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En la tarde de ayer, el salón de actos de la ONCEen la plaza del Carmen fue el escenario de una nueva edición del Aula de Cultura de IDEAL. En esta ocasión, la invitada fue la escritora y periodista Julia Navarro, quien acudió a Granada –una ciudad que visita con asiduidad para hablar de su obra– con su nueva novela, 'El niño que perdió la guerra' (Plaza y Janés) bajo el brazo. Ciertamente, Navarro –hija del histórico periodista Felipe Navarro 'Yale'– tiene una importante legión de seguidores que acudieron a una cita en la que la subdirectora de IDEAL, María Victoria Cobo, ejerció como presentadora, La escritora demostró estar en plena forma y feliz por continuar una senda de éxitos que abriera con 'La hermandad de la Sábana Santa' hace más de dos décadas, y que la han convertido con frecuencia en la líder de ventas de ficción en nuestro país.
En 'El niño que perdió la guerra', Navarro hace un relato de los años posteriores a la contienda fratricida española, en torno a la historia de Pablo, uno de los conocidos como 'niños de la guerra', evacuados a Moscú durante la contienda y criado bajo la terrible dictadura de Stalin. A partir de la historia de sus dos madres, la de sangre, Clotilde, y la que ejerce como tal en Rusia, Anya, se teje una trama en la que el sufrimiento y la redención comparten protagonismo.
«Estoy encantada de estar de nuevo en Granada», dijo Navarro para comenzar, y recordó su larga amistad con el director del Aula, Eduardo Peralta, «a quien no sé decir que no». Comenzó Cobo preguntándole si tiene ya preparado el próximo libro, a lo que Navarro respondió que sí. «Seguiré escribiendo, porque es lo único que sé hacer», afirmó. A propósito de la génesis de esta obra, la novena dentro de su producción, recordó la impresión que le causó leer el poema 'Réquiem' de la autora rusa Anna Ajmátova. «Cuando algo me gusta, se convierte en una obsesión. Por eso, quise saber sobre su vida». Así conoció su sufrimiento y el de su entorno bajo el régimen dictatorial de Stalin, y cómo se les había perseguido en la terrible época del gulag.
La escritora estableció un paralelismo entre mediados del siglo XX y el momento actual, para hacer una condena enérgica de los totalitarismos. «Da igual que sean de derechas o de izquierdas. Ambos tienen muchos aspectos comunes. Uno de ellos es que lo primero que se cercena es la libertad de los ciudadanos y lo primero que se suprime es el derecho a tener una conciencia individual. Esto ocurría tanto en la URSS de Stalin como en la España de Franco, como se muestra en la novela».
En un panorama como el que viven los protagonistas, opresivo, la única ventana a la libertad es la literatura, el arte, la cultura en general. De hecho, existe una fuerte conexión entre la historia de Anna Ajmátova y la de Anya, la madre adoptiva rusa del niño protagonista. E igualmente, el devenir de la existencia de Clotilde, la madre biológica, está marcado por ese deseo de encontrar un lugar al sol, lejos de las nubes de la ignorancia y la barbarie. Esta última, además, tiene el valor añadido de encontrar un lugar al sol, aunque fuera pequeño y por un tiempo determinado, en una sociedad tan heteropatriarcal como la española, por más que la soviética tuviera muchos elementos comunes con ella. «Ganarse la vida como caricaturista era algo posible en la época de la II República, aunque fuera con limitaciones y teniendo que usar un seudónimo, Asteroide, que yo le regalé», afirmó Navarro. «La necesidad y el peligro de la cultura está muy presente en ambos mundos, porque alguien que pinta, que escribe, que compone música o tiene unas ideas, se convierte en un peligro para el dictador».
La autora puso de manifiesto en el coloquio posterior a la presentación su escepticismo sobre «las personas perfectas» y se ubicó, como el personaje de Enrique, en esa 'tercera España' en desacuerdo con los unos y con los otros. «Siempre digo lo que pienso, no me identifico con lo políticamente correcto y me desagrada lo 'woke'», afirmó. También destacó el concepto de lealtad como una de las claves de la historia, una lealtad monolítica en principio, aunque luego acabe resquebrajándose en cierta medida. «El padre de Anya nunca duda de que tenga la razón, pero tiene un rasgo de rebeldía. Alguna vez, a veces, decimos que sí pero hacemos lo que nos da la gana, y eso no es una enmienda a la totalidad a nuestro pensamiento», dijo Navarro. Del mismo modo, destacó que dentro de las familias hay una lealtad que está por encima de todo. «Para mí la familia es muy importante; lo ha sido en mi vida, ha sido un soporte. He vivido cómo es la relación entre personas que tienen la misma sangre pero distintas opiniones, y al final, por mi experiencia, a pesar de las diferencias, siempre te dan la mano para que no te ahogues, aunque no estén de acuerdo contigo».
Otra dimensión de lealtad que ambas intervinientes destacaron durante su charla fue la sororidad, esa suerte de unión que existe entre las mujeres presas tanto en el gulag de la URSS como en España. En ambos casos, marcada por el instituto de supervivencia, «un instinto muy fuerte, que sirve para hacer actos deplorables pero también heroicidades».
'El niño que perdió la guerra' es un libro que hace sufrir. Las lectoras se lo han hecho saber a Julia Navarro en los últimos meses. Ella piensa que las cosas hay que contarlas sin edulcorarlas, y así lo ha hecho.
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