andrés molinari
Domingo, 20 de diciembre 2020, 01:32
La Orquesta Ciudad de Granada y los melómanos de la ciudad que le da nombre son mucho más que amigos. Casi una familia que no deja pasar la Navidad sin que el reencuentro colme a ambos de gozo y esperanza. Así se comprende el ... largo y sonoro aplauso del público a su orquesta, nada más salir a escena y antes de hacer sonar la primera nota del concierto.
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Un concierto repetido dos veces el viernes y una más el sábado para que todos los abonados, y muchos ocasionales, hayan podido asistir guardando los preceptivos hiatos de cada renglón de asientos. Y un programa que dice adiós al fatídico 2020 con un recuerdo a Beethoven en su centenario y saluda el esperanzado 2021 con una polka de Strauss, como la diosa Viena manda.
En el podio un nuevo director: Lucas Macías. Y las mejores vibraciones emanadas de su gesto y de su rictus. Un cuerpo juncal y espigado que no necesita la muleta del atril pero que pacta con la tradición de la batuta fina y albar. Un cimbreo sin aspaviento porque todo el mando lo envía contenido en su mirada, en un volteo de su mano al viento, en cada ademán suyo, tan conciso como convincente.
Arropando su llegada, la Orquesta al completo. Grandilocuente en la obertura Egmont del genio de Bonn, tal vez con las trompetas sobreactuando un poco, pero sin llegar a emborronar con su desmesura esa descripción sonora de aquella intolerancia religiosa. Y para la sinfonía 'Escocesa' de Mendelssohn el mejor reencuentro con nuestra orquesta. Esmerada en el matiz, locuaz en lo cantable, marcial en lo heroico. Si las cuatro trompas ya se lucieron con Beethoven, aquí rubrican su mejoría respecto a épocas pasadas. Y un nombre propio allá arriba: el de José Luis Estellés con su clarinete para un par de instantes preciosos sobre los que gravitan los dos primeros tiempos de esta sinfonía.
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Y siempre dejándonos llevar. Rumores de oleaje y de caverna. Brisa de violines primeros sobre un brezal pespunteado por el pizzicato del resto de la cuerda. Amago de tormenta sobre un paisaje de la vieja Escocia, para devenir en melodía parecida al verdín que lame los muros de aquellas célticas ruinas.
Un Mendelssohn sinfónico colmado de brío y solidez, con una cuerda bien empastada y de trama límpida, como urdimbre para un metal rutilante y unas maderas de donosa calidez. Por momentos el mejor regalo para este diciembre: música a pleno pulmón para exorcizar a una Navidad con mascarilla.
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