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andrés molina
GRANADA
Lunes, 12 de octubre 2020, 00:33
Han sido dos semanas repletas de música. Y decenas de asistentes a cada uno de los conciertos, incluso con algunos granadinos sin poder entrar a ... disfrutar este regalo, por las limitaciones de aforo impuestas por las autoridades sanitarias. De forma que el Quinto Festival de Música Antigua de Granada, que cerró su programación anoche, puede darse por satisfecho. Un programa variadísimo en el que ha cabido todo, desde el canto mozárabe hasta la delicadeza de un cuarteto rococó y desde un dúo para evocar a Sefarad, hasta un quinteto con el que recorrimos todo el Mediterráneo en una sola velada.
Avenencia legendaria de los aromas musulmanes, los ecos de Judá y los latines de la liturgia cristiana. A diferencia de otros festivales clásicos, éste de Música Antigua, no es sólo para ser escuchado. La vista tiene también su recompensa. Y mucha. Ojear el escogido museo de instrumentos, yacentes en escena antes de cada actuación, y luego verlos cobrar vida en las manos de tañedores, flautista o tamborileros, ha sido todo un espectáculo. Además, sus organizadores han tenido el acierto de buscar lugares tan inéditos como entrañables, la mayoría con una acústica inexplorada hasta ahora, a pesar de que en algún caso el ruido del tráfico cercano fue un insecto indeseable. Es el caso de la iglesia de San Antón, al comienzo de la calle
Recogidas, un templo cuidado con esmero por las madres capuchinas y muy poco utilizado para actos culturales, a pesar de lo céntrico que se encuentra, la amplitud de su nave y la buena acústica que anoche demostró tener.
Ya conocíamos la constatada calidad del granadino Coro Schola Gregoriana Hispana, que fundara el profesor Francisco Javier Lara, allá por 1984, tras su trabajo y presencia en la abadía benedictina de Santo Domingo de Silos. Pero anoche, al grupo de hombres en número similar al de los apóstoles bíblicos, se unió la mezzosoprano también granadina Laura Lavigny, para el canto de la Sibila. Diamante de doble filo que surcó San Antón como un destello de azabache entre vellón de las sotanas albas, badajo colmado de agudos entre el bronce ronco de estas voces varoniles. Manos libres de partitura para amagar un gesto de teatro. Lástima de brevedad que hubiese acrecido variedad con calidad. Porque este grupo añade a su esmero didáctico, que para nuestro bien explica desde el ambón cada obra, un altísimo nivel para la música medieval: elegante en los melismas, sobrio en las florituras, conciso en los calderones, evocador en cada poema florido en canto. Era la hora de competas cuando comenzó este precioso final. Una hora canónica cuyo ritual hace llegar a los hombres, ya benitos, ya del cister, desde una imaginaria sacristía del fondo del templo hasta las gradas del presbiterio. Ataviados con su cogulla blanca, trasunto del sudario que un día nos cubrirá a todos, es hora de despedir el día para internarse en la paz de la noche. Nosotros en parte los imitamos: con sus voces damos por muy completo este quinto Festival de Música Antigua y esperamos un poco de paz en estos tiempos de tanta mudanza.
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