La escritora Carolina Molina, en Granada. CM

«A la Granada cultural de hoy le faltan gestores, porque legado hay de sobra»

Carolina Molina, la escritora madrileña cierra con 'El último romántico' la trilogía protagonizada por la familia Cid, saga de defensores del patrimonio en la Granada del XIX

JOSÉ ANTONIO MUÑOZ

GRANADA

Martes, 8 de enero 2019, 01:04

Con frecuencia se cataloga a la escritora madrileña Carolina Molina como una de las grandes especialistas en el patrimonio granadino y su historia. Para algunos de los más preclaros pensadores de la Granada de hoy, su prosa directa y documentada, y su capacidad para recrear la capital nazarí en el siglo XIX merecen colocarla entre las grandes autoras de novela histórica de la última década. Ahora, una vez más, con 'El último romántico' (Ediciones Miguel Sánchez), donde continúa la saga de la familia Cid que se iniciara con 'Guardianes de la Alhambra' y 'Noches en Bib Rambla', ahonda en esa mezcla casi alquímica de intriga y reivindicación que justifica su fama.

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-¿Cuales son los porqués de 'El último romántico'?

-Quería dar continuación a la saga que inicié con 'Guardianes de la Alhambra', porque quería redondear esa crónica de la que para mí es la parte fundamental del siglo XIX en Granada en cuanto a la destrucción de monumentos y la rehabilitación de algunos de ellos, como el caso de la propia fortaleza nazarí. Con 'El último romántico' le doy fin a esa saga.

-¿Quién es Max Cid?

-Es el narrador de las tres novelas que integran esta serie, que además se pueden leer de forma independiente. Este narrador cuenta la historia de su padre, Manuel Cid, un pintor que relaciona a todos los viajeros románticos que pasan por Granada, conocen la Alhambra y la colocan en el mapa internacional de los monumentos, y luego cuenta cómo defendió la Puerta de Bib Rambla de una destrucción que finalmente se produjo. Y en esta última novela nos cuenta qué puede hacer como ciudadano, y como periodista, puesto que ya le encontramos en esa ocupación, para defender esos monumentos de una administración que impulsa una modernidad mal entendida. La misma que crea la Gran Vía en Granada o la calle Mayor en otras ciudades, y que destruía un patrimonio que debimos haber mantenido, pero no lo hicimos.

-Después de la desamortización, vino entonces la 'desamorización' hacia el arte...

-(Risas) Ciertamente, así fue. Y es algo que hoy sigue pasando. El arte se ha politizado, y eso es un error tremendo. El arte no es político, es arte, y no debe verse desde un punto de vista ideológico, ni religioso. No podemos destruir las iglesias por ser ateos, ni destruir las sinagogas o las mezquitas por ir contra nuestras creencias. Es cierto que tras las actuaciones en barrios históricos hay motivaciones económicas, algunas incluso beneficiosas, pero hay que aplicar siempre el sentido común.

-¿Quiénes son hoy los defensores del arte?

-Los mayores defensores del arte son los ciudadanos. Las asociaciones culturales, las plataformas que no están identificadas con ninguna opción política, y que se han convertido en defensoras, a veces incomprendidas, del patrimonio. Sin su capacidad de generar opinión pública no se habría abierto el Museo Arqueológico, por ejemplo, aunque esta apertura haya sido parcial. Hay muchas reclamaciones pendientes, y los políticos deben oírlas.

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-Dicen de usted que es la más granadina de las escritoras madrileñas. ¿Por qué esa predilección por Granada?

-Es algo inexplicable, como cuando te enamoras de alguien. Desde hace muchos años, Granada ha sido mi inspiración en todos los sentidos, y seguirá siéndolo mientras hsya personas que me sigan queriendo aquí.

-Le quieren, sin duda. Pensadores como Gil Craviotto no dejan de citarla...

-El caso de Gil Craviotto es especial. Me siento muy orgullosa de haber sido 'adoptada' por su magisterio. Y muy afortunada de que personas de su talla me tengan en cuenta, y de que Granada me haya acogido tan bien. Lo único que puedo ofrecer es la visión de una persona que no es granadina de nacimiento, y por tanto, pueda mirar los hechos con cierto necesario desapasionamiento. Formo mis opiniones, que vuelco en las novelas, tras escuchar a muchas personas, muchas de ellas descontentas con el tratamiento que se da al patrimonio.

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-¿Qué le falta a la cultura en Granada?

-Creo que gestores, porque base y legado hay de sobra. Ojo, ha habido excepciones, personas que han tenido responsabilidad y lo han hecho muy bien, pero no son la mayoría, a mi entender.

Olvido y destrucción

-Decía hace poco Henry Kamen en IDEAL que no entendía que España se hubiera olvidado de la Alhambra durante más de tres siglos. ¿Hay otros monumentos olvidados hoy?

-Naturalmente. Algunos se están destruyendo solos. Es cierto que no siempre por decisión de los gestores públicos. Granada ha tenido muy mala suerte: terremotos o crecidas del Darro, por ejemplo, han deteriorado monumentos muy importantes. Luego, los políticos de turno han aprovechado esas catástrofes para hacer tabla rasa. Eso ocurre también en otras partes de España, pero en Granada se ha notado más.

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-En 'El último romántico' los diálogos tienen un papel fundamental, y mucha fuerza. ¿Cómo consigue hacerlos tan dinámicos?

-Los diálogos parten del diseño de los personajes. De la novela histórica no sólo me interesa la documentación y el conocimiento de un periodo. Me interesa definir los personajes. La propia ciudad de Granada es un personaje en mis obras, pero también los reales, los ficticios, aquellos que andan a caballo entre ambas esferas, con los que el lector puede identificarse. En ocasiones, los escritores de novela histórica olvidamos que aunque la documentación es importante, los personajes lo son aún más.

-Por la novela desfilan Galdós, Ganivet, Valera, Zorrilla, y muchos literatos claves del siglo XIX. ¿Por qué Galdós le influye tanto? ¿Le han quedado personajes en el tintero?

-Sí, me han quedado muchos. Algunos grandes periodistas, como Francisco de Paula Valladar o Pedro Mesa de León o Seco de Lucena, que merecen una novela propia. En cuanto a Galdós, es para mí el equivalente madrileño de Federico García Lorca. Acaparó lo mejor de un siglo, no sólo en Madrid, sino en Santander o Toledo. Conociéndole me he dado cuenta de que la novela histórica es hoy lo que es gracias a él.

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