El Aula de Cultura de IDEAL, patrocinada por Fundación 'la Caixa', acogió en la tarde de ayer la visita del irlandés Ian Gibson (Dublín, 1939) quien estuvo en el Aula Magna de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura presentando su más reciente obra, 'Un carmen ... en Granada. Memorias de un hispanista dublinés' (Tusquets), que este año se ha alzado con el XXXV Premio Comillas. El acto tuvo una gran respuesta del público, que casi llenó el bello espacio, cedido por la ETS de Arquitectura. Entre los asistentes, profesores y responsables del centro, numerosos escritores, personas vinculadas al ecosistema cultural granadino, y muchos lectores de la ya abultada bibliografía de Gibson.
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El irlandés fue recibido con 'Esta tarde vi llover', cantada a dúo por Alejandro Sanz y el gran Tony Bennett, lo cual le emocionó. Y se presentó como «alguien a quien la lectura de 'Romancero gitano' de Lorca le cambió la vida». Su libro de memorias no ha sido tarea sencilla, porque, dijo, «no ha sido fácil rellenar algunos espacios como el de la niñez». Con un halo de nostalgia en la mirada, recordó el pelo que tenía, y su primer amor, muy precoz, cuando apenas tenía dos años y medio. «Todos venimos de nuestra infancia, es la casa de la que procedemos en realidad. Y los dolores de mi infancia me han ayudado a entender a los que sufren».
Luego, el director de IDEAL, Eduardo Peralta, quien acompañó a Gibson en la mesa, preguntó al hispanista de qué hallazgos se sentía especialmente orgulloso. «He trabajado y he escrito gracias a haber hablado con Mora Guarnido o con el propio Francisco García Lorca. No estoy aquí para presumir de haber sido el biógrafo de Federico García Lorca; he sido uno más, y espero que se escriban muchas más biografías sobre él». Sobre el hecho de haberse convertido en el hombre que es, pesa grandemente, como detalla en 'Un carmen en Granada', el haber sido un auténtico 'bicho raro', un metodista en un país de católicos, insertado en una familia regentada por un matrimonio «imposible», y con una madre que para él continúa siendo un misterio.
La charla estuvo teñida de humor. «Odio los domingos, porque recuerdo la rutina de los metodistas. Aunque no vea el calendario, sé que es domingo por cómo me siento cuando llega ese día», afirmó. Y también quiso observar con humor no exento de ternura la aversión de su padre, marcada por su peculiar entendimiento de la religión, hacia el vino, lo cual le llevaba a mentirle descaradamente intentando hacerle creer que el vino de las bodas de Caná o el de la Última Cena no tenía alcohol. «Luego, un día, en casa de un pastor anglicano, probé el Jerez, y me di cuenta, efectivamente, de que era peligrosísimo, porque era una bebida que destilaba libertad, y me daba fuerza para hacer cualquier cosa».
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Como ocurre a todos los humanos, la muerte y su presencia, a veces, invisible, ha formado parte de la vida de Gibson. Como ese terror escénico que le persigue desde una fallida presencia en un concurso escolar «pero que esta tarde no siento», aseveró. Luego, pasó a hablar de cómo le ha cambiado la pandemia, de cómo nos ha cambiado a todos. «Ahora tenemos menos miedo a confesar nuestras debilidades, no vamos por ahí fingiéndonos todopoderosos e intocables».
En un momento determinado de su vida, Gibson creyó tener vocación de predicador. «Nos visitaba un pastor que cuando decía que a uno de los jóvenes de la casa le estaba llamando Dios, parecía mirarme. La verdad es que tengo algo de predicador, sobre todo cuando empiezo a hablar de la importancia de conservar la memoria». Luego, descubrió que su auténtica vocación, el lugar donde descubrió la auténtica belleza, era la literatura, leyendo tanto a Shakespeare como a los simbolistas franceses, como Verlaine, Rimbaud o Mallarmé.
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También hizo referencia a Joyce, y lo que significó en su vida. «Un amigo me señaló que probablemente 1957 fuera un año clave para mi evolución personal. Fue entonces cuando compré bajo cuerda –porque estaba prohibido por la Iglesia– un ejemplar del 'Ulises', y aquel año cuando descubrí a Lorca y su 'Romance de la luna, luna'. Encontré casi a la vez a dos de mis referentes». Igualmente, habló de su afición al deporte –fue un buen jugador de cricket– y a la Ornitología, con una epifanía relacionada con los ánsares y las marismas, que visitó con su padre en los que describió como «algunos de los días más felices de mi vida». Muchos años después, cuando llegó a Doñana, descubrió el porqué de la ingestión de arena por parte de los ánsares, necesaria para digerir la hierba castañuela.
La última parte de la charla estuvo plagada de recuerdos hacia 'su' Granada, comenzando por su primera visita en 1965, cuando llegó para disfrutar de un año sabático que calificó de «milagroso». La nostalgia le invadió al recordar el antiguo Café Suizo, donde oyó por primera vez hablar de los represaliados. Y también hubo un recuerdo especial para el Valle de Lecrín, descubierto gracias a una prima suya que ejercía como payasa. Ian Gibson volvió para compartir los recuerdos de la ciudad que le cambió la vida.
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