Amanece en Granada y te atrapan los recuerdos caminando por mosaicos empedrados de cantos blancos y lajas grises, pensando en canciones de nuestro añorado Carlos Cano.
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Como cada mañana, me acerqué al kiosco de la Plaza de la Trinidad para comprar mi periódico IDEAL, que ... no podía faltar en mi casa, y unos bollitos que siempre me guardaba Enriqueta en su puesto de panadería con mucha amabilidad.
Algo me resultaba extraño, en su lugar había una persona que vendía El Defensor de Granada a viva voz y multitud de tenderetes. Recordé entonces que la plaza era uno de los principales enclaves comerciales de nuestra capital, había montones de pavos esperando su 'san Martín' y la gente se congregaba para adquirir esa pieza tan codiciada en estas fechas navideñas.
Continué por calle Alhóndiga, los carreteros llevaban sus carros de ruedas grandes tiradas por mulas, llenos de sacos y útiles de labranza.
Ya en Bibarrambla la gente me observaba con incredulidad por mi vestimenta, y una señora me espetó:
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–¡Vas como para un mandaillo!, mientras su chiquillo 'enmallao' le decía:
–¡Dame una mihitilla de pan!
En una esquina una mujer vendía higos chumbos al grito de:
–¡Vamos a los jigooooohhh! ¡ Ay, que jigo tengo!
Al entrar en Plaza Nueva, los niños jugaban al tejo y a la rayuela con bulanicos en la cabeza, mientras sus madres imaginé, preparaban los pestiños de Navidad y dulces de leche frita.
Los betuneros limpiabotas hacían su trabajo con habilidad y destreza, a su vez unos hombres con unas largas lanzas de caña desatrancaban cañerías para evitar que las hojas y la suciedad se acumulasen en su recorrido.
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Seguí andando por el Paseo de los Tristes hacia el Avellano y mis ojos brillaron al ver alhóndigas, mesones y mancebías bien concurridas, incluso, el puente del Cadí estaba entero y no derruido por el paso del tiempo para mi asombro. Se entremezclaba la Granada morisca y cristiana y palpitaban los muros de la Alhambra al pie de Sierra Nevada. Me susurraban sus lamentos, rivalidades de luchas antiguas frente al Bañuelo, no pude dejar de entrar al Hamman y ver su cúpula surcada de tragaluces en forma de estrellas que dejaban pasar los rayos de sol.
En la entrada un grupo de hombres y mujeres conversaban de sus quehaceres diarios:
–No vayas a ir con bulla a comprar que eres muy engurruñío Eduardo.
Subo pa'arriba y me llevo lo que encarte Manuela.
Hacía frío y metí las manos en mis bolsillos, palpé unas monedas, las saqué y tenía ¡un puñado de reales! en ese momento se me subió el corazón desde el alma hasta la boca.
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Me acerqué a un aguador que estaba parado pregonando su agua fresca a granel y dispuesto a darme con un cántaro que había dentro de un serón de esparto y que provenía de un pozo de la Alhambra. Era un artista llenando el vaso desde la garrafa al hombro sin derramar una gota, sacié mi sed y llegué al puente del Aljibillo donde había puestos de almencinas, acerolas, membrillos, granadas y azofaifas esperando ser adquiridas.
En la vereda del Darro contemplé a un enjambre de buscadores provistos de cedazos y bateas cerniendo la arena para sacar laminillas y pepitas de oro.
El sonido del agua en su recorrido por el Dauro, el aroma de rosas, jazmines y melisas era todo un placer para mis sentidos. Empezaron a caer copos de nieve y me metí en un pequeño taller de carpintería a refugiarme, por supuesto no había máquinas, sí serruchos, barrenas de punta de hélice, cepillos de madera, taladros manuales, azuelas, escofinas, y el artesano de la madera que con sus manos curtidas lijaba unas figuras bien elaboradas, que según me comentó, le habían encargado para un Belén.
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La época navideña lucía en Granada envuelta en sus costumbres y repleta de su gente trabajando sus oficios, y yo era un privilegiado disfrutando de lugares emblemáticos en una época llena de luz y esplendor.
Voy subiendo la cuesta del Chapíz, paso junto a un guitarrista flamenco y siento a lo lejos los quejíos gitanos del Sacromonte, entre suspiros llego a la placeta de Albaida en pleno Albaicín, allí otro artesano deslizaba sus dedos haciendo cuerdas de esparto y alpargatas. A su lado una castañera preparaba las ascuas para asar sus ricas castañas y me acordé que mi abuela zarandeaba bien los castaños para que cayeran muchas al suelo y las recogía en un cesto.
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Mi gozo superaba cualquier expectativa, estaba viviendo costumbres desarraigadas y la añoranza de tiempos pasados. ¿Que había sucedido esta
Navidad? Quizás fue un mensaje de reproche, donde el valor de las personas se resquebraja en una sociedad incierta y convulsa, o quizás de esperanza para encontrar un mundo más sano, amable y sincero.
Ya nunca olvidaría aquél día de diciembre que volví a casa sin poder ojear y leer mi periódico, las noticias de mi ciudad, las fotos de mi Granada o las columnas que con esfuerzo elaboran las personas que te entregan sus inquietudes, pero sí que dejé escrita en mi retina 'la Granada inolvidable'
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