La inclusa de Granada. Soraya Romero, en el antiguo patio de la institución, en la calle Elvira. J.A. Muñoz
Historia

Granada y los 'hijos del vicio'

La autora Soraya Romero trata en 'Las semillas del silencio' el devenir de las inclusas, lugares donde se recogió durante 400 años a los niños fruto de relaciones 'impropias'

Viernes, 26 de julio 2024, 00:19

Las inclusas fueron instituciones que, hasta la aparición de los Servicios Sociales, ocuparon –durante 400 años nada menos– un papel fundamental, y en ocasiones muy oscuro, en la 'gestión' del flujo humano generado por lo que la moral calificó en su momento como relaciones 'impropias' ... en el mejor de los casos, y a quienes colocó la etiqueta de 'hijos del vicio' en el peor. La periodista y escritora Soraya Romero ha novelado en 'Las semillas del silencio' la historia de su bisabuela, Gerónima López de la Cruz, uno de los más de 650.000 frutos de esas relaciones impropias que tuvieron nombre y vida –a veces muy corta– en la inclusa de Madrid. Romero ha investigado también en profundidad el caso de la inclusa de Granada, y acompañó a IDEAL hasta el inmueble que fue, junto con el Hospital Real y el Convento de Santa Inés, una de sus sedes. La fachada principal de dicho inmueble, hoy una casa de vecinos, da a la calle Elvira. La trasera, al patio donde se encuentra el célebre pub Eshavira, llamado Postigo de la Cuna. Allí se encontraba el torno en el que se abandonaba a los neonatos, al lado de un pozo hoy cegado, pero marcado en el centro del patio.

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Las inclusas fueron el punto de encuentro entre dos realidades: las de los niños que acabaron en ellas por diversas circunstancias, y las de las religiosas –normalmente, las Hermanas de la Caridad– que se ocuparon, siempre hasta cierto punto, de ellos. «Los llamados 'hijos del vicio' eran, normalmente, el resultado de una relación extramatrimonial, o nacidos fuera del matrimonio. Quien pagó el pato de esas situaciones era la mujer, porque ellas fueron quienes albergaron en su interior esas vidas en proyecto. El hombre cometía el pecado, pero se borraba del mapa», dice la investigadora.

Un problema

El Hospital Real, hoy sede del Rectorado, fundado en 1501, ya era inclusa en 1504, con la creación de una comisión para ocuparse de esos niños abandonados. El problema fue creciendo exponencialmente, y ante la imposibilidad de albergar a todos los infantes abandonados, la Junta de Beneficencia de Granada fue el ente que adquirió el edificio situado en la calle Elvira que aún conserva los restos de su pasado. Este edificio recibió, según Soraya Moreno. la denominación de Casa de Expósitos, y en 1755 se creó la llamada Casa del Amparo. Esta institución recogió a las mujeres embarazadas en pecado para intentar devolverles un poco de 'dignidad', escondiéndolas cuando su estado de gravidez era evidente, pariendo en la clandestinidad pero evitando que se abandonara a los bebés en las acequias o en la calle. «A los tres o cuatro días, cuando el parto había ido bien, el fruto quedaba dentro de la inclusa, y ellas volvían a la calle». Con todo, hasta en las casas de amparo había clases:las mujeres llamadas comunitarias, que dormían hacinadas en habitaciones pequeñas porque no pagaban su estancia, y las más pudientes, a las que sus familias sufragaban el tiempo de ocultamiento, y que vivían en habitaciones más amplias. En los espacios comunes de la inclusa de Granada podían comer hasta 300 niños por turno, comiendo básicamente legumbres. Y en cuanto a la higiene, no fue muy valorada hasta el descubrimiento de que su práctica evitaba muertes.

a inclusa de Madrid. Por detrás, había mucho más. Luis Ramón Marin. VEGAP.

A las Hermanas de la Caridad las ayudaron en ocasiones las amas de cría; en el caso de Granada, las célebres pasiegas que dieron nombre a la plaza anexa a la catedral. «Las mujeres daban mientras podían, porque era la única forma de obtener ingresos. A veces, quitándoselo a tus propios hijos, lo que fue una realidad durísima», asegura la autora.

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Familia. Gerónima López de la Cruz (a la izquierda), 'hija del vicio' y bisabuela de la autora. a. s. r.

La información sobre las inclusas ha desaparecido en buena parte. Sin embargo, lo que sí se sabe es que Granada fue en el siglo XVIII la ciudad cuya inclusa registró la tasa más alta de mortalidad de niños de todo el país, un 80%. El obispo de Guadix llegó a clamar por la apertura de nuevos espacios en poblaciones vecinas como La Calahorra, ya que los habilitados en la ciudad accitana no daban abasto para acogerlos. Las cifras en el mismo siglo XVIII, solo en Granada, ascendieron a más de 1.000 criaturas abandonadas cada año. Se llevaban dos registros: uno oficial, donde aparecía el nombre real de la mujer y al que solo tenía acceso el director de la inclusa, y uno extraoficial, donde aparecía un nombre ficticio que identificaba la cama donde la mujer paría. Así, todas las mujeres que parían en la cama 4 se llamaban Carmen, por ejemplo.

Itinerarios

El itinerario vital de los incluseros era aterrador. la mayoría no llegaba a cumplir el año, por desnutrición o enfermedades derivadas del hacinamiento, como la neumonía. Los que llegaban a la niñez, eran divididos por sexo: a las niñas se les enseñaban labores del hogar y a los niños en algún oficio. Muchos varones se escapaban, delinquían y acababan muriendo en la calle. Las niñas, a partir de los seis años, podían ser 'prohijadas' por familias a las que se les entregaba una pequeña cantidad de dinero por ello, donde se las empleaba en tareas poco gratas. Esta acogida podía finalizar a los seis años, si la inclusa los reclamaba, o a los doce, cuando dejaban de pagarles por ellos, y muchas familias, si no los necesitaban, los abandonaban a su suerte.

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Pero había circunstancias peores: en ocasiones, se comerciaba con las niñas y se les casaba con hombres que venían del campo en busca de 'mocitas'. Este comercio continuó en el siglo XX, cuando, como se ha denunciado en fecha relativamente reciente, se robó a niños y niñas para entregarlas a familias burguesas sin hijos próximas al régimen franquista. «La de las inclusas es una historia que no debiera caer en el olvido; en ellas hubo bien, pero también mucho mal», dice Romero.

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