Isidro Ruiz, el alfarero que copió el arte de la Alhambra para el príncipe de Arabia
Es el último de una estirpe que se remonta seis generaciones, hasta el siglo XVIII. Vive retirado en Otura, que le premiará el próximo 28 de febrero
José Antonio Muñoz
Granada
Viernes, 22 de enero 2021, 00:07
Isidro Ruiz Muros tiene 84 años y es el último de una estirpe de alfareros que se remonta seis generaciones, hasta el siglo XVIII. ... Guarda con celo una partida de bautismo de uno de sus antepasados más remotos, «y no tengo más porque el archivo parroquial del Salvador se quemó», asegura. Es un superviviente, tanto humana como empresarialmente. Para quienes buscan un trabajo fijo para toda la vida haciendo lo mismo, es un ejemplo, ya que, sin salir de la alfarería, su carrera profesional ha ido dando saltos, perseguida, literalmente, por el plástico que hoy queremos desterrar a favor de materiales antiguos y mucho menos efímeros, como la arcilla. El próximo 28 de febrero, el ayuntamiento de su pueblo reconocerá su trayectoria.
«Mi padre nació en Granada y está bautizado en la iglesia del Salvador, pero mi familia se trasladó a Otura para que mi abuela mejorara su salud. Tenían un taller en la calle de San Luis, en el número 23, en el Albaicín, pero acabaron haciendo su vida en el pueblo», asegura. En Otura se casó su padre y en Otura se casó él. Originalmente, en el taller se dedicaban a hacer ollas, cazuelas, y útiles para la cocina: «No había acero inoxidable, ni acero esmaltado». También botijos y cántaros para el agua, ya que en la mayoría de las casas no había saneamientos. E igualmente, candiles «que eran preciosos» para alumbrarse por la noche.
Cuando a estos útiles llegaron metal y plástico, tocó hacer la primera reconversión. El siguiente producto que centró su producción y que supuso un salto cuantitativo fueron las macetas para los viveros del Estado: «En época de Franco se repoblaron muchos bosques, y los viveros necesitaban tiestos grandes para los árboles. Enviábamos camiones Barreiros que parecían cafeteras a Cádiz, Málaga, Almería... Todos hechos a mano; llegábamos a servir 12.000 tiestos diarios», dice Isidro.
Su primer contacto con la alfarería artística vino de la mano de la empresa Domínguez Blanco, quien realizaba obras para la Alhambra. «Empezaron a encargarnos azulejos, piezas muy específicas, peldaños de escalera... Hay que quitarse el sombrero ante los artesanos árabes; eran excelentes, y sus piezas no son fáciles de reproducir», asegura. Su pericia fue corriendo de boca en boca, y el siguiente encargo de envergadura tuvo como destino la Capilla del Sagrario de la Catedral de Málaga. «Las puertas llevaban unos arcos de arcilla y nadie daba con la tecla; hasta que nos llamaron a nosotros». Todavía recuerda la llamada del arquitecto jefe de las obras de restauración del templo malacitano: «Nos dijo que le habíamos hecho quedar tan bien que cualquier trabajo que surgiera nos lo encargaría».
Después vendría reproducir las tuberías históricas bajo la calle Larios, otras obras en el popular barrio de El Perchel, las gárgolas para el patio del Ayuntamiento de Marbella... Y paralelamente, un trabajo de 27 años colaborando en el mantenimiento de la Alhambra, codo a codo con su hermano Manuel, ya fallecido. Su obra podía haber continuado a escala industrial. «Hubo un proyecto para construir una fábrica, con el apoyo de CajaGranada, hace ya tiempo, pero luego todo se paró», rememora.
El helicóptero que lo cambió todo
Su vida empezó a cambiar el día de 1997 en que el por entonces heredero del trono de Arabia, Abdelaziz ibn Fahd, aterrizó en la colina de la Sabika. Allí plantó su tienda, y empezó a 'cercar' amorosamente la Alhambra. Cuando las protestas de diversos colectivos le obligaron a levantar tal cerco, se encaprichó con tener su propia fortaleza roja. Podía pagársela, al fin y al cabo. Entonces, comenzó una labor que duró varios años y que, aunque no fue tan lucrativa como alguien pueda pensar, sí que ofreció muchos puestos de trabajo. «Teníamos 30 personas fabricando azulejos y ladrillos», recuerda el artesano. «Todo controlado por un equipo de seis personas, en el que había un arquitecto, un ingeniero, un delineante... Uno de ellos era hijo del presidente de Líbano», recuerda Isidro.
«Fuimos haciendo habitación por habitación: el salón de Embajadores, la sala de las dos hermanas... Cada día 1 del mes había un barco en Algeciras esperando materiales», cuenta. «Trabajábamos muy duro». La fábrica familiar es hoy un solar, y él recuerda con nostalgia una época en que fue partícipe de un proyecto faraónico. Su hijo ha seguido sus pasos, pero a otro nivel: es uno de los técnicos españoles más cotizados del mundo. Una forma de seguir manteniendo la excelencia en el trabajo.
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