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«Cuanto menos pienso, mejor pinto». Lo dice el japonés Yoshitomo Nara (64 años), uno de los artistas más célebres y cotizados de su generación. Cuando entra en «la zona», su trance creativo, «mi mano y mi mente pintan solas, guiadas por la música que ... siempre me acompaña», explica en clave zen. El resultado es una obra tan singular como inquietante, reconocible y reconocida. Sobre todo por sus insolentes y asexuadas figuras infantiles. Las 'Nara girls' o 'Nara boys', depende del observador, seres imponentes de enormes cabezas y grandísimos ojos que hasta el tres de noviembre invaden el museo Guggenheim de Bilbao.
Si el Greco o Giacometti encarnan la delgadez y Botero la desmesura, el inconfundible estilo 'kawaii' -tierno o lindo en japonés- de Nara se perfila en estas melancólicas y enigmáticas criaturas que cruzan su desafiante mirada con el espectador. Amenazadoras, audaces, provocadoras y descaradas a veces, otras son dulces, cándidas y cómplices de quien las mira. Siempre fascinantes, es la primera vez que se ven en Europa gracias al museo bilbaíno.
Es una exposición «muy deseada» y un empeño de su comisaria Lucía Agirre, que ha reunido 128 piezas del creador nipón. Un artista con fanáticos seguidores y ávidos coleccionistas en Asia, Estados Unidos y Europa cuya cotización es estratosférica.
Casi 25 millones de dólares se pagaron en 2019 en Sotheby 's Hong Kong por 'Cuchillo detrás de la espalda', una de las más desconcertantes criaturas de Nara, de las que hay una veintena desplegadas por las salas del Guggenheim. Las primeras que pintó eran insolentes, algunas beligerantes e inseguras. Con el paso del tiempo se han tornado más serenas y reflexivas. Algunas portan armas. Otras mensajes pacifistas que claman contra un mundo en guerra.
«Todas son un reflejo de mi mismo», dice Nara de sus inquietantes figuras. De esos seres de ojos enormes y mirada ora implacable, ora lacrimógena, con los que representa sus emociones y pensamientos. «Somos nuestra infancia», asegura Nara, que recurre a sus recuerdos infantiles -grabados a fuego en su memoria- como inagotable fuente de inspiración. Juega Nara con su género, con uno kanjis -los caracteres japoneses- que sirven para escribir tanto el nombre masculino, Yoshimoto, como el femenino, Michiko.
Nara fue un niño «felizmente solitario» criado en plena naturaleza. «Jugaba con mis compañeros de colegio, pero volvía a casa cruzando el bosque y prefería la soledad. Jamás ha sido una carga y me conforta», confiesa. «Me ha permitido mirar dentro de mí y entender quién soy», dice vinculándose «con los pobladores de la edad de piedra, hace 30.000 años, de la región donde nací».
También hizo virtud de su deseada soledad en sus años de formación en Alemania, aislado por no hablar la lengua de Goethe. Necesitaba comunicarse a través del arte y se alió con la música, la literatura, la historia del arte y los «estimulantes» viajes por Europa, Asia, América y el Japón al que acabó regresando.
Nara no lo tuvo fácil. Su peculiar estilo no se aceptó de inmediato. Hoy grandes museos y coleccionistas se disputan unas obras «sin etiquetas» en las que confluyen el 'pop art', el 'flat desing', las raíces del manga, la asimilación de los maestros de Renacimiento o los neoexpresionistas alemanes, como Markus Lüpertz, Gerhard Richter, Georg Baselitz, Anselm Kiefer con los que se familiarizó en la prestigiosa Kunstakademie de Düsseldorf.
Nara es hoy el más europeo del trío áureo del arte nipón que forma junto a la nonagenaria Yayoi Kusama y Takahashi Murakami. Ha vendido más de cien obras por encima del millón de euros y solo el imbatible y difunto Basquiat le supera en las subastas y se mie con Jeff Koons.
¿El éxito es vender un cuadro por 25 millones de dólares? «No. Yo no vi un céntimo de la venta de esa pieza. Es la pura verdad. Esas cifras enloquecidas alejan mi obra de la gente que más la admira y desea, para quienes se convierte en algo inaccesible», lamenta. Son los jóvenes 'kawaii' -devotos de 'Hello kitty', de lo mono o lo cuqui- que consumen febriles su industrializado 'merchandising', una mina con lámparas, huchas, cuchillos, cuadernos o cortinas de ducha.
Electrón libre, no se vincula Nara con ninguna escuela, ismo o movimiento, y casa música y pintura. Desde su adolescencia ha alternado sus pasión por el folk, el rock, el punk, el underground o la new wave. En la 'play list' que acompaña a su instalación 'Mi casa de dibujo, 2008, dormitorio incluido', hay una canción de Tequila -'Salta!!!'- y otra de Radio Futura -'Enamorado de la moda juvenil'- que Nara descubrió en los lejanos años de la movida.
Nacido en 1959 en las afueras de Hirosaki, en el norte de Japón, Nara estudió Bellas Artes en Aichi. De creencias sintoístas, y por tanto animistas, desarrolló su original y potente lenguaje plásticos en Alemania. En 2000 regresó a Japón, para vivir y trabajar, sin ayudantes, en el corazón del bosque de su infancia, en la región de Tohoku, lejos del bullicio, el caos urbano y los tentáculos del mercado.
El propio Nara se ha encargado de distribuir los dibujos, óleos, esculturas e instalaciones de una retrospectiva que no es cronológica y está estructurada por temas «para revelar claves personales y emocionales». «Quería transmitir quién soy, mi razón de ser como artista y las ideas fundamentales en mi proceso creativo sobre la comunidad, la naturaleza, el medio ambiente o la guerra» , concluye.
Agirre señala la dificultad de obtener los préstamos de las piezas de las cuatro últimas décadas dispersas por colecciones y museos de Japón, Corea, Inglaterra, Suiza, Francia o Estados Unidos. Tras su clausura en Bilbao la muestra que patrocina la Fundación BBVA viajará a Alemania, al Museo Frieder Burda de Baden-Baden, y a la londinense Hayward Gallery-Southbank Centre.
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