El Palacio de Carlos V llenó su aforo anoche para disfrutar de la Joven Orquesta Nacional de España. pepe marín

La sinfonía también es cosa de jóvenes

La Joven Orquesta Nacional de España interpretó anoche dos de las grandes sinfonías del romanticismo, de Schumann y Brahms

andrés molinari

Martes, 22 de junio 2021

Recién estrenado el solsticio de verano, con la luna cada vez más llena, ayer, jornada hebdomadaria dedicada a ella, fue también el Día Europeo de la Música. Ajeno a tanta coincidencia, el Festival de este año ha ocupado ese lunes con un conjunto en principio ... menor, por juvenil. A falta de grandísimas orquestas de renombre internacional y de directores de ringorrango que, por distintas razones, no vienen este año para soplar las 70 velas del festival.

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Pero el prejuicio estaba equivocado. La JONDE no es una orquesta menor ni la juventud le merma cualidades. Anoche se deshizo por agradar y su cuerda llena de energía junto a sus maderas, todo un deleite, cuadraron una velada breve pero se intensas emociones.

A pesar de que el director estadounidense James Conlon guerrea más en los teatros de ópera que ante orquestas sinfónicas, esta vez se subió al escabel del Palacio de Carlos V moviendo su batuta como un avezado espadachín y en mangas de camisa como el resto de los jóvenes bajo su dirección.

Todo el concierto fue un déjà vue, con dos cuartas conocidísimas, música de esa que hace las delicias de todos los melómanos: los muy exigentes porque comparan con las versiones de referencia, los menos almidonados porque, como es el romanticismo en estado puro, los ritmos empapan sus tímpanos, las repeticiones animan las extremidades y las melodías no dejan de runrunear en la memoria.

Robert Schumann publicó su cuarta sinfonía recién mediado el siglo XIX. Aunque no lleva un sobrenombre concreto, como sí lo fueron su Primavera y su Renana, una evidente brisa sajona, su región natal, se cuela por los resquicios de sus arpegios y movimientos. Ese déjà vue revolotea por toda la sinfonía con pequeñas pero evidentes citas a la Grande de Schubert, la sétima de Beethoven, el Don Giovanni de Mozart y otras piezas admiradas por este adalid de romanticismo musical. La JONDE se esmeró en subrayar aquel carácter propio, dibujando líneas que van de lo lírico a lo dramático y de la agitación pasional a la tenue placidez de lo pastoral. Lástima que el viento metal, lo peor de toda la noche, emborronase algunos instantes y las trompas con su afán y su desentono impidiesen el brillo más que notable de las cuerdas.

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Johannes Brahms, veintitrés años más joven que Schumann, había cultivado su amistad en vida, pero su música en poquísimas ocasiones transparenta influencia de su amigo. En los años ochenta del siglo XIX, cuando España dejaba atrás las guerras carlistas y en Granada surgían periódicos señeros como El Defensor, este genio hamburgués estrenaba su cuarta y última sinfonía que mira de soslayo a la filosofía griega y a la música de Bach. Nuevo acierto de la JONDE, que nunca quiso edificar una versión de referencia sino mostrarse correcta y gustosa, con entradas limpias, pizzicatos preciosos y finales llenos de emoción.

Lo escuchado anoche nos convence de que no es necesario esperar a los empingorotados domingos para escuchar música bien hecha, también un lunes cualquiera puede balancear su noche entre dos sinfonías correctamente leídas y plenas de brío juvenil.

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