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José Antonio Muñoz
GRANADA
Miércoles, 10 de julio 2019, 00:03
La de la música es, probablemente, una de las carreras de fondo más duras. Es una carrera de fondo porque se empieza pronto, en condiciones ... normales, y nunca se acaba. Un músico que no 'estudia' –que no ensaya, que no trabaja con su instrumento a diario–, acaba sonando anodino. Por eso, es tan importante la ilusión, renovada diariamente, por hacer las cosas bien. Esta ilusión es la que un par de veces al año, durante el último lustro, reúne a un promedio de 75 músicos para tocar –en inglés se utiliza el verso 'play', jugar–. Es la cita con la Orquesta Filarmonía Granada, uno de los más importantes focos de formación y de disfrute musical que jalonan el calendario cultural de Andalucía. En estos días, ensayan en el Auditorio del Conservatorio Victoria Eugenia los dos conciertos que ofrecerán los próximos viernes y sábado, dentro de la Guadix Clásica y en el Auditorio Manuel de Falla, respectivamente.
«Los músicos provienen de la práctica totalidad de las comunidades autónomas españolas, y algunos del extranjero», comenta Ricardo Espigares, factótum y director de la Orquesta, amén de responsable de la Banda Sinfónica de Guadix y del ciclo Guadix Clásica. Trabajan una media de 10 horas diarias durante una semana. A Granada, pues, no vienen de vacaciones, por más que cierren algún bar que otro durante estos días. Por ello, hay quien aprovecha el mínimo descanso a media mañana –30 minutos–, para dormitar en los sillones –comodísimos, por cierto– del patio de butacas.
Cada uno de estos jóvenes músicos, de edades comprendidas entre los 17 y los 30 años, tiene una historia de temprano sacrificio detrás. No quieren que se les considere mártires, con todo. Disfrutan con lo que hacen. Si no, no ocuparían parte de sus vacaciones en soportar temperaturas de 30 y tantos grados en lugar de estar en la playa. Pero es que el secano granadino de julio da para mucho. Y si no, que se lo pregunten a Deejan Brenart, belga amante de España y de Granada, –«he perdido la cuenta de las veces que he venido», afirma– quien lleva varias convocatorias acudiendo a este encuentro. «Conocí a Israel y a Clara, compañeros de la orquesta, estudiando. Ellos me invitaron a venir, y desde entonces, para mí siempre es una buena noticia estar aquí». Estudiante de master en Amberes, viene a Granada contento en sus vacaciones, «aunque hace mucho calor». Sobre el trabajo con la Orquesta, afirma que «es fantástico. Se nota que todos disfrutamos tocando, y los programas son bonitos. El ambiente me gusta mucho, ¡por eso vuelvo!», comenta sonriendo.
Esther Fernández viene de Madrid. Estudió en su ciudad toda la etapa del Conservatorio y ahora está realizando un master de viola en Rotterdam. Le gusta «el buen ambiente que se crea. Somos una orquesta semiprofesional, pero pienso que todos los componentes podríamos estar en formaciones profesionales, haciendo sustituciones o programas como refuerzo, o con plaza fija, pero estamos aquí porque todos somos amigos». Destaca la seriedad con la que se trabaja: «Nunca perdemos el foco, siempre estamos atentos, es un gusto trabajar así».
Sonia Benavent es valenciana, tierra de buenos músicos, y entró en contacto con la Orquesta cuando vino a hacer un curso «y conocí a Israel Ruiz, viola y uno de los fundadores de la Filarmonía. Desde entonces, hemos mantenido el contacto y vengo con gusto, porque el ambiente es estupendo, lo pasamos muy bien, eso se agradece». Acaba de terminar sus estudios en Rotterdam, y asegura que «en España es complicado terminar la formación, así que nos vemos obligados en muchas ocasiones a estudiar fuera».
De un poco más arriba, de Barcelona, es la chelista Laia Ruiz, quien, sin embargo, ha hecho toda su carrera fuera de España, primero en Holanda, en Utrecht, y ahora en Amberes, donde ha cursado el master en su instrumento. Después de varias convocatorias, venir a la Filarmonía es «un encuentro con amigos». Además, el repertorio para chelo está muy presente en las programaciones: «Tocamos muchas obras del periodo romántico, por lo que mi instrumento tiene un papel fundamental en muchos pasajes, así que nos sentimos muy mimados». Acostumbrada a vivir en el extranjero, le encantaría haber podido completar sus estudios en nuestro país, pero «es muy difícil, aquí los programas master de calidad son privados. Los músicos que queremos dedicarnos profesionalmente a serlo necesitamos siempre salir, en un momento u otro, afuera, para poder terminar con una buena preparación». En el futuro, le gustaría trabajar con plaza en una orquesta profesional. Quién sabe.
Nacho Navarro es de mucho más cerca, de Estepona, aunque estudió en Algeciras y Jerez y ahora ha emigrado también a Rotterdam. Toca el trombón, y se ha sentido, desde siempre, acogido «con los brazos abiertos». Reconoce que la diversidad de preparación o incorporación a orquestas ayuda: «Compartimos muchas experiencias, hablamos de cómo nos va a cada uno, y trabajamos juntos. Esto es muy enriquecedor», asegura. También lo es poder irse de juerga: «Hemos cerrado algunos bares, pero ello no perjudica nuestro trabajo, que es muy profesional», comenta sonriendo.
La Filarmonía actuará el viernes en Guadix (21.00 horas), con obras de Berlioz, Tejada Tauste (estreno) y Tchaikovsky. El sábado, en el Falla (20.30), repiten programa, con invitaciones disponibles hasta mañana en la taquilla del Isabel la Católica.
Al frente de la Orquesta Filarmonía se encuentra el granadino Ricardo Espigares. Apenas tiene 30 años y ha tenido una temporada movida: su debut con la Banda Sinfónica de Madrid y con la Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española, su 'fichaje' por Iberkonzert, una de las agencias de talento musical más importantes de nuestro país, un ciclo Guadix Clásica que está volviendo a ser un éxito de público… Para él, trabajar con la Orquesta Filarmonía también es un placer. «En esta orquesta no caben los egos. Somos todos iguales», comenta. Y todos vienen a aprender de profesionales como Miguel Borrego, concertino de la Sinfónica de RTVE; Javier Giner, director de la Joven Orquesta del Sur de España, o Juan Carlos Chornet, flauta de la OCG. Son diez horas diarias de trabajo, «pero la energía se transfiere de unos atriles a otros», comenta.
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