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En nuestros días, el Generalife se ha convertido en el apellido de un patronato que gestiona los dos monumentos más importantes de Granada, situados además entre los más importantes del mundo en lo que al arte islámico se refiere. Pero no siempre fue así. Este palacio tiene una historia propia, e incluso durante siglos, estuvo mejor cuidado que la propia Alhambra, gracias al mimo que le puso la familia propietaria, los Granada Venegas, que ostentaban el Marquesado de Campotéjar y que hoy continúa viva en el norte de Italia con los Durazzo-Pallavicini. El año pasado, por estas fechas, se cumplió el centenario de la muerte de Francisco de Paula Valladar, y la Editorial de la Universidad de Granada lo celebró publicando un volumen que recoge por primera vez todos los escritos del autor en torno al Generalife, con un estudio preliminar y edición del experto José Tito Rojo. El libro revela múltiples detalles sobre el monumento.
«Granada tiene una gran deuda con los Granada Venegas», afirma Tito. La familia puso fin con generosidad a un pleito sobre la titularidad del palacio y los jardines musulmanes que duró 100 años y terminó en 1921. «El Estado reivindicaba la propiedad del monumento, y la ciudad se puso de parte de la administración porque consideraba a los Campotéjar como unos aprovechados», añade. «Pero lo cierto es que gracias a ellos el monumento se mantuvo bien cuidado durante 400 años. Al final, antes de que saliera el resultado final del juicio, cedieron no solo el Generalife, sino la Casa de los Tiros, que no estaba en el litigio». Este último lugar, por cierto, guarda hoy el archivo del monumento, ya que la familia solo se llevó a Italia los documentos de carácter privado. Allí están todas las cuentas del siglo XIX, incluyendo desde los gastos de arena hasta las plantas –muy exquisitas– compradas para embellecerlo. En la Alhambra, sin embargo, las plantas que se colocaban eran las que le sobraban al ferrocarril.
El Generalife tenía tres colecciones de arte. Una, la de los 17 retratos de la familia, partió camino de Italia. No son las mejores obras de la colección de los Durazzo, ya que en los salones de su villa genovesa cuelgan varias obras de Rembrandt y Tiziano. También se fueron a Italia cuatro cuadros donde se representaban batallas donde había participado la estirpe. «Los retratos de familia están en un excelente estado de conservación, muy bien restaurados», dice Tito, que los ha visto en fecha reciente. La otra parte de la colección de cuadros, la que representa a los reyes, quedó en Granada, y forma parte del patrimonio que se exhibe en la Casa de los Tiros.
La herencia de aquel palacio privado se conserva en las denominaciones del lugar. El primer patio de entrada se denomina Patio de Polo porque allí vivía Antonio Polo, guardés de las huertas. El administrador, aunque estaba alojado en la Casa de los Tiros, tenía un apartamento en el recinto, situado en las casitas del Patio de la Acequia. Del buen trato que recibían los trabajadores da cuenta el hecho de que el propio Alonso Granada Venegas pidió a Felipe II que no expulsara a sus once trabajadores moriscos –afectados por el decreto de 1570, a resultas de la rebelión de las Alpujarras– porque eran quienes sabían labrar la propiedad.
«Valladar fue el primer autor que dio importancia al Generalife. Los demás lo veían como una casa de campo», comenta el experto. Ciertamente, comparando la decoración del Palacio de Comares y la del Generalife, esta última palidece. Pero Valladar se enamoró de esta almunia, la mejor conservada en su estilo, y le dedicó numerosos escritos, aunque el libro donde cuenta su historia no lo vio publicado en vida. En su obra, describe una ubérrima finca agrícola que se extendía hasta Cenes, con frutales, olivares, viñedos, terreno para pastos... El actual cementerio de San José se denominó inicialmente 'de las Barreras', porque en la zona donde se halla, expropiada por el Ayuntamiento en la primera mitad del XIX, había barreras, yacimientos de arcilla que se usaba para crear la cerámica de Fajalauza.
Sobre el aspecto del palacete, es preciso señalar que era más grande que el actual. Fue Torres Balbás quien decidió derruir las alas y luego el piso superior, de escaso valor arquitectónico. En las alas estaban las estancias de los retratos. El público podía visitarlas obteniendo un billete, que era gratuito. A cambio, solo se suplicaba «no cortar flores y no tocar á nada» (sic). Lo curioso es que el Generalife tenía casi tantos visitantes como la Alhambra, según las investigaciones de Javier Piñar y José Tito. «Cada año se encargaban 1.000 billetes, 600 en negro y 400 en oro. Estos últimos eran las entradas VIP, para escritores y 'celebrities'», comenta. En el libro de firmas que se conserva en la Casa de los Tiros están desde infantas de España hasta escritores como Dumas –con su 'negro' Maquet– o Rubén Darío.
Una gran finca agrícola bien gestionada, con un palacio árabe que aunaba las funciones de exhibición y de vivienda. Ese es el Generalife que describió Valladares hace un siglo. Un monumento único.
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Lucía Palacios | Madrid
María Díaz y Álex Sánchez
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