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José Luis González
Sábado, 19 de octubre 2024, 18:48
Pocas veces como esta, el Teatro de la Merced ha sido objeto de tanta expectación con motivo de una cita con su Festival Internacional de Teatro de Cazorla, alcanzando un lleno total del aforo y tanta gente fuera y sin entrada que podrían haberse completado ... dos funciones de la obra. Y es que a Lolita Flores le precede toda una leyenda familiar y personal que convierte en multitudinario cualquier trabajo que protagonice, ya sea éste teatral o musical. Con su madre, la gran Lola Flores, siendo ella la mayor de sus hijos comparte más parecido conforme pasa el tiempo. No solo en su aspecto físico, también en su voz y en su expresión, preñadas de pasión, de raza artística y, sobre todo, de pasmosa naturalidad en su relación con los escenarios.
Nada mejor para lucir todo ese talento natural que el personaje creado por Luis Luque para ella, esa emocional 'Poncia' entresacada del inmortal texto de Federico 'La casa de Bernarda Alba'. Un 'spin off' magníficamente escrito cuya adaptación al escenario no hace más que subrayar sus bondades.
No solo por la imponente presencia de Lolita, también por la impecable factura escenográfica y lumínica, creando ambientes e imágenes ligados íntimamente al alma lorquiana de ese texto. Culpa de semejante excelencia técnica la tienen Mónica Boromello y Paco Ariza, encargados de la escenografía y la iluminación, respectivamente.
Pero hay que hacer hincapié en el trabajo de escritura y dirección de 'Poncia', ambas tareas de Luis Luque, donde se nota antes que nada un muy intenso trabajo de investigación previo, que al parecer nació en aquella recordada versión de la obra original de Federico García Lorca llevada a cabo por José Carlos Plaza, cuando Miguel Narros dirigía el Teatro Español y que pudo disfrutar casi media España.
Ya entonces, según cuenta el propio Luque, Plaza quiso que la Lola Flores –madre de Lolita- fuera 'su' Poncia, pero no pudo ser por problemas de agenda de la artista. Razón, entre otras, por la cual Luque no ha dudado en proponer ahora a la hija –esta vez con éxito- semejante reto.
Que superan ambos, Luque y Lolita, con gran solvencia. Trayendo a colación las emociones encontradas de esa mujer compleja que era la criada de Bernarda y sus hijas. Que habla de ellas y con ellas repleta de odio y rencor, pero también con el amor que brota sobre todo al final. Que no se guarda nada para sus adentros, tocando sin ambages temas como la muerte, la venganza, el amor o el sexo. Subrayando el maltrato a la mujer y a la clase obrera que imperaban en aquella época; y también a la hipocresía impuesta por la religión y una sociedad eminentemente clasista y envuelta en aquel oscurantismo opresivo.
Todo ello era encarnado por Bernarda Alba y sus hijas. Y todo sale a relucir con fuerza incontenible tras el suicidio de Adela, momento en el que se sitúa la acción. Apareciendo Poncia tras un velo de niebla y rezos, frente a las cenizas de la hija muerta. Como un náufrago en medio del océano de silencio que impuso la matriarca en aquella casa.
La reacción del público al final de los intensos 70 minutos de monólogo fue la expresión sincera de lo que había presenciado desde el patio de butacas. Todo el mundo en pie se fundió en un intenso y largo aplauso a la protagonista, que también era por añadidura al resto de personas que han hecho posible este magnífico montaje. Y que no hace más que remarcar el gusto de Cazorla por el teatro en general y por el universo lorquiano en particular.
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