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Alba Sánchez trabaja hasta tarde en el laboratorio de la Universidad de Lovaina. Llegó hace una semana y todavía se está recuperando. «Estoy volviendo a la realidad, ha sido una experiencia espectacular», dice la biotecnóloga granadina. Su sonrisa esconde cierta añoranza, un cambio vital, una revolución interna que le ha dado un nuevo enfoque a la vida. El viaje, como cuando Neo eligió la pastilla roja en 'Matrix', ha dejado una huella imborrable. Después de todo, ¿quién puede contar que ha vivido en las praderas del Planeta Rojo? «Los paisajes que teníamos eran inmensos. Una locura. Todo era tan real, tan inmersivo, que llegué a creer en el viaje. Creí que estaba en Marte».
El 28 de marzo, un equipo de siete jóvenes investigadores de todo el mundo aterrizó en el desierto de Utah, Estados Unidos. Era la nueva tripulación de la misión Mars UCLoivain, la simulación más real posible –sin salir de la Tierra– de una estación espacial en Marte. «Cuando vimos las instalaciones, tras girar una colina, nos quedamos impactados –recuerda Alba–. Era más grande de lo que pensábamos. Fue alucinante». El complejo cuenta con laboratorios, invernadero, observatorio y viviendas. Todo bajo las estrictas condiciones de vida marcianas. «Nada más llegar hicimos un entrenamiento de tres horas para aprender lo que debíamos hacer cada día, cómo comunicarnos con el centro de control en caso de urgencia... Después, comenzó el aislamiento».
Alba y su equipo permanecieron en la estación trece días, tiempo en el que debían completar varios experimentos científicos: análisis de parámetros meteorológicos, cartografía del terreno, uso de tecnologías, maniobras con dron, estudio de partículas... Pero para hacer todo eso había que salir a los inhóspitos valles de Marte. «Tenía las expectativas altísimas, pero cuando me puse el traje lo superó todo».
El horario se repitió cada día. La alarma sonaba a las siete en punto, desayuno y turno de exploración. «Salíamos en grupos de cuatro personas, así que nos turnábamos. Solo hubo una mañana que no pudimos salir porque había una tormenta de arena muy grande y era peligroso. El resto, fue una pasada». El traje espacial, el arnés, varios localizadores en el cinturón, guantes, botas... «Todo absolutamente real, para que ni un centímetro del cuerpo estuviera en contacto con el aire. Además, llevábamos el sistema de radio en el casco, para comunicarnos entre nosotros».
Antes de salir a las rocas de Marte, esperaban cinco minutos en un pequeño habitáculo de descompresión. Una vez fuera, les esperaba el Rover. «Nos subíamos en el vehículo y recorríamos la zona. Luego caminábamos mucho. En la exploración me asombraba porque, pese a que sabía que era una simulación, creía que era Marte: no se veía nada más que el desierto, la tierra, los compañeros... No eras capaz de escuchar nada más. Era tan real...».
Las salidas duraban entre dos y tres horas. «Cansaban muchísimo. De vuelta a la estación, nos ayudaban para quitarnos el traje. Y siempre había una euforia especial cuando se volvía a casa: ¡Lo habéis conseguido! ¡Buen trabajo!», exclama emocionada Alba, reviviendo las sensaciones.
Los que no salían de misión al exterior, se encargaban de la cocina. Y ojo, porque el reto tampoco era pequeño. «Lo de la comida liofilizada... fue sorprendentemente bien. Teníamos cubitos con todo tipo de productos: zanahorias, patatas, pollo, carne de hamburguesa... Eso lo teníamos que hidratar en una cacerola con agua hirviendo y luego ya podíamos hacer algo. Cocinar fue toda una aventura, algunos hicieron maravillas. ¡Hasta pizzas!».
Tras el almuerzo, el equipo se repartía por los laboratorios para trabajar en sus proyectos personales. Además, debían realizar un informe diario para el centro de control. «Cada uno teníamos una tarea concreta dentro de la estación. Yo me encargaba de la comunicación, así que preparaba un resumen diario con fotos y vídeos», explica Alba.
Por la noche, cena, reunión de grupo y alguna actividad juntos: «Juegos de cartas, de mímica... cualquier cosa para hacer equipo. Lo pasamos muy bien. Hemos aprendido muchísimo».
–¿Cuál ha sido la gran lección?
–Lo que más me llevo de la experiencia es darme cuenta de lo pequeña que soy. De lo grande que es lo que tenemos a nuestro alrededor, que no somos nada, que tenemos que aprovechar cada momento y dar lo mejor. A mí me ha cambiado la vida. Estoy en un momento de cambio, la verdad. Marte ha tenido más impacto del que creía que iba a tener.
El día que salieron, Alba conectó en directo con Risto Mejide, en la televisión. «Ahí me di cuenta del impacto que era hablar con otras personas. Estaba en shock. Me sentía fuera de lugar». Ahora, de vuelta en el laboratorio, visualiza una ruta que va más allá del doctorado. «Me encantaría seguir este camino y ver si puedo llegar... Sí –resopla–, era un sueño frustrado y esto me ha llenado tanto que quiero intentarlo. Voy a solicitar un puesto de candidata a astronauta de la Agencia Espacial Europea».
Marte solo era el principio. El viaje continúa.
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