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Ángel Olgoso | Escritor
«La imaginación es el mejor sustituto de la vulgaridad diaria»El escritor Ángel Olgoso (Granada, 1961), vuelve a sus orígenes con 'Nubes de piedra', una de sus primeras obras, reeditada por Fagus y publicada a ... principios del verano. Es esta una oportunidad para mirarse al espejo y comprobar cómo hemos cambiado. O quizá no tanto.
–'Nubes de piedra' es...
–Mi prehistoria literaria, o más concretamente, mi prehistoria narrativa. Un volumen del que sólo han quedado fuera los primeros balbuceos en prosa tras cinco años escribiendo poesía. Lo escribí a finales de los setenta y comienzos de los ochenta, y creo que ya está presente el germen de los principales temas de mis libros posteriores: lo extraño, lo sorprendente, la ironía o incluso la sátira, las premisas extravagantes, las composiciones pesadillescas o vertiginosas, las propuestas asombrosas o los retos compositivos.
–Ha dicho usted en alguna ocasión que la imaginación es el más bien más verdadero y liberador. ¿Continúa sosteniéndolo, tiempo después?
–Así lo creo, tengo el convencimiento absoluto de que la imaginación proporciona un sustituto soberano a la vulgaridad cotidiana. La imaginación, que es al mismo tiempo el fermento de la experiencia y el antídoto contra el horror de la vida, nos hace poderosos siendo como somos seres insignificantes y efímeros, nos permite trascender las infinitas magnitudes del espacio y el tiempo. Vivir sólo una vida me parece una terrible prisión.
–¿Cuál es el núcleo de estos relatos, si es que lo tienen?
–Son extraños disparates, historias que tienen un pie en el delirio (como en 'In extremis', 'El efecto del polvo Pyrethrum sobre los insectos', 'El otro diluvio' o 'El hombre sucio'), piezas provistas de formas y texturas distintas (como 'China', 'Látigo', 'Creciente' o '34 historias de amor'), y creo que su centro de gravedad es la fruición imaginativa, aunque el placer lingüístico ya empieza a despuntar (véase 'Primula Veris'). Pensándolo bien, quizá estos relatos expresen, esencialmente, la perplejidad de aquel joven ante el mundo, su rebeldía contenida, sus miedos, su necesidad de evasión.
–¿Es cierta la impresión de que en este primer libro de relatos hay mucho más humor que en los posteriores?
–Totalmente, aunque con matices. No puedo evitar que en casi todos mis libros se filtre la ironía, pero sí es verdad que lo hace de forma decreciente. Supongo que a medida que la vida va tomando rasgos de pesadilla demencial y que uno ya se va acercando a los momentos aurorales de la senectud. Y, al mismo tiempo, entre el abundante humor negro de 'Nubes de piedra' comienzan a emerger ya burbujas de misterio, maravilla o sorpresa. En aquella época, además, descubrí la Patafísica e hice mío el lema de Boris Vian, uno de sus más inspirados príncipes: me esfuerzo de buena gana en pensar cosas en las que pienso que los demás no pensarán. De hecho, la Ciencia de las Soluciones Imaginarias potenció claramente algunos de estos relatos, como 'Pulstar' o 'El Club de los Novecientos Flautistas'. También me gustaba en aquellos años el sarcasmo desmitificador, aunque un poco elemental y escatológico, de Gógol: «El ser humano es un sujeto que se cree estupendo hasta que sufre un retortijón».
–Marina Tapia, su compañera, vuelve a ilustrarle.
–En efecto, Marina, una de las más cabales poetas en castellano, también es artista gráfica y ya tuve el privilegio de que ilustrara la segunda edición de 'Astrolabio' (Reino de Cordelia). Y es un verdadero placer contar de nuevo con su arte. Ella siempre capta el espíritu del texto y lo enriquece con sugestivos detalles y perspectivas. Marina, que tiene una curiosidad insaciable por el mundo y a la vez una delicadeza especial para mirarlo, sabe destilar poéticamente cada relato y dejarlo en sus elementos esenciales. Flaubert, por ejemplo, era enemigo de las ilustraciones, le exasperaban, pensaba que «la más hermosa descripción literaria es devorada por el dibujo más ramplón». No obstante, opino que, en este caso, el inmenso talento de Marina y el libérrimo carácter de estos relatos impiden tal eventualidad.
–¿Por qué se decidió por Fagus?
–Por la entusiasta labor a favor del cuento por parte de la editora Silvina Elías y del escritor Beni Domínguez. Y no me olvido de José Luis Gärtner, que le ha regalado al volumen un pórtico de altura, muy estimulante.
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