No podía tener mejor comienzo el ciclo 'Andalucía. Flamenco' (lo que antes era 'Flamenco viene del Sur') que todos los años nos propone la Junta de Andalucía en torno a la primavera en el Teatro Alhambra. Este jueves dio comienzo el programa con la granadina ... Eva Yerbabuena, posiblemente la mejor bailaora de la actualidad o, por lo menos, la mejor de su estilo y de su generación (y por mucho tiempo).

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Antes de empezar, permitidme la repetida vindicación de quien prefería la cita los lunes durante un par de meses, que concentrar todos los espectáculos en tres fines de semana. No se pisaban los eventos y el lleno estaba asegurado: bastantes aficionados sacaban abono para todo el ciclo; era una cita obligada, en la que verse las caras y departir sobre lo visto (echaremos de menos a Pepe Bellido, uno de los asiduos a este encuentro).

Con una rueda de tonás (y algún pregón) se presentaron los cantaores Miguel Ortega, Jesús Corbacho y el granadino Antonio Gómez 'el Turry'; tres voces exclusivas, de diferente matiz, que hicieron juegos polifónicos al acabado de cada pieza. Paco Jarana, pareja y sostén de la bailaora, encargado del andamio musical de todas sus obras, arranca a su guitarra el encaje preciso de una soleá. Eva Yerbabuena, como en trance, la asimila sin prisas, conscientemente, segura; pues la soleá está en su ADN, forma parte de su ser como bailaora, como artista, y por lo que es reverenciada. Poco a poco se va desperezando, hasta intervenir todo su cuerpo, de los pies a la cabeza, los hombros, la cintura y ese exacto revoloteo de unas manos que llenan de colorido el ambiente. No pueden faltar esos 'pasos Matrix' que puso de moda años atrás, ralentizando el movimiento sin romper el sentido y esa sutil mirada a la influencia oriental, apreciada sobre todo en los pasos cortos y ligeros. Termina este cante por bulerías, donde es también una maestra del desparpajo a compás.

Después de unas bulerías en la guitarra de Paco Jarana, apoyadas por la caja de Daniel Suárez, Eva vuelve por seguiriyas, torera, desafiante, bailando para fuera, pero también para dentro. Hay un espectáculo dentro del espectáculo que nos perdemos: el que rumia en su interior. Termina el concierto por alegrías, justo después de unos abandolaos por parte de los músicos. Abandolaos que terminan al alimón con los fandangos valientes del Albaicín. Eva interioriza la música; baila al cante y no teme reposar. Los tres cantaores, junto a ella, refuerzan sus metales. Su baile es desenfadado, original, personalísimo; parece que está de vuelta. Es una lucha consigo misma, es ella y su contrario, es Eva frente a Yerbabuena.

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Tras el punto final, la granadina tomó la palabra para pedir a las instituciones representadas, además de que se hiciera un teatro un poco más grande, que se cuidara al flamenco y a los flamencos, «que es algo muy nuestro».

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