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Frieda Hughes con un ejemplar de la edición española de su libro. Errata Naturae
George, la urraca que apartó del abismo a Frieda Hughes
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George, la urraca que apartó del abismo a Frieda Hughes

La hija de Sylvia Plath y Ted Hughes narra con ternura y mucho humor su salvadora convivencia con este córvido y otros muchos bichos / Los animales son sus antidepresivos, unas drogas que se ha negado a tomar sabiendo que «estar triste es lo normal»

Martes, 20 de agosto 2024, 18:08

La vida de Frieda Hughes (Londres, 1960) prometía ser tan tormentosa como la de sus progenitores. Hija de la poeta suicida Sylvia Plath y del también poeta nómada Ted Hughes, el naufragio emocional era el estatus natural de la escritora, asomada al abismo desde niña.

Su madre se suicidó cuando ella tenía tres años metiendo la cabeza en un horno de gas y abriendo la espita. Frieda dormía en una habitación al lado de la cocina junto a su hermano Nicholas, que también se quitó la vida años más tarde, en 2009, cuando ella se acababa de separar de su marido y un polluelo de urraca moribundo se cruzó en su atormentada vida.

Una existencia al borde del precipicio, marcada por una honda y negra tristeza que cambió con la insólita relación que Frieda estableció con la urraca. Lo cuenta en 'George. Mi amistad con una urraca' (Errata Natuare), un libro tan excéntrico como divertido en el que narra con ternura y mucho humor su salutífera relación con este inteligente y cordial pajarraco y otros muchos animales.

Frieda Hughes con George posado en su cabeza. la salutífera urraca que llenó su vida de alegría. Errata Naturae

Gracias al córvido Frieda aparcó la melancolía para abrazar la alegría. Convive hoy con quince búhos, dos huskies rescatados, un terrier maltés, cinco chinchillas, un hurón y una pitón real. Pretende mostrar con esta suerte de 'zoomemorias' que «conectar con la vida salvaje tiene el poder de relativizar los problemas». Que el contacto animal «nos enseña lecciones fundamentales y proporciona consuelo a almas heridas».

«Tras el suicidio de mi madre, el 11 de febrero de 1963, a mi padre le costaba asentarse. Su estilo de vida itinerante implicaba que mi modesto armario y mis libros (no tenía juguetes) nunca estaban en un único sitio, y tampoco podía hacer amigos (no tenía amigos de verdad)», explica la narradora en el prefacio del libro.

Su hermano Nick y ella acompañaban al desnortado progenitor «como dos apéndices a remolque». «Si apartaba la vista apenas un instante y volvía a mirar, el paisaje se habría modificado y no me quedaría más remedio que aclimatarme a un universo nuevo», explica su desarraigo.

Anclaje

Ansiaba tener plantas, animales y una compañía «cálida y amable». Sabía que para lograrlo «hace falta un hogar, una tierra que nos ancle, un jardín que cultivar y ver crecer, un lugar estable que sea morada y cobijo».

Lo logró al comprar en 2007 una vetusta casona en un recóndito paraje de la campiña galesa. Debía rehabilitarla para plantar ese soñado jardín en el que arraigarse para pintar y escribir. Pero se descubrió rescatando a una cría de urraca malherida en su jardín, la única superviviente de un nido destruido por una tormenta.

George, que así bautizó a la desventurada urraca, pasó de ser una bola de plumas y huesos que exigía graznando su comida «a un compañero inteligente y muy rebelde». Un ser libérrimo que destrozaba y cagarruteaba la casa, aterrorizaba a la señora de la limpieza y a la vecina y que contribuyó a hundir el maltrecho matrimonio de la escritora.

La portada del libro. Errata Naturae
Imagen - La portada del libro.

Aún así, le resultó «imposible» no enamorarse «perdidamente» del ave. Cautivada por George, temiendo el momento de liberarlo, Frieda se entregó a una obsesión que cambió para siempre la vida de esta pintora, poeta y columnista, autora de ocho poemarios y varios libros para niños. Expone con regularidad sus pinturas en Londres y tiene una muestra permanente en su galería privada de Gales, donde reside con ese zoo que le colma de felicidad y con unas motos que le garantizan libertad.

Afectos sencillos

Cuando la urraca se cruzó en su vida tenía ya tres perros «que no me necesitaban como George», explica la escritora, que halló en los animales «la expresión más sencilla de los afectos». «Cuando las cosas se ponen feas, nos recuerdan que podemos tener una relación sana con otro ser vivo. Me reconectan con la vida natural. No juzgan, y cuando se van, la vida sigue», se felicita.

Los animales han sido sus antidepresivos, unas drogas que se ha negado a tomar, aún sabiendo que «estar triste es lo normal». Más cuando la tragedia te persigue. No en vano Assia Weill, amante por la que su padre abandonó a Sylvia Plath, y segunda esposa de su progenitor, se suicidó con el mismo método de Plath pero llevándose consigo a la hija que tuvo con Hughes, quien ya mantenía relaciones con otra mujer.

George voló para no volver jamás tras cinco meses de convivencia. Fue un golpe duro y doloroso para la escritora. Lloró sin consuelo a pesar de sentirse feliz, ya que la alternativa era enjaular al pájaro para que no aterrorizara al vecindario. «Al irse me recordó todas las pérdidas de mi vida, la de mi padre, la de mi madre… No sabía que iba a perder a mi hermano, lo que ocurrió poco después… pero esto lo contaré en el próximo libro», anticipa. El abandono de George fue catártico y le impulsó a adoptar a otros pájaros heridos y necesitados de cariño.

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