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Nuevo reconocimiento al poeta y escritor jienense Manuel Ruiz Amezcua (Jódar, 1952), quien ha recibido el prestigioso premio de poesía Ciudad de Cabra, que organizan conjuntamente la asociación cultural Arte Ahora y la delegación de Cultura del Ayuntamiento cordobés. Un premio honorífico, elegido por el ... jurado sin presentarse el autor, que en ediciones anteriores, entre otros, fue concedido a Pablo García Baena, premio Princesa de Asturias y Reina Sofía; Antonio Colinas, premio Reina Sofía; o María Victoria Atencia, premio Reina Sofía.
En el marco del IV Encuentro Internacional de Poesía Ciudad de Cabra, el autor de Las reliquias de un sueño y la antología poética Del lado de la vida (1974-2014), fue homenajeado además con la lectura de parte de su obra. El autor, que ha recibido elogios de Premios Nobel como Saramago y Cela o de un buen número de Príncipe de Asturias como Muñoz Molina, Caro Baroja o Fernando Fernán Gómez), aprovechó la ocasión para reivindicar su condición de poeta «libre», fuera de los cauces oficiales, lo que a menudo le ha llevado a ser más reconocido fuera de Andalucía e incluso de España que dentro.
Manuel Ruiz Amezcua
«Se lo han dado a alguien que, en el mundo de la poesía, es marginal, es un marginal porque está fuera del escalafón. Qué alegría ser un marginal», afirmó el galduriense, que añadió que «de mi condición de marginal nace mi libertad, leí una vez. Soy también un emboscado. Emboscado: alguien que vive oculto entre el ramaje de la poesía. Oculto por el ramaje de la poesía. Mejor: silenciado por el ramaje de las verdades oficiales de los poetas oficiales de los, como mínimo, últimos 35 años», afirmó, dejando claro que a pesar de que ya estoy en edad de riesgo, hoy tenía que venir aquí1. A dar las gracias, sobre todo«.
«En la Historia de España siempre ha habido una España oficial y una España real. La primera siempre se ha regido por sus verdades «oficiales». La segunda se ha regido por sus verdades, poco «oficiales». Por ética, y por estética, los escritores que a mí me han interesado han sido bastante «impuros», en el sentido de buscar la variedad, la mezcla, el mestizaje que ha sido siempre la vida, la madre y maestra de todo y de todos. Crear es crear peligrosamente. Los dioses así lo hicieron, y el Dios judío y cristiano también», subrayó.
«La poesía, entre otras cosas, es un acto de rebeldía. Algunos conciben el Universo como un acto de creación contra la Nada. A través de las palabras, los poetas vemos claro lo que parecía confuso. Las palabras sirven también para eso. Para hurgar en lo que hay que aclarar dicen que decía Sócrates, lo cual le costó la vida, claro. También a Jesucristo le costó la vida lo que dijo. Y a tantísimos más. Anteayer, ayer y hoy, la Historia está llena de individuos arrojados al exilio, la cárcel o la muerte, por decir lo que pensaban», siguió Ruiz Amezcua. «Individuos que no dieron motivos para que nadie dijera: «Es uno de los nuestros, es uno de los míos», apostilló el poeta, cuyo último proyecto, el poema Lo que verán los otros, se ha publicado originalmente publicado de forma bilingüe en español y griego moderno.
Agradeció así con emoción el premio, que se suma a una larga lista que ha recibido en su ya extensa trayectoria literaria «tenaz y rigurosa», como apuntó de él Muñoz Molina. El jienense acabó su discurso con un poema en el que nos habla la Celestina, el personaje principal de esa obra que, para Ruiz Amezcua, es la más importante de la Literatura Española. Una mujer que se atreve a todo, que lo pone en cuestión todo, que duda de todo, más moderna no cabe, y tiene siempre presentes las grandes verdades de la vida.
LA SOSPECHA
(Habla Celestina)
A Juan Miguel Valero Moreno
Vivo de las palabras,
pero las palabras traicionan.
Las palabras avisan
de los males de siempre.
Las palabras descubren
el nombre de lo oculto,
el tuétano en lo oscuro.
Las palabras son una mezcla
de cinismo y ceguera.
Las palabras confunden
y emborrachan y ciegan.
Las palabras entienden
de sospecha y de miedo.
Las palabras avisan
en dónde, desde dónde,
hacia dónde caminas.
Las palabras nos sirven
-pero nunca nos sirven-
para darle sentido
a lo que no lo tiene.
Con ellas, y con nosotros,
millones de verdugos
se vuelven honorables.
Debajo de las palabras
acechan las intenciones.
Las palabras redimen,
y también nos corrompen.
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