
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Von Karajan era tratado por el público y la prensa internacional como un verdadero mito. Su presencia en Granada, buscada durante mucho tiempo, daría un enorme prestigio al Festival, aunque sus organizadores no pudieron dormir tranquilos hasta que no escucharon la última nota del último de sus tres conciertos en el Carlos V. Primero, por las rarezas que se comentaban del personaje. Decían, que si escuchaba una tos o el menor ruido, era capaz de interrumpir inmediatamente el concierto y abandonar el foso. Hubo también problemas con la distrubución de las entradas. Miles de personas protestaron por no conseguir asiento. Pensaron que el anuncio de sus actuaciones solo era un señuelo engañoso y descuidaron la reserva. Ante la gran demanda, se redujeron a setenta las entradas para compromisos. Las presiones para conseguir un pase circulaban entre los despachos del Ministerio de Educación y la Comisaría de los Festivales. No había manera. Esta decisión de la dirección del Festival triplicó la recaudación y la asistencia del público en aquella edición y, los que se quedaron sin entrada, optaron por un nada despreciable 'plan b', el de la Orquesta Nacional dirigida por Frühbeck de Burgos.
Mozart, Beethoven, Brahms, Debussy o Ravel fueron los compositores sobre los que Karajan y la Filarmónica de Berlín configuraron los tres programas de las tres inolvidables veladas, la del 28, 29 de junio y 1 de julio.
A la primera de esas noches asistió la todavía princesa Sofía. Cuentan que al final del concierto, como una granadina más, cumplió con la tradición de la chocolatada en la plaza Bib Rambla.
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Entre el público del Carlos V, otro genio, Andrés Segovia, disfrutaba de la extraordinaria elegancia con la que el director trazaba en el aire figuras que convertían sus músicos en deliciosas armonías.
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