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José Antonio Muñoz
Granada
Miércoles, 30 de diciembre 2020, 00:31
La inquietud por dar a conocer nuestra historia y la defensa serena y firme de la ciudad que le vio nacer corren paralelas en la biografía de Francisco Sánchez-Montes González, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Granada y editor, junto con los profesores Antonio Jiménez Estrella y Julián J. Lozano Navarro, del volumen 'El Reino de Granada y la Monarquía Hispánica en el siglo XVII' (Comares). Este es un completo acercamiento a ese periodo de nuestro devenir, que prologa el cuatro veces doctor honoris causa Bernard Vincent.
–En estos tiempos en que León reivindica su condición de reino para separarse de su comunidad autónoma, conviene recordar la importancia que en su día tuvo el Reino de Granada.
–Hasta 1833, nada menos, existimos como tal. Este libro es necesario por eso:para reivindicar la importancia de un territorio que ha sido ampliamente tratada en otros periodos, como el islámico, o en el momento de esplendor del Renacimiento, y más tarde, en el Romanticismo decimonónico. Parece que, en medio, quedara un periodo de penumbra, el siglo XVII, que para mí tiene un indudable interés por ser una época de grandes contrastes, con penuria y brillantez en el mundo de las artes. Granada tuvo un papel diferenciado como reino, frente a 'las Andalucías', integradas por los antiguos reinos de Jaén, Córdoba y Sevilla.
–¿Qué papel le otorgó la Monarquía en ese contexto?
–Granada pudo ser la capital del imperio en el siglo XVI, cuando ninguna ciudad lo era como tal. La corte era itinerante, y cuando Carlos V pasa su luna de miel en la ciudad, todo estaba por decidir en ese aspecto, porque el gobierno estaba donde estaba el rey. Fue Felipe II, su sucesor, quien dijo al parecer que viajar por los reinos no es útil ni decente, por la maquinaria administrativa que había que mover y por la estela de mendicidad y rapiña que dejaba a su paso la comitiva regia. Cuando se decidió a instalar su capital en Madrid, Granada empieza a perder una fuerza que había tenido, entrando en una crisis que agudizan la expulsión de los moriscos, o la epidemia de Peste Atlántica. El reino entra entonces en un declive que lo sumerge durante el siglo XVII en multitud de contradicciones y problemas.
–También desvelan en el libro el papel tan importante que tuvo Granada en la colonización de América. Porque a veces parece que solo lo tuviera Sevilla, con la Casa de Contratación.
–Muchos de los naturales del Reino de Granada tuvieron un papel determinante en la conformación del imperio español. Partieron hacia allí espoleados en ocasiones por esa mala situación económica, y por la búsqueda de aquel 'El Dorado' que era promesa habitual. Se establece entre Granada y las Indias ese «hilo de tinta invisible» del que hablaba el profesor Domínguez Ortiz, con personajes que marcaron el devenir de aquellas tierras.
–¿Cómo trató la monarquía al Reino de Granada?
–Como al resto, de forma mayoritariamente utilitarista. La monarquía no necesitaba apreciar a ningún territorio, sino usarlos a su antojo en su proyecto político. Y eso pasaba por conseguir el apoyo de las ciudades que tenían voto en Cortes, entre las que se encontraba Granada, a las que Felipe IV, por ejemplo, necesitó para aprobar sus propuestas tributarias. Por cierto, es interesante destacar que aunque siempre se dijo que Castilla era el reino que más sustentó las empresas bélicas y expansivas de los monarcas, no fue así. La presión fiscal de Castilla estaba en torno al 21%, mientras que la de los reinos andaluces estaba por encima del 26%.
–¿Qué imagen dan sobre el reino los viajeros que llegan a Granada en este periodo?
–Pienso que aunque tienen delante una realidad compleja, la idealizan. Hay pocos viajeros que la vean desde una visión pericial profunda donde se pongan de manifiesto sus males, aunque los hay, como por ejemplo, Cosme III de Médici, que ve la Granada cristiana y niega la huella de la islámica. Otros, como Lady Anne Fanshawe, se deja llevar por el romanticismo previo al propio periodo romántico y construye las primeras leyendas sobre la Alhambra, con pasadizos y salas de secretos, antes que Washington Irving. Los viajeros, en general, aportan la mirada del otro, y a veces quien nos ve desde fuera realiza una labor casi de espejo sobre nuestra propia realidad.
–¿Cuáles son las principales aportaciones de este libro?
–Creo que la labor de todos mis compañeros contribuye a ofrecer una visión global de este periodo, deteniéndonos en aspectos poco conocidos por el gran público, como la administración, la Iglesia... Invitamos a observar un periodo histórico reparando en aspectos que en muchas ocasiones se pasan por alto.
–En este periodo, Granada respira por sus altares.
–Se puede decir que sí. El papel de la Iglesia es clave porque la institución está comprometida con un credo tridentino, y es combativa y defensora de determinados dogmas. Así nace, por ejemplo, el Triunfo de la Inmaculada Concepción de María como espacio áulico de gran convocatoria para fieles. El asunto sacromontano es otro de los grandes hitos de este periodo. A pesar de todo, hemos observado una dualidad muy marcada en las instituciones eclesiásticas des de la época, porque mientras desde el púlpito se lanzaban sermones escatológicos para que se rezara ante las pandemias, hay otra Iglesia militante, comprometida con los pobres, como la de Juan Ciudad, de casas de expósitos.
–¿Cuál fue el papel de la burguesía?
–La burguesía nunca tuvo un lugar eminente. Existían asociaciones gremiales, pero las grandes fortunas mercantiles son importadas, con apellidos como los Veneroso. Estos encarnan la ligadura entre el doblón y el blasón, ya que compran sus linajes con dinero. En una Granada con escasa movilidad social, la adquisición de limpiezas de sangre y otros negocios oscuros también fueron bastante frecuentes.
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