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JOSÉ ANTONIO MUÑOZ
Viernes, 7 de agosto 2020, 01:08
La juventud no es un valor por sí mismo. No por ser joven se es mejor, y mucho menos en el mundo de la clásica. La madurez se alcanza tras muchos años de estudio y sacrificio, salvo que se sea un genio, y genios ... ha habido muy pocos. Sin embargo, a la hora de interpretar, la juventud lleva consigo una carga importante de valores. Primero, la ausencia de vicios. Segundo, la capacidad de crear un estilo propio que, aceptado por el público, identifique al artista como alguien diferente y único. Ambas cualidades se aúnan en los dedos de la cartagenera Isabel Martínez, la intérprete que anoche cerró en el patio del Ayuntamiento el ciclo de guitarra clásica del IV Festival Internacional de la Guitarra de Granada. Aún quedan, sin embargo, dos jornadas: la de hoy, con Juan Habichuela Nieto en la plaza de las Pasiegas, y la de mañana, con la maravillosa Dulce Pontes en el Auditorio Manuel de Falla.
Isabel Martínez llegaba a Granada por méritos propios, avalada por una carrera que tiene entre sus principales hitos actuaciones por medio mundo –ha tocado en el Milton Court del Barbican Center de Londres, en el Teatro Nacional de Costa Rica y en el Hangzhou Grand Theatre de China, por ejemplo– y el disco 'Noche andaluza', donde interpreta obras de Joaquín Turina, Francisco Tárrega o Regino Sáinz de la Maza, entre otros autores. Su conexión con Granada tiene varios cables: el primero, precisamente, el tono de ese disco, donde la herencia árabe y la tradición musical de nuestra región manda, y el segundo, el hecho de que el instrumento con el que tocó anoche y toca siempre es una guitarra del luthier granadino Francisco Santiago Marín.
El patio del antiguo convento de la plaza del Carmen se llenó de un público deseoso de escuchar a la artista. Puntual, vestida de rojo, sin calentar, atacó la bella melodía de la obra de Francisco Tárrega, 'Capricho árabe'. Sin urgencia, sin perder una nota por apresurarse. Su forma de relacionarse con el instrumento es de profundo respeto y cariño, y lo demuestran detalles como la sobremanga colocada en su brazo izquierdo para evitar el roce de la madera. O la propia mirada de la artista, no al frente como otros de sus compañeros, sino hacia el puente y las cuerdas.
Martínez confesó que «le hacia mucha ilusión tocar en Granada tras cinco meses sin tener contacto con el público». Agradeció al director del Festival, Vicente Coves, la invitación, y abordó a continuación la obra de Joaquín Turina, 'Sonata para guitarra, op. 61'. Recordó que Turina, a pesar de no ser guitarrista él mismo, sí que escribió muchas obras para el instrumento. Y algunas de dificultad indudable, por cierto, como la interpretada anoche por la cartagenera. Terreno espinoso, que si no se interpreta con el ritmo adecuado, no llega al público, a pesar de contar con temas bastante conocidos. En este tramo, aceleró cuando fue preciso, y sus manos respondieron obedientemente. En el 'Allegro' inicial primó la elegancia en las transiciones, el vibrato justo y la contundencia en la salida; el segundo movimiento, 'Andante', tuvo el dramatismo necesario, con unos agudos claros. Como todo el concierto, academicismo puro, bien servido. La vimos con extremo cuidado en no fallar, y no lo hizo, tampoco en el exigente 'Allegro vivo' con que termina la obra.
Tras un nuevo esfuerzo de afinación, afrontó la 'Danza número 5' de Granados, cuya pegajosa melodía versionaran en su día Romero Sanjuán o Vicky Larraz, por citar dos ejemplos extremos de lo que esta obra puede dar de sí. El ritmo aquí se tornó un vaivén, quizá premioso en algunos pasajes, pero la noche de ayer no estaba para prisas. Como anécdota, las notas de la pieza fueron acompañadas por el carillón del reloj y la consiguiente 'Granada' de Agustín Lara. Y precisamente la siguiente pieza fue 'Granada', pero la de Albéniz, cuyo anuncio fue recibido con un aplauso, y su interpretación con otro, a pesar de algún pequeño desajuste.
Siguiendo con los guiños locales, tocó el 'Homenaje a Debussy', no la edición crítica estrenada por Pepe Romero la semana pasada, sino la partitura hasta ahora común, pero que sigue revelando el genio del maestro gaditano. Trató la guitarrista de ofrecer una versión pulcra, y lo consiguió.
El último tercio del concierto incluyó, de Joaquín Rodrigo, 'Invocación y danza', ya oída a Rafael Aguirre en este mismo Festival, y una obra del contemporáneo Fran Yanes, 'Isal', dedicada a la propia solista, una melodía de corte romántico, casi cinematográfico, agradable al oído y muy evocadora. Terminó con dos piezas de Regino Sáinz de la Maza, 'Rondeña' y 'Zapateado', tras un postrero esfuerzo afinatorio. Dos piezas elegantes que envuelven tonadillas populares en una compleja panoplia de temas secundarios que las enriquecen sobremanera. En la última de las dos obras, González estuvo especialmente brillante.
Como propina, la intérprete regaló 'Recuerdos de la Alhambra', de nuevo ante Pepe Romero, presencia imprescindible de cada noche, guardián de las esencias de este Festival Internacional de la Guitarra.
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