Con Plácido Domingo y Antonio Jara, en una presentación de 'Antología de la zarzuela' en el Carlos V. IDEAL

José Tamayo, 100 años del gran mago del teatro

Granadino y casi olvidado, fue capaz de montar autores prohibidos en plena dictadura y creó la Antología de la Zarzuela, que paseó por todo el mundo

Miércoles, 19 de agosto 2020, 00:11

El pasado domingo se cumplieron 100 años del nacimiento del granadino José Tamayo Rivas. Para muchos de sus paisanos (ni siquiera para todos) este es el nombre de un teatro de la Chana (infrautilizado y con serios problemas técnicos para algunas compañías), de una ... calle situada en la zona de avenida de Cervantes, en Granada, y de otra en el extrarradio de Madrid. Un nicho más –donde él quiso estar, con su madre– en el cementerio de San José, guarda sus restos. A su funeral en Madrid acudió toda la profesión teatral; al entierro de sus cenizas en Granada, un puñado de amigos. Casi ninguna persona joven y no muchos mayores recuerdan al gran mago del teatro español del siglo XX. Un granadino que llevó a su país por bandera por todo el mundo. Capaz de contentar a tirios y a troyanos, se llevó bien con el régimen –que le permitió montar obras que a cualquier otro le habría prohibido– y con la oposición democrática, ya que tuvo contacto con algunos de los más preclaros intelectuales de izquierda.

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El investigador teatral, escritor y crítico teatral de IDEAL, Andrés Molinari, le hizo algunas de sus últimas entrevistas. «En la última estaba ya muy mal, pero me seguía llamando 'niño', como siempre. Era un ser humano muy especial», comenta. Sobre su biografía, recuerda Molinari que el padre de Tamayo tenía una panadería en la calle Santa Paula, y allí debió nacer él. Sus primeros pasos académicos los dio en el colegio de Los Luises, situado el solar que hoy es el número 28 de la Gran Vía. Allí hizo amistad profunda con Benítez Carrasco, y ambos libaron el veneno del teatro en funciones escolares. Era la década de los años veinte del pasado siglo. Luego, se trasladaría a vivir a la 'Casa Colorá', en la Carrera del Darro. Desde allí vio el humo que certificaba la muerte del antiguo Teatro Isabel la Católica, el 10 de marzo de 1936, a manos de elementos radicales de izquierda, el mismo día que se atacó la rotativa del por entonces joven diario IDEAL.

En Granada, vivió la guerra, y tras esta, estudió la carrera de Derecho, que nunca acabó –una placa le recuerda en dicha Facultad–, y entró en el Teatro Español Universitario. Pronto empezó a destacar. Fue Antonio Gallego Burín, primero alcalde de Granada y luego director general de Bellas Artes, quien le animó a que creara su primera compañía, que con el nombre de Lope de Vega, empezó a funcionar en 1949. También le invitó al Festival Internacional de Música y Danza, donde representó 'El escultor de su alma' en 1954, contando con primeros actores como José María Escuer. Eso fue, como recuerda Andrés Molinari, antes de que le nombraran director del Teatro Español. Fueron los años 50 una década prodigiosa para el granadino –que nunca escribió– y su compañía, que actuó en Santander y en todos los grandes festivales que se organizaron en nuestro país. Muy recordada fue su producción de 'El gran teatro del mundo' de Calderón –ya que Tamayo recuperó el género del auto sacramental– en la fachada del Palacio Real de Madrid.

Como empresario, afirma Molinari, fue brillante. Convenció al Círculo de Bellas Artes para que le dejaran hacer obras en su parte baja, infrautilizada, y Madrid ganara el fantástico Teatro de Bellas Artes, que fue la casa de Tamayo hasta su muerte. También reconstruiría el antiguo Teatro del Progreso don el nombre de Teatro Nuevo Apolo, inaugurado en 1987. Desde Madrid, rotas ya en cierta medida las amarras con Granada, fue el primer productor en introducir a autores norteamericanos, como Arthur Miller o Tennessee Williams.

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Suyas fueron las primeras representaciones de 'Muerte de un viajante', y las de musicales como 'Kiss me Kate' con Marujita Díaz, o mucho más tarde, 'Los miserables', tal y como recuerda Juan José Montijano, investigador y profesor granadino experto en historia del teatro musical. Antes, asegura Montijano, había obtenido sonoros éxitos desde que dirigiera por primera vez teatro musical en Barcelona, en el Teatro Calderón, en 1952. «Suya fue en 1954 una producción de 'La verbena de la paloma' antológica en La Corrala de Madrid, con actores y cantantes como Pilar Lorengar, Carlotita Bilbao, Blanquita Suárez, Miguel Ligero o Manolo Asensi. Y también por su capacidad para quitarle el folclorismo en que había caído el género, dándole un nuevo empuje». El actor Pepe Cantero le conoció como periodista de La Voz de Granada, antes de ser actor. «Montó grandes obras en el Paseo de los Tristes, durante el Corpus. Estaba por encima de todo: era el dios de los progres y los fascistas, al mismo tiempo. Fue pionero y abrió muchas puertas que luego se aprovecharon en Estudio 1 de RTVE, por ejemplo».

Al filo de la navaja

Pero Tamayo también caminó muchas veces al filo de la navaja. «Fue el primero en poner en España obras de tres autores de clara inspiración marxista, como Bertolt Brecht, Paul Sartre o Albert Camus. Especialmente recordado fue el estreno del 'Calígula' de Camus con un José María Rodero en el culmen de su carrera actoral», recuerda Molinari. Ese riesgo que tomó le llevó a representar a Federico García Lorca también en diversas ocasiones, «a pesar de que no comulgaba mucho con el estilo teatral de Lorca». También programó muchas veces a Buero Vallejo y a Casona, autores no muy del gusto del régimen. Aunque también fue, como añade Juan José Montijano, el primero en montar en 1954 una gran versión de 'Crimen perfecto' de Frederic Knott, con Guillermo Madrid.

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Este ambiente de riesgo se desvaneció con el fin de la dictadura. A este respecto, Molinari recuerda que «su tabla de salvación en este periodo fue la creación de Antología de la Zarzuela, un espectáculo que incluía algunos de los más afamados números del mal llamado 'género chico'. Impulsó la carrera de Plácido Domingo, entre otros muchos cantantes, y montó grandes espectáculos con este título en el parque de la Ciudadela de Barcelona, la plaza mayor de Madrid y la plaza de España de Sevilla. «Escenarios de más de 500 metros cuadrados, un acontecimiento increíble», recuerda Montijano. También pasó, por supuesto, por el Palacio de Carlos V. Como curiosidad, añade que «utilizaba la loa inicial de 'El laurel de Apolo' de Calderón, una zarzuela del siglo XVII, para introducir el espectáculo».

Preguntado sobre un posible 'top 5' de montajes de Tamayo, Juan José Montijano destaca 'Luz de amanecer' de Benítez Carrasco, a cuyas representaciones asistió el propio Franco; 'Calígula' con Rodero; 'Antología de la zarzuela'; 'Las meninas' de Buero o 'El diario de Ana Frank', que montó en 1956. «Pero podríamos destacar muchos más títulos», acota. Un legado inconmensurable.

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Tamayo, en la plaza del Carmen. GONZÁLEZ MOLERO

«¡Apaga ese foco, niño, que me deslumbra!»

Peoe Cantero recuerda una anécdota que revela «la extraordinaria capacidad de trabajo» de Tamayo. «Montando una obra en el Paseo de los Tristes, los ensayos se prolongaron toda la noche. De tal manera que amaneció. Él, que estaba a lo suyo, le dijo a un técnico:'Apaga ese foco, niño, que me deslumbra'. Y no era un foco. Era el sol saliendo por la colina de la Alhambra». Cantero afirma que «Granada debe consideración a un empresario que se arriesgó y que renovó el teatro del siglo XX».

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