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A la ciudad croata de Dubrovnik la llaman, con mucha razón, la perla del Adriático. En esa ciudad nació el solista de contrabajo de la Orquesta Ciudad de Granada, Frano Kakarigi, quien estos días, con el programa de ballets con el cual la formación granadina ha cerrado su año musical, ha ofrecido sus últimos conciertos como integrante de esta. Frano es un hombre grande en todos los sentidos, acorde con las dimensiones de un instrumento que le ha acompañado desde su adolescencia, aunque empezó tocando el chelo.
Nacido en una familia de músicos –su madre era flautista, y su padre trombonista, aunque también tocaba el contrabajo–, comenzó a oír música en casa desde que tuvo uso de razón. «Mis padres escuchaban música todo el día, sobre todo clásica y ópera», dice. Con ocho o nueve años se recuerda tarareando, precisamente, la suite de 'Cascanueces', incluida en el último programa que interpretó con sus compañeros, dedicado al ballet. A esa edad comenzó también a estudiar chelo, pero pronto lo cambió por el contrabajo. «Era muy niño entonces, con lo que no tenía muy claro que tenía qué hacer, ni quizá la disciplina necesaria para avanzar en la música. Hasta los 14 o 15 años me ocupaba más de correr detrás del balón... y de las chicas», dice con un guiño cómplice. La única profesión que concibió alguna vez al margen de la música fue ser marino mercante, pero pronto desechó la idea, «porque para poder ser capitán hay que fregar antes muchas cubiertas».
Con apenas 14 años, ya empezó a ser casi profesional. El contrabajo le interesó especialmente porque le decían que aprendiéndolo también podría acercarse a otros instrumentos como el bajo eléctrico. «En aquella época me sentía muy atraído por el jazz y el rock, y tuve incluso un bajo eléctrico», comenta. Pronto, sin embargo, tuvo claro que su futuro estaba en el contrabajo, como integrante de una orquesta, un objetivo que felizmente pudo hacer realidad.
Su habilidad le hizo conseguir pronto becas para estudiar en el extranjero. Tras graduarse en el Conservatorio Superior de Zagreb, su primer destino fue París, donde acudió a recibir clases en la École Normale de Musique, una prestigiosa institución del país galo. Era 1985. Por la capital del Sena anduvo durante un año, antes de coger de nuevo las maletas para marcharse aún más lejos de su patria, a EE UU. Allí, en la Universidad de Michigan, situada en la ciudad de Ann Arbor, recibió clases durante dos años de alguien que considera uno de sus grandes maestros, Stuart Sankey. En 1988, llegó a la Orquesta Sinfónica de Tenerife, entonces en construcción bajo la batuta de ese gran director y aún mejor ser humano que es Víctor Pablo Pérez, habitual por otra parte en las temporadas de la OCG. En el año en que comenzó la guerra en su país, 1991, recaló en Granada. Por entonces, Juan de Udaeta estaba transformando la orquesta de cuerda residente en una clásica, con medio centenar de integrantes. Kakarigi hizo las pruebas y se quedó. «Recuerdo que tras saber que me habían contratado, di mi primer paseo tranquilo por la ciudad, y descubrí un auténtico vergel. Enseguida supe que me establecería aquí», afirma.
El contrabajista recuerda aquella época con mucho cariño. «Éramos jóvenes, viajábamos mucho, las orquestas españolas estaban en plena ebullición», dice. Aquí consiguió el puesto de contrabajo solista que hasta su jubilación ha mantenido, y ha hecho de Granada su casa. En este tiempo, además de su trabajo en la orquesta, ha formado parte de dúos, cuartetos y diversas formaciones con las que ha desarrollado una labor de difusión de nuevos autores muy importante. Sin ir más lejos, en la reciente edición 0 de Sonidos y Materia, abrió el ciclo con un concierto a dúo con el chelista Ignacio Perbech, y con anterioridad participó en dúos con guitarristas como Hiroto Yamaya. «Trabajar con otras músicas, con el contrabajo afinado de forma distinta, forma parte de mis inquietudes como intérprete», señala.
Durante estos años como integrante de la OCG, en su memoria se agolpan miles de momentos, algunos muy comprometidos, como equivocaciones fruto de los nervios que el público ni notó pero que le preocuparon durante años, y grandes citas con la orquesta. También ha habido anécdotas, como aquella ocasión en que se olvidó la camisa blanca en Granada y debió salir corriendo a comprar otra, llegando al auditorio casi cuando sus compañeros estaban saliendo al escenario. Pero todo ello forma parte de la vida del artista.
Le es difícil destacar, en el plano de la amistad a unos compañeros sobre otros, pero pondera el buen ambiente que ha tenido la sección en todos estos años, con sus compañeros Günter Vogl, Xavier Astor y Stephan Buck. También es muy amigo del oboe Eduardo Martínez y del ya mencionado Ignacio Perbech, «pero todos tienen un lugar en mi corazón». Ahora, Frano Kakarigi tendrá más tiempo para sí, pero no se va a alejar de la música. Afortunadamente para todos.
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