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Los reales mantecados
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Unos presumen de ser el polvorón de Felipe II, otros del Carlos I, pero la marca pionera de la Casa Real fue La Castaña de AntequeraAna Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 8 de diciembre 2023, 00:05
El año pasado por estas fechas andaba yo en Madrid, un poco aturdida por el gentío prenavideño pero feliz como una perdiz. Estaba sentada bajo la cúpula de cristal del hotel Palace y me disponía a tomar un té, como si fuera una marquesa en ... una película de tacitas, repantigada en un sofá de terciopelo y con música de piano en directo. La magia del momento se rompió (o quizás aumentó de forma exponencial) cuando vi que junto al té, el azúcar y el zumo de limón me traían un polvorón de cortesía.
«¡Es de La Colchona!», exclamé. Mi emoción se plasmó en demasiados decibelios y absolutamente todos los presentes se giraron para mirarme, ligeramente sobresaltados y alguno con visible disgusto.
No me pareció adecuado empezar a explicarles que los polvorones de esa marca se empezaron a elaborar en Estepa (Sevilla) a mediados del siglo XIX y que su creadora, Micaela Ruiz alias 'la Colchona' (1821-1904), cambió para siempre la industria del mantecado al conseguir mediante el tostado previo de la harina que sus dulces aguantaran frescos más tiempo. El necesario para llegar a Madrid y otras ciudades en óptimas condiciones, apuntalando así la fama de este producto netamente andaluz y convirtiéndolo en un icono culinario de la Navidad.
Todo esto me lo guardé para mí, pedí perdón por el exabrupto y sonreí, pensando en que probablemente una señora como Micaela también hubiera dado la nota en el Palace.
A aquella huérfana de pueblo, mondonguera antes que confitera, le hubiera encantado saber que un siglo después de su muerte los mantecados que siguen haciendo sus descendientes están presentes en elegantísimos hoteles o en la mesa navideña del palacio de la Zarzuela. La Colchona es proveedora de la Casa Real y su mantecado de almendra y aceite de oliva es el preferido de la reina Letizia.
No se crean ustedes que ésta ha sido la primera golosina de Navidad que llegó a palacio. En 1926 Felipe Romero, oriundo de Soto de Cameros (La Rioja) y fabricante de mazapanes, ya consiguió que su marca abasteciera la real despensa. Y lo que es aún más importante, que pudiera presumir públicamente de ello.
Casi medio siglo antes de eso, el 21 de noviembre de 1881, la Intendencia General de la Real Casa y Patrimonio expidió un documento por el cual un industrial de Antequera (Málaga) se convertiría en el primer proveedor oficial de mantecados, polvorones y roscos de su majestad el rey Alfonso XII.
«Sr. D. Manuel Burgos, Antequera: S. M. el Rey (que Dios guarde) se ha servido conceder a U. el título de Proveedor de la R. Casa con el uso del escudo de Armas Reales en la muestra, facturas y etiquetas del establecimiento que tiene U. en esa ciudad».
El mencionado establecimiento era la fonda-café-confitería La Castaña, un negocio antequerano que llevaba desde el siglo XVIII siendo centro de reunión, tertulia y gula.
Igual que en otros muchos municipios andaluces, en los hogares de Antequera se hacían desde antiguo unas pastas a base de harina de trigo, manteca de cerdo casera, azúcar y especias. En algunos sitios las llamaban perrunas, en otros mantecates o mantecados y en Sevilla y Morón de la Frontera se denominaban tortas de polvorón, por estar polvorizadas o polvoreadas (nosotros ahora diríamos «espolvoreadas») por encima con azúcar y canela.
El periodista y crítico taurino Antonio Díaz-Cañabate (autor, por cierto, de la fantástica 'Historia de una taberna') contó la historia de La Castaña en un artículo titulado 'Las mantas, los mantecados y otras cosas de Antequera', publicado en el diario ABC el 13 de enero de 1961. Manuel Burgos de Rojas, el agraciado por el privilegio real de 1881, siempre alardeó de que La Castaña había sido fundada en 1790 –lo que a día de hoy permite a esta marca de mantecados presumir de ser la más antigua de España–, pero según Díaz-Cañabate los verdaderos artífices de su fama polvoronera fueron Burgos y su mujer.
A mediados del siglo XIX la esposa del fondista, «buena repostera, confeccionaba con harina, azúcar, manteca blanca de cerdo sin sal, almendra y canela un confite que sus huéspedes ponderaban con grandes extremos».
Según esta versión de la historia, Antequera se convirtió en un centro de producción de dulces navideños gracias a un inocente malentendido: un viajero de los que solían recalar en La Castaña «encargó que le enviaran a sus lares dos arrobas de estos mantecados. El fondista entendió doce. ¿Para qué querrá este señor tal cantidad de mantecados? Él lo sabría. Y se los remitió sin meterse en más averiguaciones. Protestó el cliente, y D. Manuel le contestó que no se apurara, que se los devolviera; y entonces se aplicó a venderlos y nació en Antequera el comercio, hoy floreciente, de los exquisitos mantecados».
Aquel humilde producto sería degustado por la reina Isabel II en octubre de 1862, cuando pasó un día en esta población malagueña hospedada en casa de los marqueses de la Peña de los Enamorados. Ya fuera por deseo personal de la soberana o por generosidad de sus anfitriones, los mantecados antequeranos comenzaron a enviarse a la corte madrileña y allí probablemente se aficionó a ellos el futuro Alfonso XII, entonces aún niño. ¿Cómo no iba a nombrar proveedor real a quien alegró sus Navidades infantiles?
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