Cuando se ha vivido tanto y tan intensamente como lo ha hecho el artista plástico granadino José Hernández Quero (1930), quizá lo lógico es pensar que es imposible llevarse bien con todo el mundo, y mucho más en el imbricado ecosistema del arte, tan dado ... al chisme y a la envidia. Sin embargo, el pintor granadino que comparte un largo rato con IDEAL bajo una parra en su casa de Ogíjares –y que luego acompaña a los periodistas hasta el coche «porque tiene que moverse»– no ha tenido que ser artero para que la crítica le considere uno de los más conspicuos representantes de la pintura académica de las últimas ocho décadas, por más que su nombre no haya sido pasto –o piso– de oropeles y homenajes públicos ni privados, y a pesar de que tiene, incluso, un pasodoble propio, compuesto por Francisco Jiménez. Hernández Quero es académico por tres veces: de la de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid; de la de Santa Isabel de Hungría, de Sevilla, y de la de Bellas Artes de Granada, en este último caso como correspondiente. Es académico, pero no ejerce, por ese mismo prurito que ha sido su norte vital: no meterse en querellas, trabajar y vivir de su trabajo.
Publicidad
Sigue dibujando y pintando, con las limitaciones que él mismo señala, siendo fiel a su estilo y a su forma de entender el arte. Su vocación se despertó muy pronto, y tuvo consecuencias, incluso en su propia aula del colegio Ave María de la calle Molinos, donde su temprana pericia cambió el horario de clases de sus compañeros, que comenzaron a dedicar dos horas a la semana a practicar el dibujo.
Su madre le regañaba porque usaba tizas de colores para 'decorar' las escaleras de su casa. Su padre, que fabricaba aperos agrícolas, no estaba muy contento con la vocación de su hijo, ya que atisbaba un negro porvenir económico para él. «Dedícate a algo más productivo», le decía. Sin embargo, la cercanía del domicilio del pintor Manuel Maldonado, su primer maestro, le reafirmó en la idea de dedicarse a retratar la vida, siempre bajo su óptica, porque, aunque se define como un pintor netamente figurativo, no se considera hiperrealista. «Desde el primer momento, me esforcé en retratar los objetos cotidianos, sin copiarlos; educar la mirada implica también dejar la propia impronta en lo que se pinta», afirma.
A ruegos de su madre, su progenitor acabó claudicando, y le inscribió en la Escuela de Artes y Oficios con 14 años, donde tuvo como profesores a Capulino y a Prados López. De ahí pasó a la Escuela Superior de Bellas Artes de Sevilla, donde estudió hasta Preparatorio, antes de cambiar su matrícula a Madrid, a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Allí obtuvo su título de profesor de pintura y grabado, y comenzó el bendito trasiego vital entre el foro –donde tiene un ático frente al Retiro– y su ciudad natal.
Publicidad
Hernández Quero ha sido siempre generoso en el esfuerzo, inconformista con su arte, y siempre ha tenido muy claras sus prioridades. La primera, su familia. Por eso, cuando vino a Granada a bordo de un flamante coche, ganado con las ventas en una de sus primeras exposiciones, y vio que en la casa de sus padres estaban apareciendo grietas, no dudó en vender el coche para comprarles un piso en la calle Méndez Núñez, que habitaron durante el resto de sus días. El éxito le llegó tanto como pintor como en su faceta de grabador, y se honra de que entre sus amistades se encontrara Luis Buñuel –con quien coincidió cuando el aragonés rodó 'Viridiana' y 'Tristana'– y con Camilo José Cela, a quien le unió una relación de camaradería larga y fructífera. «Recuerdo que Camilo llegaba a mi estudio y se sentaba en un sillón de madera. Me contaba las sesiones de la Real Academia de la Lengua, de las que a veces salía triste por los dimes y diretes absurdos que en ellas había». Le sacaba algo para picar, algún embutido de por aquí, o alguna croqueta que compraba en Lhardy, a espaldas de su última esposa, que le tenía restringida la dieta. «Cuando se iba, me decía: Quero, me has dejado nuevo», rememora entre risas.
Gracias a diversas becas de la Fundación Juan March ha recorrido diversos países europeos. Ha expuesto en París y Nueva York, y hay obras suyas en colecciones tan prestigiosas como la del Reina Sofía. Admira a Masaccio, Velázquez, los impresionistas y Vázquez Díaz. Conoció y trató a todas las grandes de la copla y la canción ligera: Juanita Reina, Concha Piquer, Celia Gámez... Fue muy amigo de José Guerrero, y hoy valora el trabajo de autores como Juan Manuel Brazam, Marite Martín-Vivaldi o la investigadora Antonina Rodrigo. Tiene un museo con su nombre en Motril –en Granada, determinadas fuerzas con nombre y apellidos lo impidieron– y en él depositó un amplia colección –con obras de Alonso Cano, Morcillo y Guerrero, entre otros, y una biblioteca de teatro y arte con 10.500 volúmenes–, a la que quizá, según comenta diplomáticamente, no se le está sacando todo el partido que debiera. A Hernández Quero le avala su trayectoria. Por eso mira y habla muy claro. Por muchos años.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.