![José Antonio Lorente, director científico de Genyo. En el vídeo, visitamos el centro y conocemos a su equipo.](https://s3.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/202011/08/media/cortadas/genyo%20(1)-kkKB-U120692134707knF-984x608@Ideal.jpg)
![José Antonio Lorente, director científico de Genyo. En el vídeo, visitamos el centro y conocemos a su equipo.](https://s3.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/202011/08/media/cortadas/genyo%20(1)-kkKB-U120692134707knF-984x608@Ideal.jpg)
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José Antonio Lorente (Almería, 1961) se ajusta la mascarilla como si fuera una corbata. «Esto ya es parte del uniforme», bromea. Genyo nació hace diez años con la capacidad de enfrentar la crisis en su ADN. En 2010 era el ladrillo, que golpeaba los cimientos de la economía mundial como un cáncer que se expande. «Ahora es la Covid-19 –dice, con la mirada firme– que ha impactado de una manera desproporcionada en la vida de siete mil millones de personas». Lorente apoya sus manos en el cristal, con los dedos bien abiertos, frente al logotipo del centro: un cromosoma. «Pese a todo, han sido diez años muy positivos, muy provechosos tanto para Genyo como para la investigación biomédica en Granada».
Su nombre real es 'Centro Pfizer-Universidad de Granada-Junta de Andalucía de Genómica e Investigación Oncológica', pero todo el mundo lo llama Genyo. «Nuestra misión es investigar cualquier enfermedad que tenga un componente genético. Muchas de ellas son del área de la oncología, pero no todas, y siempre con un enfoque pensado en el paciente», explica Lorente, director científico del centro y profesor catedrático en la Facultad de Medicina de la UGR. «El gran éxito de Genyo –sigue– es la cohesión y la coherencia que hay entre todos los grupos de investigación y la buena relación que tenemos con las entidades que nos dan vida».
Pío Salvador Aguirre (Jaén, 1976), gerente de Genyo, lleva ligado al centro desde que se amontonaron sus primeras piedras. Ahora, una década después de su apertura, el 12 de noviembre de 2010, repasa con orgullo el debe y el haber: «Genyo ha evolucionado muchísimo. Tras construir el edificio y completarlo con cinco millones en equipamiento, a lo largo de estos diez años hemos invertido otros cinco millones, gracias a las instituciones que componen el centro: la Consejería de Economía y Conocimiento, la Consejería de Salud y Familia, la UGR y la empresa farmacéutica Pfizer». En este tiempo, Genyo ha gestionado más de 25 millones de euros en proyectos de investigación y ha conseguido más de 600 publicaciones de alto impacto en medios de referencia. «Empezamos con dos grupos de investigación y hoy contamos con doce –señala Salvador–. Aquí hay más de 160 personas».
Marta Eugenia Alarcón Riquelme (Estados Unidos, 1962) mira por el amplio ventanal de su despacho, en la cuarta planta del centro. «Escogí esta habitación para ver Sierra Nevada», dice. Ella, una de las principales investigadoras de Genyo, coordina el área de Medicina Genómica. Ahora está enfrascada en un proyecto muy grande, 3TR, que estudia siete enfermedades inflamatorias, autoinmunes y alérgicas. «Los investigadores queremos encontrar la verdad. Esa es nuestra satisfacción. Ahora estamos teniendo resultados muy bonitos que espero podamos publicar ya pronto». Juan Carlos Rodríguez (Ciudad Real, 1968) fue uno de los primeros investigadores del centro. «He sido testigo de cómo otros compañeros han ido viniendo al centro y es reconfortante ver la ilusión, cómo crecen. La parte negativa es la deficiencia de la financiación de la que tanto se habla y que es una realidad; algo que limita los proyectos y no nos permite ir todo lo rápido que nos gustaría». Rodríguez trabaja en oncología genómica, en concreto estudiando el microentorno del tumor. La lucha contra el cáncer, aquí, es una constante.
Muchos granadinos, al oír hablar de Genyo, lo imaginan como una enorme criatura azul que sale despedida de una lámpara mágica para cumplir su deseo: acabar con el cáncer. «La cura del cáncer como tal es algo que está lejos –lamenta Lorente, consciente de la esperanza que hay puesta en la ciencia para cercenar esta maldita enfermedad–. Pero es cierto –continúa– que se está avanzando mucho tanto en el tratamiento como en algo muy importante en lo que aquí trabajamos de manera muy intensa: el diagnóstico precoz». Así, Lorente se confiesa «muy optimista en este sentido» e insiste: «El cáncer cada vez se va a detectar en fases más tempranas y ahí sí que hay un tratamiento que puede ser totalmente curativo en la gran mayoría de las ocasiones».
José Antonio Lorente
El impacto sanitario, económico y emocional de la Covid-19, sin embargo, ha obligado a Genyo a reinventarse para aportar su granito de arena en esta situación tan desconcertante. De hecho, Pfizer, uno de los fundadores del centro, es una de las farmacéuticas que tiene más avanzada la vacuna. «El virus ha hecho que varíe mucho el sentido de la investigación. Aquí tenemos varios proyectos centrados en la forma de actuar del virus según las características genéticas de cada persona. Algo que puede ayudar a ajustar el tratamiento, la evolución y la trazabilidad de la enfermedad».
El moderno edificio de Genyo está compuesto por cuatro plantas repletas de laboratorios y despachos. Cuatro plantas prácticamente idénticas que se diferencian unas de otras por el color que corre por el pasillo: verde, morado, rojo y azul, los cuatro colores que representan a las instituciones que levantaron el centro. Genyo se organiza en una doble estructura: por un lado, una vertical en la que se encuentran los doce grupos de investigación; y, por otro, una horizontal, formada por seis unidades que dan servicio a todos los investigadores. Esas unidades son Cultivos Celulares, Microscopía, Citometría de Flujo, Lavado y Esterilizado, Informática y Genómica.
María Muñoz de Escalona (Granada, 1986), doctora en Biomedicina, es la responsable de la Unidad de Cultivos Celulares. «Aquí ponemos a disposición de los investigadores nuestras salas de cultivo para hacer experimentos basados en células», detalla. Una unidad fundamental que presta servicio y apoyo a innumerables trabajos. «Cuando se ven los resultados te sientes parte», sonríe Muñoz. Raquel Marrero (Tenerife, 1980), responsable técnica de la Unidad de Microscopía, prepara muestras (células, tejidos, incluso animales completos) para poder visualizarlas. «Hacemos que los datos se vean, le ponemos cara a la investigación. La imagen complementa y, muchas veces, ayuda a entender lo que está pasando, no sólo a nivel científico, también a la sociedad en general».
José Díaz (Granada, 1987) es técnico de la Unidad de Citometría de Flujo. «La citometría de flujo –explica, junto a la máquina Cytof, una herramienta muy sofisticada que hasta hace poco era la única que había en España– es una técnica muy utilizada en investigación y se usa en multitud de centros y de instituciones. Lo que se persigue básicamente es conocer la célula, qué tipo de marcadores tiene en su superficie o en el interior, así como sus características morfológicas». Pedro Carmona, de la Unidad de Bioinformática, asegura que trabajar aquí «siempre es emocionante porque ofrece la posibilidad de participar en nuevos descubrimientos».
La Unidad Genómica es, por definición, el núcleo de Genyo. Su responsable, Luis Javier Martínez (Granada, 1977), también celebra diez años trabajando en el centro. «Nos dedicamos a leer qué dice nuestro ADN, cómo se estructura, cómo se expresa e incluso cómo se regula», precisa Martínez. «En este tiempo hemos realizado proyectos muy bonitos. Es una suerte poder trabajar directamente con personas, con el Hospital San Cecilio. Al ser una unidad fuerte, toda la investigación en biomedicina de Granada pasa por aquí. Somos una referencia en Andalucía».
A las puertas de Genyo, Pío Salvador observa la entrada como el que mira una tarta de cumpleaños, rodeado de la familia: «Uno se siente orgulloso siendo parte de este proyecto. Se siente partícipe de algo grande». Lorente, mientras tanto, responde una última pregunta:
–Después de mirar tanto tiempo en lo más hondo de las personas, ¿qué se aprende del ser humano?
–La humanidad en su conjunto puede tener sus grandes defectos y en momentos determinados puede llegar a ser despreciable. Pero si uno habla de personas, he aprendido que cada ser humano es maravilloso y único y que merece la pena. Siempre merece la pena estudiar y prestar la atención adecuada a cada uno de nosotros.
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Inés Gallastegui | Granada
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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