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andrés molinari
Sábado, 18 de junio 2022, 00:24
Nadie duda de que aquellos años de entresiglos en los que la OCG estuvo dirigida por Josep Pons fueron los más rutilantes de la formación musical granadina. Antes y después han sido muchos los altibajos que siempre han tratado de espejearse en la batuta del director catalán.
El Festival sinfónico los ha reunido de nuevo y, en el espejo, la verdad de cómo el tiempo cambia los rostros y como aparecen esas motas generadas por tanto tiempo sin reencuentro. Iniciar el Festival con un solo de flauta es responsabilidad supina que al más avezado le tiemblan las notas. Así comenzó un 'Preludio a la siesta de un fauno' más arqueológica que novedosa, de Falla sobre su amigo epistolar Debussy. Algo se le escapó a la orquesta, tal vez nerviosa por abrir otro capítulo de la historia o por no haber calentado suficiente antes de su salida a escena. Un arpegio de dudas entre los metales y cierta desorientación en las trompas tuvieron su compensación en los preciosos pizzicati de los chelos y las sugerentes ondulaciones del arpa, evitando nuestra somnolencia a la que tanto invita el título de la obra.
Porque de compensaciones fue la noche. Con su americana sencilla y su conocido chiste, de cuando el catalán vivía en Granada, Pons quiso creer que volvía a casa. Igualmente Juan Pérez Floristán vino con un polo turquesa y unos calcetines escarlata. Y los demás músicos en las mangas de camisa, a veces remangadas, que imponían el calor. Diríase que se deseaban canjear explícita familiaridad por esquiva calidad.
Aunque poco a poco la noche fue mejorando, sin alcanzar, ni de lejos, el rutilo que merece la velada inaugural de un Festival con la solera y edad como el de Granada. El primer peldaño de la mejoría lo puso el joven pianista. Esmerado, al máximo, en que el uso exclusivo de su mano izquierda no rozara lo circense. Ni sobreabundasen, por lógica situación de las teclas, más sus registros graves que los demás. Atinados momentos y excelentes cabalgadas, cuando piano y orquesta remedan el tic tac de un reloj equinoccial que marca desde 1930 hasta hoy.
Más centrada la orquesta, bien acuñado el escabel y abierta la partitura ante los ojos de Pons, la noche invitó al olvido de vados anteriores, con ese 'Pájaro de fuego' rico en matices de las maderas, certero en la brillantez de la cuerda y, con toda la percusión entregada por completo, para gustarle al maestro de siempre, al director honorario de la OCG.
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